Wednesday, September 18, 2013

La carta de Dominga / CUENTO / CARLOS LOPEZ DZUR

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La carta de Dominga


A mi abuelita Doña Lola, hija de Eulalia Prat

Doña Dominga Prat fue una de las hijas de Don Manuel, inmigrante barcelonés que se estableció en Mirabales, barrio de Pepino (Puerto Rico) en los tiempos en que Laurent de Gouvion-Saint-Cyr, Mariscal de Francia y embajador en Madrid, envió un ejército invasor a Cataluña, después de destacar en campañas por Prusia. Y, por esta invasión, Laurent ascendió a mariscal. Luis XVIII de Francia lo hizo Ministro de Guerra en 1815. Y Manuel Prat, el inmigrante, terminó en Pepino.

Dominga fue la más pequeña de las que, ya bien casadas, se fueron a España. Duro regreso despues de conocer nuestros campos. Una sola, entre las hermanas, se quedó en Mirabales, la que se llamó Eulalia.

Eulalia recibía las cartas de Dominga. No había escuelas en los campos durante ese tiempo... pero, por cartas, una vez se aprendiera a leer, todo se podría preguntar y escribir en papel. Así se educaron quiénes fueron sus ancestros y sus descendientes.

La pepiniana Eulalia y Dominga, la españolita, coleccionaban sus cartas y las escribían a montones con preciosa caligrafía. Separadas se amaron más que juntas; se extrañaban intensamente. Las unía el correo. El papel.

Su padre tenía un primo, Francisco Permayer y Tuyet, casado con la menor de sus tías, Eugenia Ayats, quien comenzó a enviar libros a Pepino, una vez que sucedieron varias cosas: el fallecimiento de Don Josep Vélez Güemes y, en España, la expulsión de los franceses. Así tuvo Manuel Prat-Ayats libros suficientes para que sus hijas no fueran ignorantes y del montón.

Bernardino López de Victoria, Escribiente de Cuartel de Pepino, recibió a Manuel Prat, dándole cédula de vecino. Ante el Cura Delgado, lo refirió y le sirvió de testigo, padrino nupcial, a fin de que se casara con Nicasia Vélez-Cadafalch. El Teniente de Alcalde, Francisco González de Linares, vio que el joven Manuel Prat, ahora recién casado, fue más listo y conocedor de negocios, que Francisco José Vélez y otros parientes políticos y vecinos que se internaron por Las Furnias. Sabía leer, redactar, hacer números y cartas dotales e intervino como parte interesada y litigante en los deslinde de 1824 y 1825. Sí. Fue Don Manuel el primer maestro de sus hijas, porque su mujer, la linda Nicasia no aprendió a leer, aunque sabía rezar en voz alta con matizada voz. Sus hijas no sufrirían la desgracia de no expresarse con propiedad oralmente y por escrito.

Hecho casi inaudito para un villorio recién fundado como Pepino, Don Manuel sabía sobre la política. Llevó una buena relación con dos figuras que fueron controversiales. Una, Doña Josefa, su parienta política, a la que se llamó dentro de la familia de los Vélez originarios 'la hija desobediente'. Hubo tiempos en que se aludió a que fue Marquesa. O, al menos, por no heredar el título, se la reprendió por ser la concubina de uno o varios Priegos.

Nació en Mirabales, pero casi adolescente desapareció del fundo y, al fin y a la postre, se supo que se fue a vivir a México, amparada por la parentela extensiva del ex-Virrey Güemes, el ex-General Juan Francisco. Felipe de Borbón hizo a éste, a Don Juan, conde.

Al presentarse como parienta del mismo, Josefa fue educada exquisitamente. Visitó Europa y fue invitada a círculos selectos. Entre ellos, visitó el salón parisino de Julie Bernard y la casa de María de las Mercedes Jaruco, casada con el Conde de Merlin. En Inglaterra, tuvo reprendidos amoríos con José María Yparraguirre, a quien llevó a México para que continuara su vida galante y aventurera.

La pretenciosa Josefa le metió en la cabeza a Don Manuel Prat y Ayats que había nexos sanguíneos de su cepa con el Gobernador Juan Prim. Con ésto, más que hacerle favores, lo metió en líos. Posiblemente, en alguna ocasión, Juan Prim dio protección y amparos a Josefa, porque ella quiso introducirse en las sociedades madrileña y barcelonesa y, entonces, sólo contó con una fría recepción de sus credenciales por Gabriel Baldrich.

