Wednesday, September 30, 2009

Octubre 1, 2009 / Num 41 / Orange County



llustración en Bitácora de Steven J. Warren

Contenido 41

Tatiana Pérez Rivera
La delicia de Poe en español

Edgar Allan Poe
Eleonora

Julio Cortázar
Aplastamiento de una gota / cuento

Fanny G. Jaretón
Sensiblemente
Vocalización
Contínuo alegrato
Porfía

Rolando Revagliatti
¿Y... cómo anda la poesía?
Armé

Carlos López Dzur
Más vale maña que fuerza / cuento
El poeta que preserva la unidad

Pedro Du Bois
Ouvir
Credo

Arturo Cardona Mattei
Alma Dolida

Nicolás Hidrogo Navarro
La Nueva Narrativa versus la Poesía Lambayecana

Marcos Reyes Dávila
Una ciudad quetzal de este Zelaya

Eduardo Espósito
Tabula Rasa
Soneto descarnado

Laura Yasan
La poesía de Eduardo Espósito

Javier Rodríguez Marcos
Juan Carlos Mestre: Premio Nacional

Homenaje a Vicente Rodríguez Nietzsche

Revistas amigas


Cartas / Colaboradores

oo--000--oo


Tatiana Pérez Rivera (PR)
La delicia de Poe en español


Se asentó en Roma con su esposa, la traductora argentina Aurora Bernárdez, y allí Julio Cortázar comenzó a traducir al español la obra del afamado autor estadounidense Edgar Allan Poe en septiembre de 1953. Trescientos tres días más tarde, el argentino había completado 1,661 páginas que abrieron las puertas de un nuevo mundo narrativo al lector hispanohablante.

Obras en prosa de Edgar Allan Poe se tituló el trabajo comisionado por Francisco Ayala, entonces director de La Editorial, de la Universidad de Puerto Rico, y el cual se reedita este año para que la Isla se una a la celebración mundial del Bicentenario del natalicio de Poe.

Hoy miércoles 30, desde las siete de la noche, se presentará oficialmente la reedición en la Sala Francisco Oller, de la UPR, en Río Piedras. Si bien el contenido se mantiene intacto -los cuentos, ensayos y la única novela de Poe-, la nueva edición luce renovada con grabados que el artista Nelson Sambolín realizó influido por el imaginario poeiano.

Tomarán parte de la actividad Aurora Lauzardo, directora del programa graduado de Traducción; Carola García, actriz y profesora; Andrew Hurley, también profesor, y el artista Nelson Sambolín.

El trabajo sin duda pone de manifiesto la magia de la traducción. Según Lauzardo, aunque hay teorías de esta disciplina que enfatizan en la invisibilidad del traductor, «quien sólo debe ser un vehículo imperceptible que traslada un mensaje de una lengua a otra», en este caso éste no puede pasar desapercibido.

«Cortázar es un autor consumado, así que la silenciosa figura del traductor cobra prominencia», declara Lauzardo, «pero considerar que un escritor es mejor traductor es una navaja de doble filo. Sin duda tiene el don de la palabra, pero no puede alejarse de la realidad durante la reescritura. Además del dominio de la lengua, hay que tener unas destrezas y saber unas normas que un buen traductor conoce y aplica».

En el caso de este trabajo de Cortázar, considerado a través del tiempo como la mejor traducción al español del trabajo de
Poe, Lauzardo la define como «una maravilla». «Caigo rendida ante él cada vez que la leo», proclama la especialista.

[El jueves, 1 de octubre, la fiesta que provoca el lanzamiento de esta edición renovada que pone de manifiesto la pericia de Poe en diversos renglones de la escritura como el relato gótico que perfeccionó, se traslada a la librería Borders de Plaza Las Américas. (Puerto Rico)... Allí se celebró el bicentenario del estadounidense desde las siete, con una actividad dirigida por Millie Gil en la que leerán fragmentos de algunos de sus más famosos cuentos Rafael Lenín López, presidente de la Asociación de Periodistas; Aiola Virella, presidenta del Overseas Press Club; la periodista Liza Lugo, así como los actores Eugenio y Mariana Monclova].



oo--000--oo

Edgar Allan Poe (EE.UU.)
Eleonora / Cuento

Sub conservatione formæ specifícæ salva anima.
(Raimundo Lulio)

Vengo de una raza notable por la fuerza de la imaginación y el ardor de las pasiones. Los hombres me han llamado loco; pero todavía no se ha resuelto la cuestión de si la locura es o no la forma más elevada de la inteligencia, si mucho de lo glorioso, si todo lo profundo, no surgen de una enfermedad del pensamiento, de estados de ánimo exaltados a expensas del intelecto general. Aquellos que sueñan de día conocen muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche. En sus grises visiones obtienen atisbos de eternidad y se estremecen, al despertar, descubriendo que han estado al borde del gran secreto. De un modo fragmentario aprenden algo de la sabiduría propia y mucho más del mero conocimiento propio del mal. Penetran, aunque sin timón ni brújula, en el vasto océano de la «luz inefable», y otra vez, como los aventureros del geógrafo nubio, «agressi sunt mare tenebrarum quid in eo esset exploraturi».

