Wednesday, September 18, 2013

Las ideas de Papá y lo que pasa en Cuba

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Las ideas de Papá y lo que pasa en Cuba 


a Juan Rius Rivera,
a Gerardo Forest y Vélez,
a los boricuas en la manigua mambí
Nos tenemos que marchar!
¿Por qué? hoy nos preguntamos;
¡piensa! por qué abandonamos
esta cuna, este lugar!
¿Por qué este peregrinar?
¡Pepino es nuestro bohío!:
Juan Roure Marrero (pepiniano adoptivo)

1.

Asi lo cuenta Eulalia, madre de Lola: Para el año 1860, cuando el alcalde era Antonio Firpo, escucharon a don Manuel contar sus sueños guajiros. Era un deseo de hallarse con su amigo de juventud, desde la infancia. Nepomucerno La Pasca. Se escribieron por haberse redescubierto en parientes de Prat que emigraron a Cuba. Y fue en los años en que, durante la Guerra Civil en los EE.UU. (1861-65), Cuba se volvió punto estratégico para ambos grupos en lucha, la Unión Federal y la Confederación.

Los puertos cubanos fueron la base de trasbordos, adquisición de armas, puestos de observación y fuente de suministros, para cualquiera de los bandos. Los esclavistas del Sur, al igual que España, protegían la prevalecencia de la esclavitud. Y yo estaba orgullosa de papá porque él se llenaba a boca con emoción, no defendiendo la esclavitud, defendiendo una libertad que la quitan los que la prometen. Decía sobre la libertad cosas extrañas; pero ciertas. Le hubiera gustado, no ser niño en los tiempos en que los franceses invadieron a España. Atreverse a ser un héroe, antinapoleónico. Un héroe como Prim, que combatió la monarquía de los Borbones y de Isabel II y que se habría comido vivo a Napoleón, lo mismo que a Pepe Botella.

«La Pasca me dice en una carta: Sea por mí que vendan o se vayan, manumitidos, todos los esclavos a Norteamérica; para mí que se pelean allá es negocio. El negro oprimido en Cuba es motivo para guerra. Que se vaya el esclavo y se acaba el motivo. La guerra es beneficiosa; pero lejos del país en que uno vive... fíjate que tiene razón, hijita. La Pasca siempre fue listo», me dijo.

Y yo estaba orgulloso de él porque le dijo a Cangara, la paridora: Véte ya de aquí. No quiero más esclavos. El contacto con La Pasca te habría dado algunas ideas que no fueran las del mollejón de Coll y de Cardona, gente blanda, sin la energía tuya, sin amor a la tierra y al campo, porque es gente que estudia números y finanzas para robar, o hacer usura como los Amell y los Alers, ¿no te lo dijo Pedro Echeandía?

La administración colonial no tenía la mismas simpatías que los cubanos cultos, los escritores, profesionales y empresarios, que se confiaban en la fórmula: «Norteamérica sin esclavitud, Cuba sin esclavitud». En territorios rebeldes, la administración del Presidente Abraham Lincoln había declarado, en enero de 1863, la libertad para todos los negros sujetos a esclavitud. Sin embargo, sería hasta el año 1865 que la Abolición se confirmaría con la Decimotercera Enmienda de la Constitución y el gobierno de ocupación del Sur. La Era de la Reconstrucción.

Y estas cosas que son poltíicas influyen en las privadas.

Debió ser por influencia de La Pasca que Don Manuel cambiara tanto. Perdonó a Pedro, a quien odió profundamente. «No es Coll ni Cardona quien lo educa a usted. Ahora que lo pienso detenidamente, desde 1860, ha cambiado mucho. Maduramos ambos y recuerdo a Pedro y las ganas que tuvo de matarme, junto a Edelmiro. Y, de veras, hubiera podido hacerlo y no lo hizo».

