Saturday, July 11, 2009

Junio 2008 / No. 12 / Orange County




Contenido


Ian Welden y Maritza Álvarez
Armonía a dos voces

Carlos López Dzur
Memorias del ultraje de Floris
El ladrón
Homenaje a Arthur Rimbaud

Elsa Fernández-Santos
Rimbaud, más allá de una leyenda

Arthur Rimbaud
El ángel y el niño

Angeles Mastretta
Valiente, aunque llorosa (cuento)

Alejandro Drewes
Después del banquete
Vientos Sur (II)

Ignacio Escobar Urdaneta
Hace 35 años fue asesinado
Espejo del espejo
Soneto haciéndole el amor a AngeLa

María Arrillaga
Ozymandias-Flamingos
Ozymandias-Flamingoes (Translation)

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Armonía a dos voces

Por Ian Welden y Maritza Álvarez

La tarde llueve de versos
Están en el mismo cielo nuestro
de cada día...

En la brisa de mi otoño naciente
y en tu invierno pequeño...

Toda la naturaleza
confabula en nuestros cuerpos

Hace desaparecer la estela de la tristeza
y entibia los rostros que amanecen

La madrugada nace en tus ojos...

Gorriones mágicos que de certezas
de abrigo y sustento
navegan el día

Pero la tarde se cansa
amor
y muere en tu pelo

Y la noche apresura sus pasos
trayendo regalos para nosotros
Un espejito para mirarnos
el uno al otro
y suave aroma a planeta...

Nueva jornada…
¿será la risa su compañera?
Vibrato que arranco de mis entrañas
atoradas en mi garganta
como ecos lejanos y grises

Nos apresuramos a cumplir
las sagradas tareas cotidianas
con nuestro amor a cuestas
oculto en nuestros ropajes
nuestras tímidas preguntas
y nuestras temerosas respuestas...

Amor de contrabando
que con nosotros haces fiesta
sea tu canto de otoño naciente
y de invierno pequeño
lo suficientemente ancho
lo imprescindiblemente largo
Baña de luz clara nuestras noches

Lava de rocío
amaneceres en los ojos de mi amado...

* * *



Carlos López Dzur: Sus Cuentos

Memoria del ultraje de Floris

¿Qué maldad hay si digo que soy una flor, cualquiera sea? ¡Una angiosperma! ¿Unos rosales? ¿Unas sinandras o un mirto? ¿Qué orden me hará menos si mi piel es un coro de pétalos o una voz con la ausencia de oyentes porque estoy en los rubiales, casi desconocida, o en una charca de asechos como las lilifloras?

¡En el ovario, tengo aromas y siempre busco el sol y sus manos acariciadoras! Y danzo porque mi sueño es dicotiledóneo y quiero dividirme y bendecir las penumbras y escuchar su abrazo, desde algún movimiento de sol o geotropismo...

El recuerdo es doloroso. Grito brutal. Duele en mi memoria y nadie quiere que recuerde y cunda mi pánico y sea vergüenza y acusación para todos aquellos que dijeron: Bájate los carpelos. Posa en este cartel de la agresión. Házte objeto quieto, mustio, clavada en la maceta, pieza de mis maquinarias, cómplice de los mercados, hija del tráfico de carnes y vidas...

Lamento con terror y se desoye mi historia con el androceo y la frase procaz con que dijera, con voz zigomorfa: Ha llegado tu hora. cuando entonces tuve yo mi estigma sin manchas y quedé, sin desearlo, llena de manchas y estigmas!

Entre las angiospermas, Floris Virginal fue mi nombre. ¿Qué pude haber sido yo en la garulla de esa multitud de la llovizna que nos cubre; qué pude ser yo (si no algo inocuo, indefensa estrella de una espora) de cara al sol que fue testigo cuando abrí mis vasos, sedienta de ramas, y recibí el agua pura y un rayo luminoso? Que alguien bendijera mis cimientos quise y, por tal razón, junté mis manos y fabriqué un recipiente. Cobijé un espacio y su semilla, hilé un nexo con la viveza de las bendiciones: quise servir a lo que es una mirada, una manifestada plenitud de lo posible.

¡Quise ser nido y alimentar a polluelos!

No soy sustancia etérea, heraclitiana; yo soy el vaso, el recipiente femenino, la realidad, no la pirueta vaga de lo vivo; el esplendor de los colores soy, las suaves urgencias que claman por el barro, la apofánsis del ser que late en humedades y clama por su amparo y ser amparo. Y de las azancas escondidas broté, olorosamente, y con un deseo de empujar los colores de tez blanca, amarilla o negra, quise ser humana y tener el talle alto de mi mujerío y el bohordo espigado, con terminales de pétalos y labios por una boca con rojo vivo.

¡Eso aún soy y he querido serlo! y no lo han agradecido quienes gritan cuando yo callo, o comienzo a llorar, o no junto las fuerzas, para desafiar a esas manos inmensas, rudas, sangrientas, que pegan en mi rostro y me deshojan.

¡Me queda la sed de ser! ¡Ser para otros! ¡Y mi llanto es frágil y duro es mi dolor! Tengo manchas y estigmas y mi pasado delata demasiado ultraje a mi derredor. Se deshoja mi belleza si ninguno cuida de mí dulcemente... ni riega este pequeño espacio donde estoy y se anhela una alborada mejor desde el huincul terregoso donde me han clavado, a contra gusto.

Me dispersaría por voluntad del viento lejos de los androceos.

No sé si vendrá alguno, entre quienes aún no he conocido a querer lo que soy y, si entre quienes conozco, se ofrendará un amor arrepentido, menos torvo o violento.

Aquí, lejos del vergel, a la Venus de Calipigia, con sus nalgas y pechos de piedra, adefesios de porcelanas, se las pondera más que a mi raíz que tiene carne viva y presencia de grana. ¡Pero también este llanto profundo!

¿Hay alguno que vea en mí a la flor, la ninfa casta que anhelara ser, siéndo en cada instante, y que metida en tiesto y calabacín de esclavitud terminara?

El Androceo, vestido de jabarda y duro ipil, marcó su sombra y mis pétalos temblaron. ¡Tiemblan todavía! Su estambre, como daga, se exhibiría ante mí. Un fullero desnudo de panículas, averrugado, con el color del ausubo y ¡qué voz y aliento de mala espina! ¡Qué piel de brácteas al quitarse la capa y mostrar las anteras, qué azoofílico mirar que no imaginará al amor, ni naciendo mil veces, pujado por la tierra! Si no mira lo que soy, si no entiende lo que fui, ¡maldita sea su enorme polla y el polen amargo de su brutalidad! >P> No lo voy a querer. No lo querré a mi lado.

Vestí, acarpelada. Me cubrí con orugos y malezas. Camuflaje más protector me dieron las bestias de los montes. Y aún los pájaros y los telares de una araña. Mi rubia tez, como azucena de los campos, amaneció y yo con más terror que toda cosa viva y, ante el espejo de la luz solar, que dio mi fotosíntesis, aún habría agradecido que se me ocultara de la brisa y la naciente mañana...

Como hembra, al fin, a solas conocí mi pistilo y supe que mis ovarios carpeludos olerán a fleromas con los días y sus ciclos de caducidad y abundancia.Y que las gotas de rocío me delatarán al amanecer, quizás un poco menos que las guajanas livianas, alborotadoras en la selva tropicalosa donde vivo. Hasta ese entonces, ningún estambre, por más que lo pidiera, en hambre de echarse sobre el tálamo y chupar mi receptáculo en la noche, pudo lo que quiso, aunque yo hasta el sépalo quisiera.