Diremos, pues, que estoy loco. Concedo, por lo menos, que hay dos estados distintos en mi existencia mental: el estado de razón lúcida, que no puede discutirse y pertenece a la memoria de los sucesos de la primera época de mi vida, y un estado de sombra y duda, que pertenece al presente y a los recuerdos que constituyen la segunda era de mi existencia. Por eso, creed lo que contaré del primer período, y, a lo que pueda relatar del último, conceded tan sólo el crédito que merezca; o dudad resueltamente, y, si no podéis dudar, haced lo que Edipo ante el enigma.

La amada de mi juventud, de quien recibo ahora, con calma, claramente, estos recuerdos, era la única hija de la hermana de mi madre, que había muerto hacía largo tiempo. Mi prima se llamaba Eleonora. Siempre habíamos vivido juntos, bajo un sol tropical, en el Valle de la Hierba Irisada. Nadie llegó jamás sin guía a aquel valle, pues quedaba muy apartado entre una cadena de gigantescas colinas que lo rodeaban con sus promontorios, impidiendo que entrara la luz en sus más bellos escondrijos. No había sendero hollado en su vecindad, y para llegar a nuestra feliz morada era preciso apartar con fuerza el follaje de miles de árboles forestales y pisotear el esplendor de millones de flores fragantes. Así era como vivíamos solos, sin saber nada del mundo fuera del valle, yo, mi prima y su madre.

Desde las confusas regiones más allá de las montañas, en el extremo más alto de nuestro circundado dominio, se deslizaba un estrecho y profundo río, y no había nada más brillante, salvo los ojos de Eleonora; y serpeando furtivo en su sinuosa carrera, pasaba, al fin, a través de una sombría garganta, entre colinas aún más oscuras que aquellas de donde saliera. Lo llamábamos el «Río de Silencio», porque parecía haber una influencia enmudecedora en su corriente. No brotaba ningún murmullo de su lecho y se deslizaba tan suavemente que los aljofarados guijarros que nos encantaba contemplar en lo hondo de su seno no se movían, en quieto contentamiento, cada uno en su antigua posición, brillando gloriosamente para siempre.

Las márgenes del río y de los numerosos arroyos deslumbrantes que se deslizaban por caminos sinuosos hasta su cauce, así como los espacios que se extendían desde las márgenes descendiendo a las profundidades de las corrientes hasta tocar el lecho de guijarros en el fondo, esos lugares, no menos que la superficie entera del valle, desde el río hasta las montañas que lo circundaban, estaban todos alfombrados por una hierba suave y verde, espesa, corta, perfectamente uniforme y perfumada de vainilla, pero tan salpicada de amarillos ranúnculos, margaritas blancas, purpúreas violetas y asfódelos rojo rubí, que su excesiva belleza hablaba a nuestros corazones, con altas voces, del amor y la gloria de Dios.

Y aquí y allá, en bosquecillos entre la hierba, como selvas de sueño, brotaban fantásticos árboles cuyos altos y esbeltos troncos no eran rectos, mas se inclinaban graciosamente hacia la luz que asomaba a mediodía en el centro del valle. Las manchas de sus cortezas alternaban el vívido esplendor del ébano y la plata, y no había nada más suave, salvo las mejillas de Eleonora; de modo que, de no ser por el verde vivo de las enormes hojas que se derramaban desde sus cimas en largas líneas trémulas, retozando con los céfiros, podría habérselos creído gigantescas serpientes de Siria rindiendo homenaje a su soberano, el Sol.

Tomados de la mano, durante quince años, erramos Eleonora y yo por ese valle antes de que el amor entrara en nuestros corazones. Ocurrió una tarde, al terminar el tercer lustro de su vida y el cuarto de la mía, abrazados junto a los árboles serpentinos, mirando nuestras imágenes en las aguas del Río de Silencio. No dijimos una palabra durante el resto de aquel dulce día, y aun al siguiente nuestras palabras fueron temblorosas, escasas. Habíamos arrancado al dios Eros de aquellas ondas y ahora sentíamos que había encendido dentro de nosotros las ígneas almas de nuestros antepasados. Las pasiones que durante siglos habían distinguido a nuestra raza llegaron en tropel con las fantasías por las cuales también era famosa, y juntos respiramos una dicha delirante en el Valle de la Hierba Irisada. Un cambio sobrevino en todas las cosas. Extrañas, brillantes flores estrelladas brotaron en los árboles donde nunca se vieran flores. Los matices de la alfombra verde se ahondaron, y mientras una por una desaparecían las blancas margaritas, brotaban, en su lugar, de a diez, los asfódelos rojo rubí. Y la vida surgía en nuestros senderos, pues altos flamencos hasta entonces nunca vistos, y todos los pájaros gayos, resplandecientes, desplegaron su plumaje escarlata ante nosotros. Peces de oro y plata frecuentaron el río, de cuyo seno brotaba, poco a poco, un murmullo que culminó al fin en una arrulladora melodía más divina que la del arpa eólica, y no había nada más dulce, salvo la voz de Eleonora. Y una nube voluminosa que habíamos observado largo tiempo en las regiones del Héspero flotaba en su magnificencia de oro y carmesí y, difundiendo paz sobre nosotros, descendía cada vez más, día a día, hasta que sus bordes descansaron en las cimas de las montañas, convirtiendo toda su oscuridad en esplendor y encerrándonos como para siempre en una mágica casa-prisión de grandeza y de gloria.