Pedro daba gritos de libertad y redención negra en los campos, especialmente, en la hacienda de MIrabales. Edelmiro lo manumitió para callar que dijera todas las cosas que había visto. «Aún liberto dijo todo lo que quiso; había perdido honor y vergüenza, que es lo que más vale. Libertad y pelotas son meras pendejadas, lindas en la boca, pero feas en la vida, si no tienes honor ni respeto por la gente» (D. Prat) Descalzonándose, Pedro se jactaba de contar con pene más negro e imponent que la noche. Así como cada rasgo de su fisonomía. Grande, duro, musculoso, no quería que nadie dudara de su virilidad ni de sus reciedumbre.


2.

En 1861, cuando se publicitó en la prensa el asunto de las Leyes de Reforma, dictadas durante el gobierno de Juárez, la Iglesia del Pepino llamó a una Fiesta de Precepto. Don Manuel dio el día libre a sus peones. «¡Idos a misa!», incitaba él. «¡Rezad por mis hijos Cielo y Dominga!»

La peonada salió a pie, desde la madrugada, hacia el pueblo. Fueron a las misas especiales por la paz entre confederados  y unionistas en las Colonias americanas, paz en México y Santo Domingo. Se harían cantos y ofrendas por enfermos. ¡Limosnas pagadas por la protección divina a los enfermos de bubas, raquitismo y viruelas! Don Manuel hizo una donación para las misas.

Supimos que el párroco criticaría, en homilía de ese noviembre, el mal precedente establecido en México. El gobierno de los liberales, modernistas y ateos. También se dijo que el gobierno liberal de Juárez declaró la nacionalización de los bienes del clero, la separación de la iglesia y el Estado, la creación del registro civil, la secularización de los cementerios y el amparo de nuevos cultos.

«¡Herejía, herejía, disfrazada de libertad de consciencia, expresión civil y culto!», preanunció el párroco. Vieron al mismo Joaquín Martorell y su alcalde segundo, Francisco Caparrós, persignándo y gritando: «¡Pobre México!».

El año de la absolución de la esclavitud en las Tierras Americanas, Pedro, el Quebrao, andaba feliz. Salió de sus parejes solitarios. «Un día la misma cosa sucederá en El Pepino», dijo. Su mundo era Mirabales; pero supo sobre Lincoln y el Norte... y que allá se mataban por un poco de justicia para el negro. Se mataban los mismos blancos del Sur y del Norte.

«¡Que sé yo, peleaban para que no haya esclavitud! ¡Se acabó la esclavitud!», Pedro el Quebrao, gritaría felizmente. «¡Pero arrecuelda que, si aquí en Pepino se acabara, tampoco habrán garañones a jolnal!», decía la gente para picar la cresta de aquel esclavo de los Prat, según un relato de Dolores.

«¿Y ya qué importa? Más vale la libertad que las pelotas», contestó.

Sobre el camagüeyano, José Agustín Quintero, también se habló en la Iglesia. Se supo que estaba en misión encargada por Jefferson Davis ante el Presidente Benito Juárez, en México. Peleó como mercenario al lado confederado y, aunque este ejemplo alegró a esclavistas como Amell, Orfila, Alers, Scharrón, o Arvelo, y yo estaba orgullosa de papá porque él se llenaba a boca con emoción, no defendiendo la esclavitud; esta vez mandaste a callar a Arvelo y Hermida Gavarres... Defendiendo una libertad que la quitan los que la prometen.

Prat, mi padre, decía sobre la libertad cosas extrañas; pero ciertas. «Citaste a La Pasca: mira a José Agustín Quintero, con su inesperada unión con los juaristas mexicanos. Nos descorazonó».

En su juventud, Francisco Amell, de Pepino, conoció a Quintero. En las fiestas navideñas y tertulias, se le llamaría traidor. Amell mostraba su cultura política de tintes anti-abolicionistas e incondicionales. Escarnecedor del amigo de su juventud. «Y yo estaba orgullosa de tí, cuando dijíste ante el mismo Nuñez, antes de que se pelearan tanto: Luis Padial Vizcarrondo, de pronto abolicionista, con un nombre que se baraja para la diputación en Cortes, estuvo sofocando como militar a los que piden libertad en Santo Domingo. Quiero saber y no entiendo eso de liberal; liberales y matando a negros, por ser antimonárquicos. Estuve orgulloso de usted, Manuel».