Espera un poco más, dije porque, sépanlo: virgen soy hasta el cáliz de mis lamentos, y el sol si me besa las mejillas, me entretiene y los verticilos de mi inocencia se glorían.

Es tan bello vivir para los soles.

Casta para el sol sería hasta el periantío. ¡Y qué poco sol, qué poca madre, el que hurtara a la luna vino y me sujetó con su fuerza, como ladrón en la noche! ¡Y quema mucho, falsa radiancia con falso sol en grumos de golpes bajos y violencia! ¿Por qué ojetes, saltando entre otras hojas, se avalanzó sobre tersuras que, aún no son llamadas a la oxitocina? Se atravesó como mutilador, daga en mano. Citó la tocineta y se dio banquete ¡ay! conmigo. Los androceos como lilifloras y se jactan.

¡Cobardes!

Avanzó como flor de la maravilla, lobo vestido de cordero y autosuficiencia.

¡Atracador, injusto!

Dije todo lo que antojé.

Su iridáceo ornato no dio derecho a que brincara sobre mis pétalos.

Cruel simiente, ¿quién le dio consentimiento? Se equivocó como oreja hongosa, sordo a mis súplicas. Se pegó, con su rugosa madrépora y chinga madre. ¡Me has ofendido! Que se vaya, entonces, con su troncosa estirpe hasta guayabo y se divierta, pero no conmigo y malhaya sea la pútrida pepa que lo germinó.

¡Por eso, pues ni lo quise ni lo quiero!

¡Quítate el carpelo!, ordenó como si fácil me gustara echar mis pantaletas a rodar al viento, o mecerme en las valvas de su verde ramaje. Ni entre colmeneros escuché tal maña autoritaria, ese dar en la flor como en cueros de tambores, golpear, seducirme, ultrajarme.

¿Qué cuesta respetar mi primavera? ¿Vive él como gandaya, a floralis ludi?

Calla, malandro, helecho con cara de poliandro, que soy doncella de la corola al periantío, porfié.

El contestó: ¡Cuatro pólenes me importa, cuatro flautas!

Se agarró el estambre como quien empuña su bayoneta calada en la oscura senda del deseo y escupió su manotazo pegajoso hasta salpicar mis pétalos.

No te escaparás, coralita.

Para entregar sus anteras, a palos de cundango, él cosquilleó mi tallo. Echó mi falda abajo. A causa de sus juegos de lúbricas truhanerías y movimientos, me ví levitada y a su alcance.

¿Qué pude hacer si fijada a raíz estuve y el céfiro se escondió en una nube y por el vuelo doliente del ramaje, me ví tan indefensa y vulnerable. Hasta para la rudas manos del jardinero, me traicionaba en la soledad de la encerrona y su esquinazo en la penumbra.

A veces, a una flor, el vendaval, su ventolera, la revuelca y erosiona, desde adentro con minas de luna, y perdonas. Un escuadrón obrero de abispillas es mucho más que la energía que guardas. Así sucedió. Una abejota gorda y muy maníaca, se armó de su aguijón a cierta altura de mi penacho. Y me llenó de miedo. Hasta mí bajó un gusano hosco y chupó un sorbo de mi alma y lanzó una granada desde el aire. Todavía no comprendo...

¡Ay, el picorcillo que dejan sus mordidas, ¡ay! son granujadas de lujuria, pero digo yo, viva sea la misericordia: ¡cómo se chupa la dulzura de mis hojas, pero yo soy una rosa ¡y no se respetaron mis besos!

Con traición, el androceo, aprovechador de soledades inoportunas, no escuchó que pedí su piedad. ¿A quién diré pues: espera? Falomafiosos me entregaron al tugurio y comedero. Se comportaron como una subclase de mogrollos.

¡Cuando una abeja te enciende la jalea y te deja apendejada en el orgasmo, cuídate, floris virginal, otro peor vendrá a alimentarse de tus loquios, al amparo de tramas seductivas.

Mi burlador observó al pájaro que vuela y a la abeja que chupa. Por eso serán oídas como ¡palabras cochambrosas, más burdamente aprendidas de carracas, gestos imitados de otros bichos cantarines, tardíos zumbidos en colmenas, que te echan al oído!

Cuando brincó a mis sépalos ya él sabía cómo quitarme los carpelos, sin más consentimiento que mi llanto y cómo hundir sus dientes donde más comezón el aguijón nos deja, se frotaba a mi corola para comunicar su bestia pentacíclica y llegarme a la vena del deseo.

Su lengua fue convicente, no porque lo que dijo, no... ¡por lo que engendra en mi tubo estiloidal, por escozores que impuso a los mórbidos intersticios vegetales!

¡Qué aberrantes estímulos, qué vergüenza colada, donde ya sólo queda por opción derramarse!

El androceo se meció geotrópicamente, encimado donde no fue llamado y, para sorpresa mía, no quedé satisfecha, con el ritmo estambrizado! Despatarrada para él, ¿qué cuentan mis lágrimas verduzcas, o de qué vale maldecir el gineceo, o querer venas abiertas para que salga leche blanca de los tallos?

Ya, con granizos despojados del estambre, o con anteros quebrados en los saltos del polen, que caiga lo demás sobre ese tálamo, que descosa el pico mi agujero y el cáliz de la ira ofrezca señal de Gran Tribulación. Que venga el Cristo Verga entre las flores... ¡ay, la carga masculina de vida fecundante, ay, babosas estrellas del ovario, ay, el ojo sorprendido, ante gérmenes futuros de llanto!

¡Ay, del último ay, la Gran Tijera del Jardinero humano, ay tribu, mi ovación!

Vivo entre las flores caídas y burladas. Un jardinero trajo las pinzas, tijeras de afilada certidumbre.

Me observó inmensamente frío, perdida, aún joven y abandonada. Y con gozo homicida, al saberme abierta y seducida, como patas de lagarto bocarriba, me lavó no por piedad.

La cochambre del canijo fue evidencia.

Esta es puta también, se abre, se derrama, así pensaría.

Como dios que trafica con culantro y forja yerbabuena con la ruda y, cuando hierve el llantén y siega el anamú, me vendería.

El androceo se quedó allí, viéndolo todo, borrachito de amor por causa de mi tala. Si me vio, no me conoce. Que me lleven a la múcara, a la muerte, a los herbarios. Habrá otra flor, sobre la cual saltar como una rana, cuando se reponga de haber seducido mi dulce y núbil silueta de azucena.

¡Mírame, androceo, arrebol en cada pétalo, vibrátil cada miguita de célula, mírame en deshonra de plenitud, putalizada para el corte final del que te imita!

Soy un cacalote de tenues tejidos, harapito hecho lisonja del diseño de siglos, Ceres que suelta el mirlo para hablar de la vida hecha jazmín y rosa y gardenia e hibisco rojo: lindas flores para el placer humano.

La mano que me arranca de la tierra es otra bruta mano. Y tiene su tiesto en la esquina.

Durante días cacrecos de ventana, en la casa de las cosas y las gentes, yo seré un adorno, objeto en calobiótica regularidad de porcelana. Seré lo único verde, vivo, oloroso y sencillo, como la puerca caída del polen, o las feces negruzcas de los pajaritos.

Me marchitaré a solas. Ya no soy niña. A los capullos, los devas, húmedos y oscuros diablillos del rocío, los protegen. ¿Y a mí?

