Thursday, October 31, 2013

Como si nada hubiera ocurrido / cuento



Como si nada hubiera ocurrido / cuento


Cuento

Cuando creyó que la noche había pasado sin incidentes, el policía, adormilado en su carro de patrullaje, se desperezó y observó varios zigzag en la marcha de un automóvil a lo lejos. Al verlo aproximarse, el patrullero le echó las luces y unas ruidosas alarmas. Iría por el conductor ebrio.

En medio de la oscuridad de aquella noche, a las 2:00 de la madrugada y para su asombro, descubrió que eran dos 'putasos simpáticos' y una adolescente, al parecer, ebria o dormida. Detenido los autos, aparcado el suyo, el policía revisó el área y condiciones externas al vehículo detenido, con la rutina debida. Tomó datos. Hizo salir del auto a los varones. Alumbró el coche con una linterna, sin perder de vista a los sujetos a los que pidió calma y manos a la cabeza. Los retiró a 30 o más pies de distancia, donde detuvo su carro-patrullero. Y les agregó: «De rodillas».

Cuando ya, a solas, iluminó el interior del vehículo, se le fue el aliento. Allí encontró una hermosura. Una muchacha que dormía en despatarre, con una faldita tan corta que le miraba un alma azul como cielo de seda, y le movió la quijada para que despertara, o saber que no estaba muerta. Con una mano, sobaba aquellos muslos, sintiéndolos deliciosamente suaves a su tacto. La delicia se transmitía hasta los cojones y su verga crecía. No. El no quiere despertarla, sólo ponerla en una posición adecuada.

Allá, a 40 pies del auto detenido, al pie del carro de policíaco, con manos en sus cabezas, la pareja espera. Oyen las comunicaciones en clave entre detectives y policías. Aburrido asunto. Los detenidos se preguntan por qué tarda el guardia en su indagatoria. «¿No es mejor que comience por ellos y deje a la niña dormida?»

El policía fue visto cuando se pasó al asiento trasero. Es claro, pese a la distancia. «¿Y qué realmente buscará?» Ella duerme. Oye ronquidos. Los otros, allí, vestidos de mujer, con las manos en la cabeza y muriéndose de frió.

El, alumbrándola, apunta a su rostro esta vez. Es linda. Hiede al alcohol ingerido. 

Se ha despojado del cinto, con banqueta y revólver de reglamento, porque cree que tendrá su presita de pollo en estas oscuras y desérticas noches, rumbo a Las Vegas.

Ha tenido que asomar la cabeza fuera del coche intervenido. Y gritar: «¡Manos a la cabeza! ¡Quietos y de rodillas, porque, si no disparo!» Allá, a cuarenta pies de distancia,no se detecta que él tiene las nalgas al aire, y que, en espacio reducido, tras el asiento delantero, es un experto. El uniformado, nalgas al descubierto, es hombre alto, más corpulento que delgado; más panzón que ágil, y sabe cómo se agita. 

Los detenidos rezan porque es mucho el dinero que traen en sus bolsos. «¡Ese sospecha algo! Reflexionan, si la niña,pervertida desde los 15 años para que se haga la inocente y les solape, solventará bien el reto.,En fin, por cansados, soñolientos y por un largo manejo y verse en la calle con ligeros vestidos, el frío se les cuela por debajo de las nalgas y es excesivo el pedido de tener las rodillas clavadas en un pizarral gravilloso. Hay razones de protesta.

«¡No aguanto más!», dijo uno que hizo carácter. Se puso en pie. 

«¡Detente!», alcanzó a verlo. Un ojo al gato y otro al garabato.

«Salga a interrogarnos. Denos la multa y acabemos con ésto».

«¡Vuelva a la esquina o le disparo, cabrón!»

Y, tan cercano es su asedio al policía, que lo observó pujando sus espasmos, semi desnudo y con la nena encima.
El patrullero se derrama sobre sus grises pantalones del uniforme. Calcula que, por no haber actuado con prudencia, ha de levantarse, abotonarse los calzoncillos, revestirse de abajo arriba, velozmente, y colocarse el cinto, la baqueta y el revólver. Y no olvidar la lámpara ni su libro de infracciones.

«Violaste la menor, policía! ¡Nuestra hija!», grita para sembrarlo en tierra de culpa y rociarlo con chantaje.

«Manos a la cabeza. ¡Los dos!»

El desobediente suelta la meada con displicencia procaz, mascullando:.«¡Maldito criminal, policía delincuente!»

El patrullero  se apresura a zancadas, de repente, con una mano en la pistola. Trae consigo el bolso de alguno. 

«Tenga su bolso. Termine y bájese la falda».

Comenzó anotar lo que juzgara la infracción. Que manejaban en estado de embriaguez. Puso la hora de su reloj en tal instante. Son tres los ebrios. Que la licencia está vencida y la foto no se parece a la persona para quien fue expedida. Que vio el auto zigzagueando... y fue lo ultimo que les dijo al autorizar que tomaran sus documentos y pertenencias. Las puso sobre la tapa del motor de la patrulla.

«Eso no es todo. A nombre de quien expida esa infracción y multa, haré una demanda y querella explícita. Lo acusaré de violar a una chamaca en nuestro propio auto», dijo el detenido.

«Y soy testigo. Vi que lo hizo».

«Okay. Váyanse y no jodan porque los acabo a tiros. Rompan la infracción. Olvidemos todo. Desharé mi copia», dijo el policía como dando concesiones.

«Pero el ultraje queda impune».

«Es el precio. Sospecho que los tres son inmigrantes indocumentados». 

Y ante esta amenaza, hacer que intervenga la Patrulla Fronteriza, se calmaron los ánimos.

Antes de irse, la pareja corrió a revisar los bolsos del billete. Se cercioraron que no tocó el dinero y el policía dispuso seriamente que se evadieran del delito como si nada hubiese pasado.

No es chiste de mal gusto. en la boca de quien dijo: «Se portó decente». Cantaron su buena suerte.  «¡Mira, nos dejó ir y no nos robó ni un centavo!» ..


22-09-2003 / CARLOS LOPEZ DZUR

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