Aquel día tras su pelea y un accidente que no vale recordarse, Manuel Prat y Ayats había dicho: «Es la mejor cosecha de café y viandas en muchos años y no permitiré que el duelo por la muerte o las heridas de algún peón ensombrezca la celebración».

Y como siempre, se efectuó la Fiesta de la Cosecha.

El caballo de Don Manuel destrozó uno de sus testículos del que había sido una leyenda. El pasante médico vino y extirpó. «¡Una trompada del catalán fue lo que echó a Pedro al suelo! Al caballo Canelo le creció fama, sólo por brincarle encima de un güevo».

3.

Y Pedro acumuló mucho rencor, a partir del accidente. Habría preferido morir a conciliarse con esta realidad: ¡un testículo menos! No dio otro hijo a la hacienda, aunque él dijera que sí. Sin embargo, ni Prat ni sus mayordomos exigieron las tareas de lechiga que antes tuvo. Sus días cachondeos terminaron. Quizás, por lástima o remordimiento, Papá se hizo de la vista gorda. El negro siguió de «ocioso, privilegiado tajalán» en Los Velez.


«Pero no me gusta verlo aquí, hijita. Que se vaya con todos los negros. Ya no quiero esclavitud, si me he quedado solo porque mis hijos se van».

«¿Quieres irte a Cuba? ¿Crees que no verás yankees allí?»

La mayor de las colonias del Caribe pagaba por los gastos de legación y sostenimiento de consulados españoles en Norteamérica. El contrabando de esclavos africanos, chinos y mexicanos, entraba al país debido al contubernio entre gobernadores y traficantes.

«Hay más yankees  en Cuba que en cualquier otro país del mundo, con la excepción de Gran Bretaña».

Los yankees  y los franceses fueron las únicas gentes que, colectivamente, mi padre Manuelito no tragó. Yo aprendí a discernir que este escrúpulo de paoa fue un germen, aún no maduro, de anticolonialismo. Y el anti-imperialismo va parejo, pero en mi tiempo no se hablaba tan claramente sobre eso. No había muchos libros y sobraba el miedo. Lo echaban los curas.

Con los curas, por ejemplo, el Padre Hilarión Gallardo, los vecinos y políticos de las villas locales consultaban los rumbos de la política en España y sus impactos locales. ¡Era tan difícil y cambiante! La amistad de los Prat con los Cabrero y Arocena permitía que éstos, el remanente de los Prat-Vélez y él, se politizaran y, estando ya Dominga Prat en España y ante mi negativa a dejar al barrio que amaba, ese mundillo fantasmal de Mirabales, al sur de Calabazas, acorralado por Guacio y Perchas #2, se me insistía en que Eulalia me educara por lo menos conservadoramente, «de modo que te cases con alguno, que venga y quiera tierras aquí, o que vea cómo sacarte a otros rumbos. Aprende, hija. Es por tu bien».

... mi padre (Manuel) todavía se jactaba de que llevó una vida peleonera. No fue afecto al machete, como se pelearía en Mirabales, mucho después... Lo elocuente y verbal no le quitaba rabia, adrenalina feroz. Le gustaron los duelos a puño y pistola; sí dio sus buenos golpes a Guillermo y a Tomás Nuñez, también se peleó con los abusadores dominicanos, los hijos del Alers, excepto Eugenio el afrancesado. ¡Los otros eran amigos del trago, el juego y el batuque! Un campesino le pedía prestado a Monsiú y él pedía su hija en garantía... Manuel se estuvo peleando con Pedro, otro negro que había adquirido para reproducir sus esclavas en la hacienda y que terminó bajo las patas del caballo Canelo... El abuelo peleaba por política. O hacía bilis con ella. Creyó en algunos principios y fue difícil para él ponerse una etiqueta, decir: «Tengo un partido».

Del libro inedito Cuentos sediciosos y bolivarianos

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