¿Quién?... ¿quién cuando más bella soy para el que espía?

Por el contrario, a la luz de ojos ciegos, indiferentes y mezquinos, me sacaron... y, en despedida del jardín que me cuidara, el androceo, tú, maldito, me quitaste las querencias de mis ramas...

¡Estoy triste, violada de vida, como puta en su maceta de frazadas, cazada a tijerazos para enormes palacios!

Te recuerdo, androceo, y me das pena y siento odio. Me díste el primer tijerazo, sin tijera.

Entre los míos me humillaste. Te saludo. Escupo mi despedida con pánico...

¡Ojalá te seques o seas pisado como orujo y henazgo!

Pero yo sigo casta y silvestre hasta el periantío.

Hoy, a una lluvia de horas, reflorezco.

13-5-1987 . Publicado el domingo, Noviembre 7, 2004
en la revista electrónica Opine

* * *



El ladrón


A la memoria de Luis Candelas (1806-1837)
No lo habrían cazado y apresado jamás, porque Luis Candelas no era violento. Era un maestro de la seducción y un articulador del arte fino del robo. Fue un artista que se antojaba de lo ajeno. Un ladrón romántico. Nació en un barrio madrileño, hijo de un maestro carpintero de Avapiés. Pero han llegado a verlo con odio mucha gente. Un ladrón es un ladró, después de todo. Van a matarlo. Lo condenaron al garrote vil en el patíbulo de las afueras de la Puerta de Toledo. A verlo morir, a rememorar su rostro, su estampa, su fineza en las gramáticas pardas, se asomaron las mujeres. Más que su dolor, su burla, su accidentado reencuentro, su tragedia esta tarde, hoy lamentaron no salvarlo.

Será ejecutado, pese a todo.

Definitivamente, hoy es su último día de vida. Finaliza su historia de delitos.

Algunas imaginan que él habría sido un compañero afectuoso. Otras piensan, al verlo en vísperas de su agonía, que fue un perverso. Lo imaginan egoísta porque el sexo fácil, aburrido, ligero y apurado, sin prolongaciones, es frustrante e innecesario. Es un mal amante: ¿por qué formula una burla de un acto que puede ser tan placentero?

Sí. ¡Que muera! es lo que piden. De hoy en adelante, se sentirán tranquilas.

«¿Qué hicíste del deseo, el mío y el tuyo, Candelas?», meditan sus ultrajadas.

Una niña diminuta, traviesa, con una actitud despejada, se ofendió. Es demasiado joven para entender que alguien se avalanzara sobre ella. Se puso al tupe y le dijo: «¡No me toques!» Tenía todo el derecho a proferirlo. No quería esa experiencia, máxime cuando ese día se colocó un amuleto que llamaron la candorga.

Clara María, una caracoleta, tenía sus pechitos lindos, pero, por alguna razón, ese día no usó calzones. Se sentía desnuda. Vulnerable, avergonzada. No se puso una braga, pero se confió a una candorga entre los senos. Metió la planta de hojas largas en una carterita que escondió en su corpiño. Fue su manera de contrarrestar lo que dijeron que serían brujerías. Sentimientos de culpa inducidos por ardides ajenas.

El hombre que ella ama ni le silva. ¡Y ella es tan linda! Está enamorada. La ignoran porque si fuese una pared, un rincón, una sombra, dolería menos que nadie ni la observe y no se explicaría lo sucedido con Candelas.

Luis Candelas la vio. Se llenó de deseos. El dijo en mal momento:

¡Hasta un pendeja como ésta se me place!

Ella se inclinó sobre un muro en una calle oscura. Se le ocurrió irse a caminar en la noche, amparada por una candorga. Superticioso recurso. Y no tenía un calzón que evitara que esa mano comenzara en escarbar bajo la falda y se excitara al grado de inclinarla sobre el muro. «Quieta, chiquita».

Fue ella la que dijo tantas groserías. El no podía llegar así a su alma ni a su instinto. Linda y vulgar no fue química que a él satisfaciera. ¡Qué lengua larga! Hasta le suplicó con besos: «¡Cállate, cállate!»

Luis Candelas no quiso dinero esa vez; pero le vio los senos y la tentó entre las piernas. Y fue feliz. Su contento fue más que cuando halló en su víctima algunas joyas en oro, diamantinas y depósitos de prenda que se vendarán en metálico. Ese día él estuvo jocundo por causa de una caracoleta. Una jovencilla insignificante, una espigada adolescente, una mierda de ser, virgen, tonta si se quiere, alborotosa.

Apenas se la apercochó sobre un muro; pero, ¡qué escándalo!

«Gusano, ¿cómo dijíste que te llamas?», tuvo que decirle. Ella fue el colmo de los aspavientos de virtud. Es casta. Tiene dizque novio. Alguno que la lleva a esos extremos de utilizar candargos y comprar brebajes de amor y hechizos contra rivales imaginarias.

Por su lado, él era un seductor. Ella, lo más vulgar que le entregó la noche.

La Guardia vino por oír el quejido de esa lamia, sus ganas de gritar ya que tiene un candargo, un amuleto.

Creyó que Dios la honra, contra todo riesgo y escasez de salvación.

Ella ni siquiera supo la dimensión del monstruo. Es Luis Candelas su agresor. Ni más ni menos.

¡Más que el peor rival de los amores, enemigo de virtudes, es la candargo!

En el día fatal de su encuentro, no toleró a nadie. La migrañas la tuvo en luto y sus vasos sanguíneos se dilataron a tal grado le dolió hasta que sacaran un yerbajo que fue su riqueza, su consuelo por aumentar la serotonina y las almendras de sus ríos de sensación y de romanticismo.

Gritó a todo pulmón.

«Me roban la candorga y la paz».

Estaban a punto de violarla. Candelas descubrió, con su mano artera, vellos púbicos; pero, Clara María fue una sirena y un peligro. Dio fe a su candarga y echó gritos y atrajo las protecciones sospechadas.

El seductor no tuvo ni tiempo de escaparse. Según pensó, Clara María no podría vencerlo. Eran una caracoleta, diminuta, fácil víctima para un amante de recursos, verga de hondo calado, intensa transmisión de sensaciones, su habla persuasiva, su delicado verbo...

La caracoleta creyó muy poco en sus palabras. Gritó, lo rodeó de gendarmes después de patearle los cojones y aturdirlo con su fe en una yerbajo de hojas largas que escondió en su pecho.

05-02-1988 / Berkeley y yo

*

* * *

Homenaje a Arturo Rimbaud

La vieillerie poétique avait une bonne part
dans
mon alchimie du verbe: Arturo Rimbaud

Te conocí y nunca te enteraste que así fue.
Te amé, si es que amar significa apropiarte,
querer ser tú, develarme en tu esencia
y que en la mía te develes y digas, al final:
Somos uno. No somos rivales ni contradictorios.

La vida nos unió, casualmente, por un libro viejo, apolillado,
tu poesía. Recuerdo que se editó en Argentina
y te tuvo en sus páginas como un cadáver nuevo.
Te cubrió la misma hojarasca
que me oculta, que encima de mí se reposa
para que no lea tu nombre y no mire tus entrañas,
agusanadas con todo: mil y una
metáforas de la creación y la cultura.

Yo quise huir de mi casa. Nunca lo conseguí.
Amé demasiado a Mamá, a la madre que tú odiabas
porque esa es tu fuerza, odiar y destruir,
para perfeccionar el amor. Tú no quieres beatitud
ni bautismo ni ritual ni rodillas
(eres más tremendoque yo):
«Je suis esclave de mon baptême».