Un hombre politizado, sensitivo, don Manuel fue el primero en querer saber acerca de lo que, desde Barcelona, comunicaba su hija Dominga, quien escribía extensos pliegos, uno para cada miembro en la familia. A Eulalia le dedicaba muchísimos más. En el contexto de tales cartas, Dominga hizo veladas defensas de un gacetillero llamado Castelar. A los 33 años, Emilio Castelar fue considerado el más feroz de los periodistas y oradores republicanos y, a los 27 años de edad, había publicado su impresionante obra histórico-filósofica La civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo (1859).

Había mucha inquietud en España por causa de guerras carlistas y momentos cada vez más escalantes del radicalismo liberal. El General Narváez sofocó durante la llamada Noche de San Daniel a grupos revoltosos y, en la mortandad, se incluyeron para dolor de Dominga y su esposo, el Dr. Fermín Alicea-Güemes, amigos suyos, estudiantes de medicina que fueron compañeros de Fermín durante su larga época de estudios y que visitaban su casa, con esposas e hijos. Amistades lindas, de años.

Don Manuel no fue muy afecto a que le contaran sobre las evoluciones y hazañas de Prim, por muy familita suya que haya sido, sin que, previamente, él se educara sobre quién es o fue. Resultó que el capitancillo de marras fuerepublicano, unitario y anticlerical; lo mismo que la bribona de Doña Josefa. Lo utilizaron a él, lo engañaron.

Respiró profundamente. Tendría pues él que andarse con cuidado. Que no le pasen gato por liebre otra vez. Una vez fue suficiente. Soy conservador, soy nacionalista. Cantalunya, San Jorge y España: todo es uno.

Ahora su hija Dominga está muy lejos para recibir sus nalgadas; pero bien que, si estuviera en su casa en Mirabales, a sus años, él estaría pidiéndole cuentas acerca de esas simpatías con tipejos de calaña de Castelar, el Dr. Betances y otros que se mencionan en las cartas que Eulalia le esconde para que él no lea ni se enoje.

Se apareció, esa tarde, a cobrar sueldos y, porque Don Manuel lo mandó a llamar el profesor Coll y Britapaja. Hacía días que su hija Eulalia notaba a su padre preocupado, más que de costumbre tras la muerte de Edelmiro. Ella se escondió detrás de un árbol de mangó, se puso a espiarlos. Se imaginaba ya el por qué.

«¿Es cierto que usted leyó esta carta?»

Don Manuel sacó una decena de pliegos de papel. ¡La carta! Coll la hojeaba.

«Sí... sí, me la mostró la señorita Lalita». Volvió a ponerla en manos del viejo Prat.

«De mí que soy su padre, la escondió. «¿Cómo se explica eso?»

La carta cuenta que poco más de cuatro meses antes, el 10 de abril de 1865, el General Narváez reprimió duramente una manifestación estudiantil en favor de Emilio Castelar. Este fue, para entonces, director de La Democracia, periódico que Fermín, esposo de su hija Dominga, y ella se aficionaron a leer. Les llegaba desde Madrid mediante otros amigos médicos, liberales. Castelar fue procesado y se forzó su exilio a Francia.

A dos semanas de la revuelta estudiantil en Madrid, se temían mayores repercusiones entre el estudiantado barcelonés, donde los sentimientos conTra la reina Isabel II fueron tan negativos como en Madrid. Generales del prestigio de F. Serrano, J. B. Topete Carballo y Juan Prim, animaban entre universitarios, con ideas democráticas y simpatías por la Unión Liberal, la sospecha de que la reina no cedió al pueblo tan generosa parte de los bienes de la Corona como hizo creer.

No hubo tal altruísmo ante la difícil situación de la Hacienda Pública, sino la apañada y sutil componenda que Alejandro Món maniobró para beneficiar a la familia real, aún más que su habitual y parasitario consumo del fisco. Entre marqueses y condes, designados por nuevo cuño, arruinaban al país. Buenos negocios, disfrazados por el agradecimiento monárquico, se daban al canjear las lealtades rendidas por cartas de ejecutorias y títulos nobiliarios para cualquier petrimetre.