La belleza de Eleonora era la de los serafines, pero era una doncella natural e inocente, como la breve vida que había llevado entre las flores. Ningún artificio disimulaba el fervoroso amor que animaba su corazón, y examinaba conmigo los escondrijos más recónditos mientras caminábamos juntos por el Valle de la Hierba Irisada y discurríamos sobre los grandes cambios que se habían producido en los últimos tiempos.

Por fin, habiendo hablado un día, entre lágrimas, del último y triste camino que debe sufrir el hombre, en adelante se demoró Eleonora en este único tema doloroso, vinculándolo con todas nuestras conversaciones, así como en los cantos del bardo de Schiraz las mismas imágenes se encuentran una y otra vez en cada grandiosa variación de la frase.

Vio el dedo de la muerte posado en su pecho, y supo que, como la efímera, había sido creada perfecta en su hermosura sólo para morir; pero, para ella, los terrenos de tumba se reducían a una consideración que me reveló una tarde, a la hora del crepúsculo, a orillas del Río de Silencio. Le dolía pensar que, una vez sepulta en el Valle de la Hierba Irisada, yo abandonaría para siempre aquellos felices lugares, transfiriendo el amor entonces tan apasionadamente suyo a otra doncella del mundo exterior y cotidiano. Y entonces, allí, me arrojé precipitadamente a los pies de Eleonora y juré, ante ella y ante el cielo, que nunca me uniría en matrimonio con ninguna hija de la Tierra, que en modo alguno me mostraría desleal a su querida memoria, o a la memoria del abnegado cariño cuya bendición había yo recibido. Y apelé al poderoso amo del Universo como testigo de la piadosa solemnidad de mi juramento. Y la maldición de Él o de ella, santa en el Elíseo, que invoqué si traicionaba aquella promesa, implicaba un castigo tan horrendo que no puedo mentarlo. Y los brillantes ojos de Eleonora brillaron aún más al oír mis palabras, y suspiró como si le hubieran quitado del pecho una carga mortal, y tembló y lloró amargamente, pero aceptó el juramento (pues, ¿qué era sino una niña?) y el juramento la alivió en su lecho de muerte. Y me dijo, pocos días después, en tranquila agonía, que, en pago de lo que yo había hecho para confortación de su alma, velaría por mí en espíritu después de su partida y, si le era permitido, volvería en forma visible durante la vigilia nocturna; pero, si ello estaba fuera del poder de las almas en el Paraíso, por lo menos me daría frecuentes indicios de su presencia, suspirando sobre mí en los vientos vesperales, o colmando el aire que yo respirara con el perfume de los incensarios angélicos. Y con estas palabras en sus labios sucumbió su inocente vida, poniendo fin a la primera época de la mía.

Hasta aquí he hablado con exactitud. Pero cuando cruzo la barrera que en la senda del Tiempo formó la muerte de mi amada y comienzo con la segunda era de mi existencia, siento que una sombra se espesa en mi cerebro y duda de la perfecta cordura de mi relato. Mas dejadme seguir. Los años se arrastraban lentos y yo continuaba viviendo en el Valle de la Hierba Irisada; pero un segundo cambio había sobrevenido en todas las cosas. Las flores estrelladas desaparecieron de los troncos de los árboles y no brotaron más. Los matices de la alfombra verde se desvanecieron, y uno por uno fueron marchitándose los asfódelos rojo rubí, y en lugar de ellos brotaron de a diez oscuras violetas como ojos, que se retorcían desasosegadas y estaban siempre llenas de rocío. Y la Vida se retiraba de nuestros senderos, pues el alto flamenco ya no desplegaba su plumaje escarlata ante nosotros, mas voló tristemente del valle a las colinas, con todos los gayos pájaros brillantes que habían llegado en su compañía. Y los peces de oro y plata nadaron a través de la garganta hasta el confín más hondo de su dominio y nunca más adornaron el dulce río. Y la arrulladora melodía, más suave que el arpa eólica y más divina que todo, salvo la voz de Eleonora, fue muriendo poco a poco, en murmullos cada vez más sordos, hasta que la corriente tornó, al fin, a toda la solemnidad de su silencio originario. Y por último, la voluminosa nube se levantó y, abandonando los picos de las montañas a la antigua oscuridad, retornó a las regiones del Héspero y se llevó sus múltiples resplandores dorados y magníficos del Valle de la Hierba Irisada.