Tú eres más mago que yo. Conocías más secretos.
Podías escapar a todo e inventar quien te espere.
Tú andaste de la mano de Verlaine; yo no.
Podías hacer y serte muchas cosas
desde la precocidad y el genio de tus ganas de vivir.

Yo era más triste y más vacío. No tuve alas,
Arturo; ¿no ves que por eso te envidié?
¿O fue que te quise más allá del quererlo?
Nunca tuve a nadie a quien abrazar en París
ni leí la poética de Orígenes. Yo no supe
qué es teleología. Aún tengo
el corazón robado. No tú, imagino que no tú.

Ninguno pensó en mí como un arcángel
ni confió que sería un Poeta (con) las suelas de viento;
yo era sedentario y no me levantaba ni la brisa,
yo era pesado como un monte de roca
que no quiere caer ni gusta la erosión.
Yo fui uverillo de playa o de río
(y nadie ya come de esos higos;
para quien no se alimenta también poco es
su fruto y su ámbito expresivo.

A la edad de 16 años, díste fruto; a los 19 años,
lo creaste todo y dijíste: «Ya no más. Punto».
Tú eres un genio; eras padre e hijo.

Y yo, amante de tu paso, aún no abandono el arte.
Ni tengo nada. Deudas tan sólo, amores aún desconocidos.

Iras y rebeldías aún no fecundadas.
¡Si yo fuera tú, tan precoz y productivo!

No puedo renunciar. No he dicho nada.
No me sabría justificar. Me falta vida, aventura,
comprensión, porque la Tradición me echa el guante
a cada paso. Aún no me es ajena, aún no me enardece
la sociedad podrida para iniciar mi punto de partida
y la ruptura final. El desencanto.

2.

Je dis qu'il faut être voyant, se faire voyant. Le poète se fait voyant par un long, immense et raisonné dérèglement de tous les sens: De una carta de Rimbaud a Paul Demeny (15 de mayo de 1871)
Obrero de Alejandría, traficante de marfil,
capataz de canteras chipriotas, comment-est-ce va?
¿Por qué ya no crees en el verso, por qué no veo
la evidencia de que te exploras a tí mismo?
no me consta el inmenso, largo y deliberado viaje
con que razonas la dérèglement de tus sentidos.

Me dijeron que ya no acudes a los círculos de París.
A nadie conozco en el Mar Rojo que me ofrezca un indicio
de qué puede un poeta andar haciendo en las islas
de aquí o acullá. ¿Quién te enseñó a vender cueros
o exportar los marfiles? ¿o fusiles? ¿cambiaste
el verso por el oro, explorador? ¿es cierto que estás
irascible y desencantado porque ya no hay
solidariosde verdad, misericordiosos de verdad,
amantes de verdad,poetas de verdad,
revolucionarios de verdad, en el mundo?

En el mundo que víste la palabra y la poesía
perdió su magia / musa / practicalidad / su significado
original y fecundo, su fuerza, su esencia, su epifanía;
ya no porta sentido. Es pose, flatus vocis, hipocresía,
trivialidad, adorno, ¡Arturo, amigo!
Eso será en París, junto a malditos.
Yo te veo, Niño Terrible, y contigo me han nacido
las ganas de cantar con la palabra que tomó,
por tí, todos los sentidos, todas las iras de un volcán.

Compulsivo viajero, andariego Rimbaud,
verdugo de las cursilerías, iconoclasta,
decidor temprano de tu No, finalizador precoz del Sí,
tú que dice pan al pan y vino al vino, tú que a nada
has temido, llévame contigo a donde vas.

Adelantado a la poesía revolucionaria,
irrespetuoso que a tí mismo llamas patán y del hogar
te burlas y a la madre regañas, con sutil temor
(aunque menos que yo), llévame donde pueda
descreer, a una tierra sin ídolos,
tierra del nuevo canto social.

Trasládame a donde pueda presentir
mi Oriente místico y huela la mirra de verdad,
la pureza de verdad, razas antiguas de verdad,
mitos de verdad... donde los brahamines conversan,
sin un centavo encima, llévame, amigo marginado.
Condúceme a donde enseñan proverbios y agonía,
no como un show, como evidencia
inmediata e inequívoca de autenticidad.

3.


J'ai vu le soleil bas, taché d'horreurs mystiques, /
Illuminant de longs figements violets,
Pareils à des acteurs de drames /
très-antiques:
Arturo Rimbaud

En un atardecer, como el que dices, manchado
de místicos horrores. Desde la orilla de una playa,
te ví como un actor de los arcaicos tiempos,
fluyendo como ola, te hundías.
«Mon triste coeur bave à la poupe».

No sé lo que decías, pero espumeaba tristemente;
tú popa náufraga. Y, sin embargo, tú... de quien dije,
te conozco y tú no me conoces, gritaste como una ola
vestida de violáceas y largas iluminaciones:
«Vine a buscarte, Carlos»,
para la próxima cumplimentación del lenguaje ansiado,
el solidario, el íntimo, el más puro en intenciones,
«vine a buscarte», para que sea juntos que maldigamos
las cosas, hiperactivos y libertinos
en extremosde renovación, «melancólico, Carlos, vine,
para hablar de los pecados de la carne
mientras vamos pecando por las Islas de Chipre».

Tú pecarás conmigo desde hoy y sabrás
qué delicioso es, rabiarás contra la incomprensión
y sabrás qué delicioso es rabiar, gozarás el ocio
y la apatía y sabrás que deliciosamente se distribuye
la pereza y el cinismo, «vámonos de fiesta, niño,
que me falta en el viaje otro amigo».

Y, a nados llegó a mí, Arturo, arcángel y mago mío,
Arturo, el quiso «crear nuevas flores, nuevos astros,
nuevas carnes, nuevas lenguas» y al que siempre
animé, sí, créalas, pero que sean nuevas flores de verdad,
nuevos astros de verdad, nuevas carnes de verdad,
nuevas lenguas de verdad...

Y se acercó, ¡oh, mamá! vino a Arturito al fin.
Y te ví, enfermo y con una pierna menos.
Y lloré compadecido. No te imaginé canceroso
ni tan triste ni tan arrepentido.

Náufrago y pobre, pero viene por mí,
iay mamá! por mí. Estuve eufórico y ella me pidió
silencio, menos entusiasmo. Y lo observó.
El fue quien dijo:
«¡Debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos!»

Añadió: «En fín, pediré perdón
por haberme alimentado de mentira.
Adelante. Y no veo ni siquiera una mano amiga.
¿Y dónde pedir socorro?»

El deliraba. Seguro que alcanza a enterarse.
Arturo Rimbaud, aquí.
¡Aquí, quien te ha esperado, con su mano abierta
y su socorro en vilo; Arturo Rimbaud, aquí, compañero
en la alquimia del verbo; aquí quien te advierte
que acabe tu 'temporada en el infierno!'