El pretexto de Dominga, al escribir sobre este tema y pedir que conservara este fragmento de correspondencia en secreto, fue mencionar a Prim y Prats (quien había servido en Puerto Rico), ahora desde una perspectiva menos despreciable que la que Don Manuel Prat le confiriera. Ella definía la situación que se vive en España por causa de políticos que sólo deseaban prebendas de reyes y príncipes, o de sus validos. Recordaba un tema que fue prohibido en la casa: las décimas y coplas de Las Golondrinas, que burlaron el nombre de los Prat, «llenándolo de bacines de mierda», como decía su padre.

«Ya lo decidí. Me voy a Cuba», dijo Manuel.

«Cuidado, don Manuel. No sólo España está llena de hebertistas. Las antillas están peor... Haití y Santo Domingo están como perros y gatos. México, con pura matazón, ejércitos de España, Inglaterra y Francia, son como muchos perros para una sola presa. Vea: México se despedaza. Hay gente airada,'enragés', calvatruenos, endemoniados por herejías anticristianas... Quieren venganzas, el endurecimiento del Terror... De ahí el por qué Robespierre mandó a guillotinar a Hébert... Ahora que en México se han metido los hebertistas para impulsar ideas ateas y atacar a la Nuestra Santa Madre Iglesia, hay que rezar mucho, don Manuel, porque, como en tiempos de Robespierre, son intereses extranjeros los que se barajan. Conspiran, pervierten y animan a la plebe a atacar a los amos. ¡Son alemanes y franceses en faena! ... Unos traen el socialismo alemán; otros el anarquismo francés y otros la masonería inglesa... ¿Cómo que irse a Cuba? Las antillas son ya provincias de los maquiavelos...»

«¿A dónde irse y estar en paz?»

«Ahí en Mirabales, ¿quién le molesta?»

«Si mi hija no me tiene confianza...»

«Pero, ¿dejar todo por miedo a ese tajalán que fuñe en las trastiendas? ¡Betances! Esos agitadores como Pancho Méndez, Betances, Ruiz Belvis, esos agitadores sueñan con Jauja... mire, don Manuel, ese Betances terminará como aquellos que son como él. ¡Guillotinados! ... Durante la revolución en Francia, a los pleiteros como él se los llamó 'jacobinos'. Pedían el sufragio universal, confiscación de propiedades a la nobleza y la clase pudiente en general, justicia social. ¡Qué va! Eso al parecer es bueno... Mi padre me contó sobre Luis de Saint-Just, enemigo de Dantón. Había apoyado el ataque de Robespierre a Jacques-René Hébert... Las ideas hebertistas son como el moriviví. Renacen, se multiplican como moscas, pero, al final, quedan en nada. Crean una crisis, por cierto, y adivine usted, don Manuel, ¿quién se apunta como el nuevo beneficiado?»

«¿Quien?»

«El yankee. ¿Ha oído hablar de ellos?»

«Allá hay negocio, al menos».

«¿Quién será peor, James Polk, presidente del Partido Democrático, que amenaza anexar a Cuba y el sur de México, o Lincoln, el republicano, que anda en la captura de Jefferson Davis, esclavista ardiente? Davis, ex-Secretario de Guerra con Pierce, favoreció planes expansionistas para Cuba y Nicaragua. Ofreció comprar... De eso hará doce años, don Manuel. Eso no se olvidará en Cuba, usted sabe... ¿irse a Cuba? ¿A quién tiene allá que lo espere, o lo vaya a proteger de la Guerra, que es polvorín a punto de estallar? ... ¡Váyase a Barcelona, si lo quiere es irse y llévese a Lalita! Cásela allá. Muchas cartas y conceptos en cabecita de mujercita tan linda como es ocio malo, no tener varón ni quehaceres. No tener criaturas a las que amamantar u hombre con quien dormir... O váyase a New Orleáns... pero venda ésto bien... a los EE.UU., hay que ir con plata. Aquí su trabajo, su hacienda, todavía valen... Quédese, si es éste un consejo válido y de su gusto que yo le pueda dar».

«Si me hija no me tiene confianza...»

«Ella lo adora a usted. Lo que pasa es que no quiere que sufra al saber cómo está la pobreza en España, cómo sube por cada provincia, de Barcelona a Madrid, en medio del descontento popular y los agitadores que lo promueven más».

3-9-1994 / De El corazón del monstruo [Outskirts Press, Denver, Colorado, 2005] / Libro de CARLOS LOPEZ DZUR

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