Pero las promesas de Eleonora no cayeron en el olvido, pues escuché el balanceo de los incensarios angélicos, y las olas de un perfume sagrado flotaban siempre en el valle, y en las horas solitarias, cuando mi corazón latía pesadamente, los vientos que bañaban mi frente me llegaban cargados de suaves suspiros, y murmullos confusos llenaban a menudo el aire nocturno, y una vez -¡ah, pero sólo una vez!- me despertó de un sueño, como el sueño de la muerte, la presión de unos labios espirituales sobre los míos.

Pero, aun así, rehusaba llenarse el vacío de mi corazón. Ansiaba el amor que antes lo colmara hasta derramarse. Al fin el valle me dolía por los recuerdos de Eleonora, y lo abandoné para siempre en busca de las vanidades y los turbulentos triunfos del mundo.

Me encontré en una extraña ciudad, donde todas las cosas podían haber servido para borrar del recuerdo los dulces sueños que tanto duraran en el Valle de la Hierba Irisada. El fasto y la pompa de una corte soberbia y el loco estrépito de las armas y la radiante belleza de la mujer extraviaron e intoxicaron mi mente. Pero, aun entonces, mi alma fue fiel a su juramento, y las indicaciones de la presencia de Eleonora todavía me llegaban en las silenciosas horas de la noche. De pronto, cesaron estas manifestaciones y el mundo se oscureció ante mis ojos y quedé aterrado ante los abrasadores pensamientos que me poseyeron, ante las terribles tentaciones que me acosaron, pues llegó de alguna lejana, lejanísima tierra desconocida, a la alegre corte del rey a quien yo servía, una doncella ante cuya belleza mi corazón desleal se doblegó en seguida, a cuyos pies me incliné sin una lucha, con la más ardiente, con la más abyecta adoración amorosa. ¿Qué era, en verdad, mi pasión por la jovencita del valle, en comparación con el ardor y el delirio y el arrebatado éxtasis de adoración con que vertía toda mi alma en lágrimas a los pies de la etérea Ermengarda? ¡Ah, brillante serafín, Ermengarda! Y sabiéndolo, no me quedaba lugar para ninguna otra. ¡Ah, divino ángel, Ermengarda! Y al mirar en las profundidades de sus ojos, donde moraba el recuerdo, sólo pensé en ellos, y en ella.

Me casé; no temí la maldición que había invocado, y su amargura no me visitó. Y una vez, pero sólo una vez en el silencio de la noche, llegaron a través de la celosía los suaves suspiros que me habían abandonado, y adoptaron la voz dulce, familiar, para decir:

«¡Duerme en paz! Pues el espíritu del Amor reina y gobierna y, abriendo tu apasionado corazón a Ermengarda, estás libre, por razones que conocerás en el Cielo, de tus juramentos a Eleonora.»

[Traducción de Julio Cortázar / Tomado de
Ciudad Seva]



oo--000--oo


Fanny G. Jaretón (Argentina)
Sensiblemente


Lloro con la nana interminable
con el arrorró de aquellos brazos que me desatendieron
caigo como el atroz
relámpago de la alborada.
Prematuro
el cuerpo es castigado
por los cascotes
del cuerpo de la memoria.
Caigo esta vez entre tus manos
que supieron construir de los ferrocarriles
la vía férrea que me trajo de regreso.
Yo que reniego de los trenes, los espejos, los insomnios
de todas las diademas falsas por la cuenta donde los poetas se repiten
del barato modelo.
Aquí me tienes, sangrando y sangrando por esta nueva herida
del epitelio, la mucosa impermeable, esa zona intermedia de ambas cáscaras
el lugar más expuesto
cuando perdidos entre los dos mundos
sólo sabemos hablarnos de entelequia.
Aquí entre esta que sueña y sólo aprendió a hablar por el Sueño
que teme despertarse
encontrarme en el patio del fondo de la Casa
allí donde se esconden las tristezas más hondas, los dolores a ciegas
las nauseas que no son provocadas por el Barco de Caronte
sino por la perversidad, la vileza, de los que se dicen Hombres
así su semejanza.

Qué me queda pensar por el que Ha Dicho:
Hágase el amor
cuando el fuego no era sometido; ni señal de nada.
Ahora ese fuego cruz del tormento
horror de los tanques con sus máscaras.
Hágase el amor dijo. ¡Hágase el amor!
y nos trenzamos cuerpo a cuerpo
honda bayoneta la traición del estambre

La Lengua enredándonos en descubrir de la otra muerte.
Por eso es desde el silencio con que te hablo
desde las vocales que ya debieron desaparecer sobre sus puntos
desde el sigilo donde la entraña del corazón se te ofrece
en los tres latidos de tus preguntas:
¿cómo, cuándo, dónde?

aquí rompiéndome el cuerpo con lo poco que queda
aquí rompiendo el muro de la poesía
aquí donde intento alcanzarte
mineral disoluto la palabra
apretada mano que en la entrega te muestra
del polvo somos. ¡De polvo somos!

por eso nos purifico en la noche del Silencio
cuando Nos Dijo:
Hágase el amor
y en el amor mi sombra vaga por tu Estancia.