Carlos López Dzur / Dossier: CLD



* * *

Elsa Fernández-Santos (España)

Rimbaud, más allá de su leyenda

Para Albert Camus era el más grande de todos, y Patti Smith lo consideraba el primer poeta punk. A Arthur Rimbaud (1854- 1891) le bastó un libro, Una temporada en el infierno, para convertirse en mito. Tenía 18 años y poco después decidió que la literatura había muerto para él. Quería vivir todas las vidas. Y, aunque murió a los 37 años de un cáncer de huesos, casi lo consiguió. Prometo ser bueno: Cartas completas (Barril & Barral) reúne la correspondencia completa del poeta. Misivas autobiográficas que revelan los miedos y anhelos en la desesperada voz de un hombre condenado a errar, que viajó incansablemente, fue profesor, mendigo, explorador, comerciante, traficante de armas y hasta miembro de un circo. La desamparada huida de un poeta cuyas consignas visionarias: "Yo es otro", "Hay que ser absolutamente moderno", "La verdadera vida está ausente", le convirtieron en el gran mito de la rebeldía adolescente.

Lejos de esa imagen, su correspondencia, inédita hasta ahora en España, descubre a otro Rimbaud. Más íntimo y alejado de la leyenda. Inquieto, irascible e insensato, también creció y añoró sentar cabeza.

«¿De qué sirven estas idas y venidas, estas fatigas?», escribe en 1883.

El libro incluye el 'dossier' con el juicio por el disparo a su amante, Verlaine.

«En fin, nuestra vida es miserable, una miseria eterna. ¿Para qué vivimos?»

Inquieto, irascible e insensato, también añoró sentar la cabeza. En 1883 confiesa a los suyos el deseo de tener una familia:

«Isabelle [su hermana] se equivoca con su decisión de no casarse si alguien serio y experimentado se presenta, alguien con un futuro. La vida es así y la soledad es mala cosa. Yo echo de menos el estar casado y tener una familia. Pero estoy condenado a errar [...] ¿De qué sirven estas idas y venidas, estas fatigas, estas aventuras junto a razas extranjeras, estas lenguas con las que uno se llena la memoria y estas penas sin nombre si no puedo, pasados algunos años, descansar en un lugar que me guste, encontrar una familia y tener un hijo con el que pasar el resto de mi vida, educándolo como quiera, crear y armar la instrucción más completa que alguien pueda esperar, y que lo vea convertirse en un ingeniero prestigioso, un hombre rico y poderoso gracias a la ciencia?»


Y en 1889, el poeta muestra un apego familiar impropio del mito: «Mi querida mamá, mi querida hermana: al mismo tiempo que me excuso por no escribiros más a menudo, aprovecho para desearos un feliz año 1890, una buena salud. Sigo muy ocupado y me comporto lo mejor que soy capaz mientras me aburro mucho, mucho. Recibo también pocas noticias vuestras. Sed más prolijas y no dudéis que soy vuestro servidor».

Atrás quedan la rabia y el entusiasmo de sus cartas a Paul Verlaine, amante, que cansado de su joven y embarazada mujer huye con él y le llama «el hombre de las suelas de viento».

La relación de Verlaine y Rimbaud no tardó en convertirse, tal y como la definió el propio poeta, en las de «un marido infernal y una virgen loca». En julio de 1873 escribe:

«Vuelve, vuelve, querido amigo, amigo único, vuelve. Prometo ser bueno. Si me he mostrado desagradable contigo, fue tan sólo una broma; me ofusqué, me arrepiento de ello más de lo que eres capaz de imaginar. Vuelve, todo se habrá olvidado totalmente. ¡Qué desgracia que te hayas tomado en serio esta broma! No paro de llorar desde hace dos días. Vuelve. Sé valiente, querido amigo. Nada está perdido todavía. [...] No me irás a olvidar, ¿verdad? No, no puedes olvidarme, yo te llevo siempre conmigo».

Además de las cartas, Prometo ser bueno (que el lunes se presenta en Madrid en una jornada en el Centro Cultural Moncloa que incluye un recital de poesía, un concierto, una mesa redonda y la proyección de un documental) reúne el con las declaraciones e interrogatorios sobre el disparo a Paul Verlaine, las cartas de su hermana Isabelle a su madre y un artículo, de cuya autoría no se tenía constancia hasta 2008, publicado con el seudónimo de Jean Baudry en una revista en 1870.

La vida dejó su huella en el poeta de los ojos azules («Me porto bien, pero el pelo se me encanece por minutos. Hace tanto tiempo que esto sucede que temo que mi cabeza parezca ahora a la de una borla de maquillaje. Resulta desoladora semejante traición del cuero cabelludo, pero ¿qué hago?»). Hasta que en 1891, meses antes de que le amputen la pierna carcomida por el cáncer de huesos que le matará, pide a su madre que le envíe unas medias para aliviarle.

«Me encuentro mal. Tengo en la pierna derecha varices que me hacen sufrir mucho. [...] Hazme este favor: cómprame un remedio para las varices, para una pierna larga y enjuta. [...] La mala alimentación, los alojamientos malsanos, las ropas demasiado ligeras, los problemas de todo tipo, el aburrimiento, la rabia permanente en medio de negros tan imbéciles como canallas; todo esto ataca profundamente la moral y la salud en muy poco tiempo. Uno envejece muy rápidamente aquí, como en todo el Sudán».

Ya con la pierna amputada, en un hospital de Marsella, incapaz de dormir y descansar por los dolores, le escribe a su hermana Isabelle:

«Mi querida hermana: No me has escrito. ¿Qué ha pasado? Tu carta me asustó, me gustaría tener noticias tuyas. Espero que no sean nuevos problemas, ¡ya tenemos bastantes! No dejo de llorar día y noche, soy un hombre muerto, lisiado de por vida. [...] No sé qué hacer. Todo esto me ha vuelto loco: no consigo dormir ni un solo minuto. En fin, nuestra vida es miserable, una miseria eterna. ¿Para qué vivimos? Enviadme noticias».

Madrid / Tomado de Elpepicu

* * *

Arthur Rimbaud (Francia)

El ángel y el niño

El nuevo año ha consumido ya la luz del primer día;
luz tan agradable para los niños, tanto tiempo esperada y tan pronto olvidada,
y, envuelto en sueño y risa, el niño adormecido se ha callado...
Está acostado en su cuna de plumas; y el sonajero ruidoso calla, junto a él, en el suelo.
Lo recuerda y tiene un sueño feliz:
tras los regalos de su madre, recibe los de los habitantes del cielo.
Su boca se entreabre, sonriente, y parece que sus labios entornados invocan a Dios.
Junto a su cabeza, un ángel aparece inclinado:
espía los susurros de un corazón inocente y, como colgado de su propia imagen,
contempla esta cara celestial: admira sus mejillas, su frente serena, los gozos de su alma,
esta flor que no ha tocado el Mediodía :
«¡Niño que a mí te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;
habita el palacio que has visto en tu sueño;
¡eres digno! ¡Que la tierra no se quede ya con un hijo del cielo!
Aquí abajo, no podemos fiamos de nadie; los mortales no acarician nunca con dicha sincera;
incluso del olor de la flor brota un algo amargo;
y los corazones agitados sólo gozan de alegrías tristes;
nunca la alegría reconforta sin nubes y una lágrima luce en la risa que duda.
¿Acaso tu frente pura tiene que ajarse en esta vida amarga, las preocupaciones turbar
los llantos de tus ojos color cielo y la sombra del ciprés dispersar las rosas de tu cara?
¡No ocurrirá! te llevaré conmigo a las tierras celestes,
para que unas tu voz al concierto de los habitantes del cielo.
Velarás por los hombres que se han quedado aquí abajo.
¡Vamos! Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Y que tu madre no se vele con lúgubre luto;
que no mire tu féretro con ojos diferentes de los que miraban tu cuna;
que abandone el entrecejo triste y que tus funerales no entristezcan su cara,
sino que lance azucenas a brazadas,
pues para un ser puro su último día es el más bello!»
De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada...
y lo siega, sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo.