Fanny G. Jaretón

oo--000--oo

Vocalización

La música no está destinada a capturar a los hombres en el trance, sino a permitirles marchar al paso y guardar un orden cerrado. Sin música, una línea de batalla arriesga desbandarse cuando avanza para la carga.

Corazón de música desconchertante.
Trashumante de bemoles claroscuros.
Canta con el agua de tu boca nota.
Cántame en la potencia de rebeldía.
Cántame en el eco resonante, mi voz en tu voz de alpaca.
La voz gris, la voz del entuerto, la voz del aguacate
fresco, brillante, puro.
Tu voz áspera raspándome en todos los rincones.
Aserrín de mis deseos acongojante sed de la madera.
Mis manos clavos, mis manos tempestades
tarareando en tu piel tus ritmos inauditos.
Tempo en tu registro del Misterio.
Vertebrante tu lírica me secuestra de la realidad.
Oda en ti mi ola en tu cuerpo estremecida.
Despojada es la entrega circular de tu sonata otoñal.
Entre tu lengua y el texto brotan sonidos de jazmines.
Thanático hundiéndose en tu tono grave.
Agudo es mi gemido agudo.
Creshendo en el creyendo
cuando las carnes nos toquen
en el disolvente espíritu del silencio.

Fanny G. Jaretón / Alas para volar

ooo-000-ooo

Porfía

Señor:
Tú que reinas en el cielo
como en la tierra
dime que no es cierto
lo que mis ojos oprimidos
están obligados a ver sin renunciar.
Dime Señor, que no son esas niñas
que apenas dejan sus muñecas
las mismas que ofrecen sus boquitas
las manos, lo otro en prostitución.

Dime Señor, que el pan duro de cada día
que nos dan los basureros ecológicos
son el manjar de esos niños que piden
y piden y que por más que piden
«les será dado» dijiste, Señor.

Dime que no es verdad,
¡que no puede ser verdad!
que los cuerpos de niños mutilados
que se ven en primeras planas
de las noticias ¡todas Señor!
sirven de escudo para sus mayores,
esos monstruos de pie de barro
que con imá-gen-es de sangre de su sangre
se sepultan manchando la verdad con impudicia.

Dime Señor, respóndele a este corazón probado
tantas veces por la fe
que cuando anunciaste que los niños vinieron
para salvar al mundo
no te referías a esta barbarie.
Dímelo Señor ¡dímelo!
Vuelvo al futuro
para que Ese que Eres y que prometiste
me hagas mirar la vida lejos del dolor.

Fanny G Jaretón

ooo-000-ooo

Contínuo alegrato

Vienes hacia mí con tu antorcha de grasa
me sometes a tus visiones nocturnas.
Desprendes de mí la cabeza
late, late, sin razón, el corazón impoluto.
Hombre-bisonte mezclas tu animal humanidad.
Me cazas de todo, me masticas de a rato
Memento del celo y del temblor vocal.
Te gruño maloliente en tu malolor de tu malamor.
Desesperante es el canto alto en el arcano de los cazadores.
Me llamas con el cuerno de íbice.
Sé que quieres apagar tu sed con mi sangre,
con toda mi sangre para no repartir una gota de mi viciado.
Sé que quieres llevarme a tu santuario
hasta donde las tinieblas reinan sin reservas.
Sé que quieres llegar hasta la última fibra acústica
que estrechan mis paredes.
Hasta hacerme clavar el incisivo
en el rugido del silencio final.

Fanny Jaretón / Alas para volar

oo--000--oo

Julio Cortázar (Argentina)
Aplastamiento de las gotas


Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.

Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran, me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Cortesía de Revista / Grupo Adamar

oo--000--oo

Rolando Revagliatti (Argentina)
¿Y... cómo anda la poesía?


La poesía anda como la astrofísica
la buñuelística
la amparología

La poesía anda como el carterismo
como las especializaciones en sensaciones
como las antípodas

La poesía anda como la Luna de Valencia
y es la valencia de esa luna
perfectible
la poesía

La poesía anda como la mona:
así que, por supuesto:
¡seguid a la mona!

Rolando Revagliatti

ooo-000-ooo

Armé

Armé una pausa
Armé una pausa como otros
arman una causa

La pausa es esta
capciosa versificación
sin rima ni nada
grandioso

y que condescendientes
ustedes ahora
mi público
absteniéndose de conciliábulos
juzgarán.

Rolando Revagliatti

oo--000--oo

Carlos López Dzur (PR)
Más vale maña que fuerza / microrrelato


Un día lo vio. El engreído, parejero, pasó ante su balcón del segundo piso. Y quien lo mira, lo tuvo en la garganta; no lo pasa. Por eso, el escupidor juntó fuerzas y tosidos al verlo que avanzaba y, no bien caminó sobre la acera, a sus bajos, con el recaudo de un gargajo espeso, calculado por el odio que le tenía desde chico, lo bautizó desde lo alto y se escondió.

El escupido bañó la frente a la víctima. Se escurrió a las narices, le mojó los bigotes y la comisura del labio. «Relámete, abusador». Y, al visualizar el balcón por el que pudo echarse tal húmedo disparo, la víctima dijo: «Esto no se queda así, carajo». A él que de ajeno viste, no se le quitarán sabores de venganza; a él nadie le desviste de la fama que ha creado. El no se cura con malva. El va y despoja. El no es un perro flaco. El no se viste de pulgas. Es un engreído de los buenos. Fornido, abusón, burlador que se mofa del débil y el pendejo.

Buscó la escalera que lleva a ese segundo piso. Alguien tendrá que dar sus cuentas y corre y sube, porque en caliente tomará venganza. Quien lo escupió está lleno de nervios, aunque, en su corazón se festeja. Diez veces vengadas están las humillaciones que han recibido él y quienes ama. ¿Quién lo iba a decir? ¡Que él, desde un balconcillo, se vengara con un escupitajo, con artera puntería! Alcanza un hueso de perro gordo, aunque él sea un perro flaco y realengo. Está feliz; pero, no es tarde cuando sospecha que el engreído subirá, calculando espacios y balcones y es capaz de tirar su puerta, si él no abriera. Vendrá a cerciorarse de la existencia del agresor cobarde que se esconde tras la puerta ... Es mejor no estar, no oir, no darse por culpable y que lo delaten los nervios... Fue por lo que corrió hasta el extremo del pasillo fuera del apartamento, se escondió con presteza y vio que su vecino, policía de oficio, sin verlo a él, entraba por una puerta aledaña, exactamente al lado de la suya, desde el otro extremo. Buena coartada ya tuvo.

El agargajado, al verlo, le hizo señales, dio gritos. Acertó a verlo salir, cerrando la puerta con la llave y pensó que fingía entrar después de haberlo escupido. Seguro que piensa que escapará de él. «¿A dónde cree que va, hijodeputa?» El policía está en ropa de civil; pero armado y, en el bolsillo de su saco, tiene unas esposas y su carnet de agente del orden público.

No se dieron explicaciones. Se enfrascaron en una riña a puños delante de la puerta del vecino. El policía interpretó que vino en son de robo. «Gente es que viste lo que en la calle roba»; dijo, pero, allí... en el piso, el policía está identificándolo. El escupidor se adelanta, camina cautelosa y lentamente. Fingirá que llega al auxilio. Tiembla con una culpa en vilo. «Házme de testigo», dijo el policía a su vecino. Lo tiene bocabajo, aturdido sobre el piso, sus manos esposadas y brazos angulados a la espalda contra la rabadilla. Con gesto victorioso, el guardia puso uno de sus pies encima de una de las orejas del engreído agargajado. El zapato policíaco lo fija con la mejilla al cemento de largo pasillo de apartamento en el segundo piso.

«Se habría metido en tu apartamento y el mío, si no lo detengo», lo anunció. «De este ladrón, también reportaré que me ha agredido», y sacó el celular para llamar más apoyo de una patrulla policíaca.

Carlos López Dzur / Bios

oo--000--oo

El poeta que preserva la unidad

Uno se vincula al texto del poema existenciado,
a la red de pensamientos que lo teje, que unifica,
que preserva... uno le llama realidad, lo cognoscible...
porque el universo es éso, canción vibratoria
mensaje / poema / horizonte
a los que los ojos se acostumbran
para clasificar las unidades armoniosas
morfologías / eventos significativos y señales y palabras...

Uno se despoja insatisfecho con las sombras
y en el negocio del oír, boquea con rima y pausa
y anhela que se conozcan los latidos y el origen
para así amar más las procedencias sonoras.

Quiere el atestiguador saberse de memoria
lo que concierna a vozm a estrofa, a cánones
una vez que baile en carne y hueso,
como vivito y coleando; y por eso se une al texto
del poema y el universo se va constituyendo
según lo quiere percibir el que ama
o deifica las sustancias, o las ondas.

No dirá que vivirse es un velo
de mortaja, uno es que mejor pide un texto
aunque no sepa todavía si la energía es primero
que la aguja que cose, o si el pensamiento
es antes que la red con que pesca
sus peces, o se gana la vida, o se busca las cosas,
o se explica lo posible que acontece.

Uno, entre cuantos de liquidez luminosa
y bancos arenosos con olor y tacto
y residuos de algas aún más pequeñas
que los electrones, se vincula al poema organizador
y a la canción consoladora y bendice la mar.

No hay materia sólida de vida,
no hay aguas disolventes, sólidas de muerte,
sólo ese hilillo lumínico, tenue, invisible,
como la plata oculta que la musa tiende
por amor a Teseo camino al Laberinto
donde vive el monstruo creativo del Poeta
mitad-tejedor de unas luces, mitad ser-que-desteje,
guerrero / fiera que destruye, muerde...
Ser-que-preserva por querer sobrevivirse.