Ahora, el lecho guarda sólo unos miembros empalidecidos, en los que aún hay belleza,
pero ya no hay un hálito que los alimente y les dé vida.
Murió... Mas en sus labios, que los besos perfuman aún, se muere la risa,
y ronda el nombre de su madre;
y según se muere, se acuerda de los regalos del año que nace.
Se diría que sus ojos se cierran, pesados, con un sueño tranquilo.
Pero este sueño, más que nuevo honor de un mortal,
rodea su frente de una luz celeste desconocida,
atestiguando que ya no es hijo de la tierra, sino criatura del Cielo.
¡Oh! con qué lágrimas la madre llora a su muerto
¡cómo inunda el querido sepulcro con el llanto que mana!
Mas, cada vez que cierra los ojos para un dulce sueño,
le aparece, en el umbral rosa del cielo, un ángel pequeñito que disfruta
llamando a la dulce madre que sonríe al que sonríe.
De pronto, resbalando en el aire, en tomo a la madre extrañada,
revolotea con sus alas de nieve
y a sus labios delicados une sus labios divinos.

* * *

Ángeles Mastretta (Argentina)

Valiente aunque llorosa

No puedo. No he podido sacar del cuarto de mi madre el olor a vejez. Ya sacamos los muebles, la ropa del ropero, las persianas. Ya no quedan ahí sino piso y paredes, techo y aire. Pensé que sería el aire. Pero están siempre abiertas las ventanas, entra el jardín y da sus vueltas dentro, entra luego la noche y las estrellas, entran las nietas, sus amigos, los perros. Y sigue oliendo a viejo. Si ella lo supiera vuelve a morirse.

Siempre odió la vejez, nunca lo dijo. Quizás por eso fue que el olor entró tarde a su recámara, hasta el final, cuando ya ni su voz ni sus pestañas ni el eco de sus sueños pudieron defenderla de ser vieja. La vieja que pudiera oler a vieja. Antes murió que saberlo. Y su cuarto no olía entonces como ahora. Ha sido con los días, durante la quietud que dejamos ahí algunas semanas. Nada después de todo, pero tanto que se ha pegado la vejez a todo, aunque ya casi quede nada. Al menos eso dicen mis narices. No las de mi hermana. Ella siempre huele a futuro. Y a litigio. Quien litiga nunca huele a pasado. Bendita sea.

En cambio yo, empeñada en moverme a la carrera de los días, estoy presa de este olor que sí huelo, que también huele doña Juana, la cocinera. Ella que se ve siempre igual —seguro hace veinte años ya era idéntica—, porque se volvió anciana desde que dejó a su marido. Pero yo no he dejado al mío, ni él a mí. Bendito sea. No sé por qué: tantos maridos se van ahora con mujeres mil años más jóvenes. Con cabezas que aún no lloran a sus padres y no temen la falda corta. Ni la desnudez. Eso comparten las jóvenes mujeres con sus hombres viejos. A ellos tampoco les importa desnudarse. Se ponen bajo el sol de una mirada mucho más joven y supongo que hasta huelen distinto.

¿Y qué diría mi madre? ¿No les da miedo oler a viejo? Será el hábito. No ha sido un uso común que las mujeres anden con hombres mucho más jóvenes que ellas. Los hombres chicos están para ser hijos, no maridos. Así ha sido mil veces. Dormir desnudas con un joven —o no dormir, si el caso—, a las mujeres les cuesta incluso imaginarlo. Al menos a la mayoría de las que yo conozco. Y ni se diga a mí. Debo ser yo, soy yo la que ha puesto el olor por todas partes: mi cabeza, mi miedo, mi sentir este agujero por el cuerpo. Deben ser mis ojeras, mi delirio, mi empeño en no morirme de repente. Un empeño tan de mi madre.

Nadie creyó nunca la edad que tenía. Caminaba tanto y con tal orden comía, tan largo supo dormir mientras dependió de ella, que lo previsible era su eternidad. No como en su hermana, que contra toda orden médica ha vivido de un desorden al otro y, para pasmo de todos, sigue viva. Bendita sea.

En cambio yo, debo ser yo, que con tanto remover muevo hacia atrás todo lo que fue mío. Y a esta edad el que mueve hacia atrás mueve hacia la vejez que sólo vive de pasado. Por eso huele así este cuarto.

Quizás empezamos a olvidar las cosas del día para no recordar que nos hacemos viejos. Yo pierdo cosas todo el tiempo: pierdo el peine, la bolsa, las tijeras, el tiempo. Qué barato era el tiempo y qué caro se ha vuelto. De todos modos yo lo pierdo como quien no pierde oro. Lo pierdo preguntándome cómo cambiar el olor del cuarto de mi madre para sacar de ahí el recuerdo de su cuerpo enfermo, de su voz cansada como empiezo yo a estarlo de este cuarto.

Un día que no llega, voy a dormir aquí cuando quiera encontrarme con los volcanes y mi gente, al atardecer. Éste será mi rumbo en este rumbo que tanto ha sido mío sin serlo. De aquí vengo, de cerca de este cuarto soy, aquí están los recuerdos que ahora vuelven mientras me como un jitomate pensando en que mi abuelo los sembraba. Vuelven cuando sacamos las fotos de una caja y cuando a los cajones de mi cabeza ya no les cabe tanto como ayer. Vuelven, como los pájaros perdidos, los pregones que se repiten en mi barrio de México como se repetían en el de Puebla, sólo que yo, que antes ahí no los oía, he empezado a notarlos, como en la infancia. Ahora que todo es distinto, vuelven tan parecidos como vuelve, valiente aunque llorosa, la certeza de hoy. Estoy aquí, hay enfrente unos árboles y detrás un volcán, hay la tercera parte de mi vida esperando que venga yo a vivirla.

—¿Y quién es esta niña? —pregunto mirando a una criatura, vestida de bailarina, con los ojos pintados para ser cisne.

—Eres tú —dice mi hija que está conmigo hurgando entre las fotos. Bendita sea.

¿Soy yo? ¿Era yo? ¿A qué huele esa niña? ¿A mí? ¿Al cuarto? ¿A qué huele el cuarto? A nada. No sé. Si no lo notas tú, el cuarto ya tomado huele a tus hijos, a su infancia, a la ventana abierta y al jardín. No huele a nada el cuarto, huele a nosotros, a futuro y fantasmas bailando por el aire que mueve la memoria. No huele a nada viejo, huele a las nietas y al delirio de sus madres y a las cosas visibles de su abuela, que siguen siendo jóvenes. Huele a hoy. A martes, a marzo. ¿Quién es esta? ¿Eres tú? Bendita seas. Benditos los fantasmas y la nada que a nada huele y a futuro. Y a todo.

[Ángeles Mastrett es autora de Maridos, Mujeres de ojos grandes y Arráncame la vida]

* * *

Alejandro Drewes (Argentina)

Después del banquete (versión 4)
(...) con que ahora corono mi camino, este canto a mí mismo,
este poema, mientras grises cenizas y húmeros macizos
se dispersan en el finito cetro de tu reino.
Oscar Portela: CANTO A MI MISMO
Miro en torno en donde sólo quedan los restos
del banquete de los otros. Y digo que luego
incierta el alba se alce detrás del dosel
desta noche, del exceso y los ríos del vino
que nunca supo ser agua, pero en esta hora
de honda oscuridad sólo reina la náusea del mundo
y todo sin otro recato en amargo sueño yace.