Carlos López Dzur

oo--000--oo

Pedro Du Bois (Brasil)
Ouvir


Ouça o murmúrio dos segredos
transmitidos aos ouvidos
(o mistério da desvelação
da vida)
privilegiados
na constância
da repetição
dos sons
(o pouco que sabemos)
sobre vizinhos
e parentes
aparentes formas
humanas
de reencontros
(o tanto transmitido
ao ombro amigo)
e desejos.

Pedro Du Bois /
Outros poemas

ooo-000-ooo

Credo

Creio na significação do espaço
desbravado em ondas
na consecução do plano inferior
da metamorfose entre o sim
e o não na aceitação dos fatos
na proibição do consumido
em dias alternados conforme dito
aos deuses no esquecimento
na marcação da pele em suaves
disputas introduzidas em pontos
de indignação e coragem
elevada ao silêncio da palavra
em desculpa e ausência
no amor ofertado e possuído
como entrega e estrada percorrida
na idealização do reflexo sobre
o espelho estraçalhado em imagens.

Pedro Du Bois / Colaboradores

ooo-000-ooo


Arturo Cardona Mattei (PR)
Alma dolida


Soy un alma dolida que sufre, gime y llora
Que duerme intranquila, que despierta en zozobras
Que se hunde en los dolores que va sufriendo el hombre

Soy un alma dolida cuando siento el viento sureño
Que calienta con horrores
Los montes y valles que salen a su encuentro
Cuando se calcinan los prados
Que dan frutos y flores con su mejor empeño
Cuando la montaña sufre a manos del hombre perverso
El hombre vicioso que crea engendros
Que tira la semilla sin que brote el huerto

Soy un alma dolida al ver al niño que no come
Que muere en los brazos de una madre
Que no encuentra el pan que calma dolores
Inocente niño que gime profundo
Que agarrado del pecho de su madre
Se aferra a la vida que nada le ofrece
Pecho triste, flácido, de agrios sabores

Soy un alma dolida
Al ver el niño que no brinca, que no corre
Que paralizado va con ganchos de bronce
Que quiere jugar, pero sus pasos son torpes
Que mira a su madre enternecida
Como preguntando el por qué de sus dolores

Soy un alma dolida
Que se pierde en el estropeado bosque
En el que fue verde, pero hoy quemado
Se mira en las aguas del río
Y solo ve heridas dejadas por el hombre

Soy un alma dolida
Que corre desesperada, sin norte
Que busca una meta que no está en el horizonte
Que ve en el profundo río rojo
Sólo cadáveres de hombres
Que ve en el tormentoso paraje
Cenizas y colores nacidos de ideas torpes

Soy un alma dolida
Que como el humo del volcán malhumorado
Sube al infinito y se esconde

13 de septiembre de 2009 / Caguas, Puerto Rico

oo--000--oo

Nicolás Hidrogo Navarro (Perú)
La Nueva Narrativa versus la Poesía Lambayecana



La actividad cuentística y novelística en la región Lambayeque están en la proporción de cada diez textos publicados en los últimos diez años, 8 son poéticos y 2 narrativos. ¿Pero por qué prolifera la actividad poética y es escasa la narrativa? Hay varios indicadores y factores que explican ello.

Primero: Publicar poesía se puede hacer hasta en trípticos o dípticos u hojas sueltas; situación que en los cuentos este formato no alcanza a no ser que se pretenda publicar microrrelatos, (situación que no es una actividad favorita por estos lares), porque los cuentos necesitan de un formato más extenso.

Segundo: Un poema –con el estilo del verso libre, como es ahora en un 99%- no necesita de un trabajo estructural (métrica, ritmo, rima, de manera prolija y exigente como la tradición clásica manda), no requiere de un argumento ni del cuidado estilístico, secuencial lógico en la construcción de la historia, de aplicarle técnicas narrativas, construir el escenario, bosquejar los parlamentos, apelar a los procedimientos crinográficos, cronográficos, topográficos, delinear los personajes etopéyica y prosopográficamente y trabajar los principios elementales de exposición nudo y desenlace, aunque sea de manera aleatoria, como lo trabajaron los escritores del boom latinoamericano.

Tercero: La propensión del lector en términos generales está dada a leer cosas cortas y rápidas. La lectura de un cuento demanda atención, concentración para seguir una secuencia, lógica. La poesía es caótica; la narración es lógica secuencial o necesita de un sentido más, del reordenamiento de los hechos para una comprensión concatenada de la historia.

Cuarto: Un poema se puede crearse en un instante de inspiración endemoniada (con los pulimientos posteriores, si se quiere), pero un cuento necesita ser repensando, recalibrado y remodelado tantas veces exija la lógica del contar, del relatar, del ficcionar. Un poema es emoción; un cuento, es ficción y construcción arquitectónica.