Como las hojas convocadas por el azar de los vientos
de marzo aquí moran los cuerpos, como barcos
a mitad del proceloso mar de su destino, derivando. Cada uno
lleva la marca en el rostro. Hay en ellos un tiempo que muere,
y un cielo gris en preludio de grande borrasca. Nada más
que la luna en altura celeste y su denario lanzado al hondo
pozal de los astros: aterrada sombra que cruza el país del espejo.

Alejandro Drewes

* * *

Viento Sur (II)

como una hoja
en la noche sin fin
de los cuerpos,
algo deja sin embargo
el duro soplo
de este viento sur,
junto a la senda
de calladas
columnas rotas,
las palabras en fuga
y los días
propicios para el canto
como rojos
ciervos del alba
qué decir a la boca,
qué oscuro signo
marca la frente,
qué sola y qué triste
ciudad de los muertos,
qué otra cruz como llama
tiembla ahora en el viento

Alejandro Drewes

* * *

Hace 35 años fue asesinado:
Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard

United Press International / Tomado de Arquitrave

Hace treinta y cinco años, este 23 abril, fue asesinado a los 31 años de su edad, por las fuerzas represivas del gobierno de Misael Pastrana Borrero el más notable e ignorado poeta de la Generación desencantada, Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard [Santa Fe de Bogotá, 1943-1974], cuya obra y vida comienzan a conocerse.

Escobar fue el segundo hijo de una rancia familia de santafereños cuyos antepasados se remontan hasta Santa Teresa de Jesús y Calderón de la Barca, algunas de las esposas de héroes de nuestra independencia como Santander y el mismo Libertador, descontando su parentesco cercano con José Eusebio y Miguel Antonio Caro y varios militantes en las guerras civiles. Hizo estudios en el Gimnasio Moderno con algunos ex presidentes y ministros del despacho, pero pasó buena parte de su juventud en la España del estraperlo y la Europa de la rebeliones estudiantiles o participando en cenáculos y fandangos en la capital de Colombia junto a miembros de la clase ociosa vinculados a la Juco [Juventudes del Partido Comunista] o mamertos, la Jupa [Juventudes del Movimiento Obrero Revolucionario Independiente], o moirosos y pro chinos línea Mao Tu Chi y el Bloque Socialista o Troskistas, mientras se intoxicaba de Nietszche, Schopenhauer, Sartre, Malraux y Camus, aun cuando sus ídolos literarios fueron el poeta francés Jean Nicolás Arthur Rimbaud, muerto por causa de una gangrena cuando había decidido abandonar la poesía, y el austriaco Robert Musil, autor de la interminable Der Mann ohne Eigenschaften, una reflexión sobre la crisis del racionalismo y la búsqueda de una teoría del sentimiento que dé salida a las emociones atrapadas en un sistema asfixiado por la ciencia y la complejidad de la existencia. Otros libros que admiró fueron Ulises de James Joyce, la Odisea de Homero y Adán Buenosaires, del argentino Leopoldo Marechal.

Escobar Urdaneta de Brigard fue asesinado, luego de un despreciable robo a su apartamento y días después de las elecciones del 19 de abril de ese año, cuando se enfrentaron Alfonso Lopez Michelsen y Alvaro Gomez Hurtado, a la salida de una corrida de toros en Zipaquirá, por un miembro de las fuerzas secretas del régimen, el coronel Aureliano Buendía, acusado de haber participado en el secuestro de uno de sus tíos, el banquero, criador de vacas Holstein y ex ministro, Foción Escobar Urdaneta de Brigard.

Según las investigaciones recién publicadas en Paris por el investigador antioqueño Paul Monte de Olla, autor del enjundioso tratado Cabildeo y dineros públicos en la literatura bogotana en los tiempos de La Oveja Negra, Escobar no sólo dejó los manuscritos de un buen número de poemas, que incluye el prestigioso, extenso y eliotiano Cuaderno de hacer cuentas, sino un legajo de más de ochocientas páginas que fue publicado usando del nombre de un acérrimo contradictor de las reelecciones del doctor Álvaro Uribe Vélez por un par de editores inescrupulosos, que eliminaron del volumen, para abaratar la edición pirata, más de un millón de tildes, artículos definidos e indefinidos, pronombres, diéresis, apocopes y puntos y comas. La edición fue recogida por orden de la crítica literaria Cristina de Zaranka, madre de quien luego llegaría a la alcaldía de la capital sobre sus propias posaderas y las de un elefante.

La revista de poesía Arquitrave, en su edición de abril, se presta a hacer un homenaje al poeta Escobar con la publicación por vez primera del mencionado poema y sendos artículos de sus colaboradores Umberto Cobo y Renson Said, el prestigioso investigador literario de la Universidad Javeriana, experto en GGM.

Según los animadores, la obra de Escobar no ha sido divulgada por habérsele excluido de la Antología de una Generación Desencantada, que preparó para la Universidad Nacional en 1986 un innombrable a quien la revista Contubernio califica de sicópata y mendaz. Otras versiones sostienen que J. M. Granito influyó en la voluntad de Ciro Roldán Jaramillo para que Escobar Urdaneta, Elkin Restrepo y Gómez Jattín fueran descartados, de la hoy mítica edición que prologara un periodista de Alternativa.

Como un avance de tan preclara celebración, publicamos dos poemas de Escobar Urdaneta de Brigard, uno de carácter metafísico y otro erótico.


Espejo del espejo

No guarda el agua inmóvil del espejo
memoria de la forma: el movimiento
pasa y vuelve a pasar en el recuerdo
quieto de una quietud que fue reflejo.

Pero no guarda el agua del espejo
de la quietud la forma: sólo el lento
remolino de sombras de lo quieto
que antes de la quietud dejó reflejo.

Porque hay espejo y del espejo forma.
Pero ni el uno ni la otra informa
de lo que fue la forma: entelequia.

Hay el pasar: la sombra del olvido.
El recuerdo es reflejo ya perdido,
forma de su pasar: melancolía.

Ignacio Escobar

* * *

Soneto de Ángela haciendo el amor conmigo

Oye lo que te digo: no te duermas.
Senos como ojos,
tus fingidos enojos,
el insistente vello entre tus piernas.

Tu piel bajo mi lengua,
la trampa de tus ojos, tus sonrojos,
tus súbitos antojos,
y bajo mis dos manos tus nalgas frescas, tiernas.

El peso de tu cuerpo
y el recuerdo
del sabor de tu ombligo.

Para que tú lo sepas te lo digo:
si de esta diaria muerte no me he muerto
quiero hacer el amor sólo contigo.

[Santa Fe de Bogotá, 1943-1974]

* * *

El silencio es mi muralla

Por ELLA

Comienzo apretando los labios
para acallar quejas y lamentos,
sonidos que van por la corriente
Mientras me quedo en la historia,
sin la misma historia, alejada de todos.
Es una serena angustia saberse dispar,
lejanos de aquel amor tan certero,
donde perdimos el origen de la fuente,
el terreno en que lo buscamos, haya a lo lejos.
Por eso la vocación de olvido
va creciendo en la soledad
de la otra orilla del exilio,
cuando sumergida en los recuerdos
cantan tan jóvenes a mi silencio.
Solo a veces, de tarde en tarde,
la plenitud esta jubilosa
en una desolada laja
de rosada piel como un mármol
frió y sureño.

Ahí el silencio es mi muralla

S. V. © / Ella /

* * *

La marca

Hay una marca indeleble, bética
que elabora el destino magistral en el aire
la percibo cotidiana, cuando amanece y llama.

Me he vuelto indiferente
a su porfiada intensidad
casi incapaz de pactar con él nada.

Fatalmente el pálido tiempo va a ganar
pero su ficticio triunfo será una derrota
pues ya he extirpado toda razón
de mantenerme viva.

Cuando el afecto está en el crepúsculo,
mientras el sonoro rotar del mundillo
me provoca una mueca de espanto,
siempre estoy partiendo.

He visto la senda del destino
pero mi vida siguiéndola
estrelló varios horizontes
en un no tiempo obligado.

Es la estrella del naufragio
que nos deja inalcanzables, fuera,
en el despertar del exilio eterno.

S.V. © / Ella / Tomado de Grupo Literatura: Bolivia

* * *



María Arrillaga (PR)

Ozymandias-Flamingos

a José Ferrer
Después de ver Cyrano, la película, me acosté a dormir
Me encontré con él en sueños
No con la nariz tan larga y fea que le mereció el codiciado galardón del Oscar
Sino con la belleza de un hombre completamente vestido de blanco
Acabado de afeitar, bien peinado, a la moda el cabello
Perfectamente acicalado estaba
Vestía
Traje, camisa y corbata, calcetines y zapatos
Todo del más puro blanco
Lo rodeaba el aura de hombres de valía
Desde la percepción de mis recuerdos
En inesperados encuentros
Tales como JFK, Cassius Clay
Y Eugène Boch, el poeta belga que pintó Van Gogh,
Con aureola de chispeantes estrellitas,
como telón de fondo para su retrato
Cyrano se paseaba por una apretada, pequeñísima librería
En su vieja ciudad caribeña, sabrosa y elegante
Disfrutaba portadas, acariciaba títulos
Maestro impecable actuaba, así como las cautivantes palabras
que a Roxanne le dirigió en el film

Días después miré embelesada la evidente versión de su aspecto casi niño, juvenil,
parte de un atractivo grupo escultural al frente del panteón de la familia en el más celebrado cementerio
de la Isla, cuyo nombre es: Santa Magdalena de Pazzis

Aquí descansan personas meritorias arrulladas por el mar abierto a un lado,
mientras por otro, el famosamente infame arrabal, privilegiado en su entorno pintoresco
así como en su nombre: La Perla, da fe, como himno triunfal, del sentido de humor
inusitadamente único de los habitantes

¡Ahí está!
Nada menos que la inmortalidad
Cine, escultura, la memoria guarda la personalidad de una estrella de verdad en este gran teatro del mundo

Algunos años después, regresé anticipando la permanencia de aquello que había considerado
un cuadro imborrable y sin precio
Encontré en cambio toda suerte de partes de los cuerpos: trozos de manos
y brazos, piernas, troncos, cabezas desnucadas;
en fin, las piezas escultóricas, lastimeramente desbaratadas, yacían regadas por el lugar

Mi imbécil deseo se convirtió en abono para estos restos tan ardientemente deseados
¡Ay vándalos del Caribe, cómo se han atrevido!

«Ozimandias» se repite, me dije
«Contemplen mi obra, poderosos, desesperen»

De nuevo me dormí
Esta vez Derek Walcott apareció en mis sueños
Sus ojos extraordinariamente azules, enmarcados en su piel salada y oscura,
navegaron hacia mí, así como sus palabras del poema Omeros:
que pude dejar la conocida desesperación de los viajeros para comenzar nuevas empresas

Esta noche desperté con Bob Dylan a mi lado
Ni malhumurado ni distante estaba
Me hizo el amor
Vigorosamente y con pasión
A mí su mujer de las Islas

A veces una fantasía puede sanar
A veces una fantasía puede mantenerte intacto
A veces una fantasía se parece tanto a la realidad
A veces un sueño es la verdad

Ayer visité «Los comedores de patatas»
La luz de una humilde lámpara de kerosene ofrecía homenaje
a la lucha por la vida
Mientras apropriadamente iluminaba las caras arrugadas y toscas, las manos rudas
por el exceso de trabajo y el mísero sustento, las patatas, ganado con tanta dificultad

Todo el maravilloso resplandor ocre, oro y marrón me hizo sentir fuerte
Bien fuerte
No hay necesidad the entrar en cólera contra la muerte de la luz.

--oo000oo--

Ozymandias-Flamingos

To José Ferrer
After viewing «Cyrano», the movie, I fell asleep
I ran into him in my dreams
Not with the elongated ugly nose that earned him the coveted «Oscar»
But with the beauty of a man totally dressed in white
Freshly shaved, well combed, fashionable hair
Perfectly groomed
He wore
A suit, shirt and tie, shoes and socks
Everything the purest white
He was surrounded by the aura of deserving men
From the perception of my recall
In chance meetings of such as
JFK, Cassius Clay
And Eugène Boch, the Belgian poet painted by Van Gogh,
with a halo of twinkling little stars as background for his head
Cyrano earnestly meandered through a tightly packed tiny bookstore
In his smart and lush old Caribbean town
He feasted on covers, caressing odd titles
A master of impeccable acting, as the engaging words that to Roxanne he spoke in the film

A few days later I gazed enraptured at his unmistakable visage as a young boy
Part of a handsome group sculpture adorning the family pantheon
in the Island's most celebrated cemetery, Santa Magdalena de Pazzis is the name
Here the worthy rest lulled by the open sea on one side, while on another
the famously infamous slum, privileged by its so very picturesque site
and name: The Pearl, remains a paean to the inhabitants' unique sense of mirth

There it is!
Immortality no less
Movies, sculpture, memory guard the personality of a true star in the great stage of this our world

A few years later I came back anticipating the permanence of what I thought a priceless, indelible portrait
I found instead all sorts of body parts: arms, hands, legs, torsos, decapitated heads;
the pieces of the sculptures, so very sadly torn asunder, laid strewn around the ground
My imbecile desire became humus for the ardently desired remains
Oh vandals of the Caribbean
How dare you!
«Ozimandias» again, I said to myself
«Look on my works, ye mighty, and despair!»

I fell asleep again
This time Derek Walcott appeared in my dreams
Extraordinary deep blue eyes, framed in his salty dark skin, sailed forth
as did his words from Omeros: «I sang our wide country, the Caribbean Sea»
comforted me to the point I was ready to leave the familiar despair
of the voyager behind in order to embark on new ventures

Tonight I awoke with Bob Dylan in my bed
Neither cranky nor aloof
He made love
Vigorous, passionate love to me
His lady of the Islands

Sometimes a fantasy can heal
Sometimes a fantasy can make you whole
Sometimes a fantasy is so like reality
Sometimes a dream is true

Yesterday I visited The Potato Eaters The light of a humble kerosene lamp paid homage to the struggle for life
While it fiftly illuminated the coarse, wrinkled faces, the hands made rough by excess labor, the hard earned pitiful sustenance -the potatoes-

The splendid shine of ocres, gold and browns made me feel strong
So very strong
There is no need to rage against the dying of the light.

--oo000oo--

Revista Nombre / Francisco Madariega: Poeta Argentino / El alacrán literario / Poetas errantes / Carolina González Velázquez / Auras serenas: Maika / Fanny Jaretón: Palabras Salvajes

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