Quizá estos hechos explican, en parte, la lógica porqué nuestros jóvenes y no tan jóvenes opten por el hecho más facilista de la creatividad. Crear un poema clásico como un soneto, elegía, epigrama, endecha, rimas, décimas, madrigales, como lo hacían con la magistralidad de los grandes genios de la literatura universal como el poderoso Lope de Vega, el inigualable Luis Góngora de Argote o el mismísimo Francisco de Quevedo y Villegas, es un asunto no sólo de emoción, sino de artilugería y erudición. Un solo poema de estos monstruos de la literatura vale tanto como varios kilos de libros de poema de la actualidad, puede ser tan complejo de re-crearlo o descífralo en su íntima magistralidad que podemos tardar días y semanas en encontrarle su artificio y su gloria eterna.

Nuestra cuenstística lambayecana, se encuentra en un proceso de pasar del contar desordenado del hecho anecdótico o la historia cándida y simplista, a la construcción consciente de historias que sorprendan y encandilen al lector. Para ello es necesario trabajar más el manejo de técnicas narrativas y los modernos enfoques de construcción narratológica.

Nicolás Hidrogo Navarro / Colaboradores

oo--000--oo

Marcos Reyes Dávila (PR)
Una ciudad quetzal de este Zelaya

Al pueblo de Honduras- 2009

Los andes no se extienden
por la américa central
Es cierto
Pero por toda la cerviz
de esta tierra vinculante
proliferan los volcanes
como ecos de las cumbres de Ayacucho.

Lo más alto y lo más bajo
recorre cada hilo de estas tierras
mitad quetzal
mitad buitre
a media luz
y a media sombra
donde el oro
se hunde a veces en el barro

Sin embargo, no llueve hoy a medias
Llueve torrencialmente
y una lluvia de meteoritos de otro tiempo
recorre hombro a hombro hoy
por las calles hondureñas
como el puño paloma
de una rosa blanca
más dura que el batallón
y las ballonetas de la hacienda
más dura que el golpista
a sueldo del imperio
y de la bestia
más duro que el soldado que dispara
contra su propia madre
que es su propio pueblo

Mano a mano se construye
el tejido enladrillado de los pueblos
los caminos
los auxilios
el templo del saludo
y la flor de la sonrisa
el pan sobre la mesa
el agua del amor
y su semilla
Mano a mano hermano
se levanta un país hasta las nubes
Mano a mano
de un amor preñado
en la paciencia ardiente
A mano de mujer
y a mano de hombre joven
A manos que recorren su caricia
por la arruga hambrienta de los viejos
para levantar todos juntos
el recuerdo de un tiempo de leyenda.

Es Bolívar que despierta ahora
del río de su sueño centenario
que despierta duro hondureño aquí
y en cada flor del magdalena,
que despierta gota a gota
lo mismo en el llano que en la sierra
Y despierta agua llanera en las calzadas
Y despierta libre machetero en la montaña

Dicen que los andes no se extienden
por las tierras hondureñas.
Pero estos años evocan sin embargo
la ilusión de la cuidad dorada
a medias coca inca
y a medias cacao maya
perdida en las brújulas y en los mapas
perdida en el nido del quetzal
ese quetzal
a orillas de Tegucigalpa

Esa ciudad de luz y oro
donde las campanas cantan poesía
de la mañana al mediodía
es la cuidad quetzal
de este Zelaya

Esa cuidad de tierra nuestra
donde llueve la semilla
y el sueño de sus frutos
y la alegría abraza cuerpo a cuerpo
a un pueblo entero
un pueblo que se levanta en este
bicentenario de la libertad de América
para cantar con heroísmo bolívar
lo que es un presidente que se yergue
y llega otra vez a sotavento
y a la altura limpia y transparente
de los heroísmos más puros
a la altura fecunda y sublime
nunca en vano
de su pueblo.
En la alegría
se destila la utopía

Hay un quetzal centella
que recorre los llanos y la sierra
Un quetzal que resguarda
en vilo
en su corazón
una purísima estrella
¡Hagamos quetzal-bala con las balas
Hagamos quetzal-puño con los palos
Hagamos quetzal-sangre con la sangre
Hagamos quetzal-pueblo con el pueblo
Y una cuidad-quetzal
de este Zelaya!

Marcos Reyes Dávila,
24 de julio de 2009


ooo-000-ooo

Eduardo Espósito (Argentina)
Tabula Rasa


Job 2:11
Todo consuelo está lleno
de lugares comunes
Erramos de manera estrepitosa
zeppelines de piedra
salvavidas de estaño (parecemos)
hundiendo a quien amamos
en la profundidad gelatinosa
de un sofisma
que ni a nosotros convence
Zarza ardiente que quema
al mensajero
La simple desventura agigantada
por un presunto empacho
sabiduría angélica
de parches y remiendos
Así se fue la Plath
envuelta en gases
así partió Alejandra empastillada
para escapar de tanto bien
El poema hecho astillas
desde entonces
el empujón final a una piedad
con sobrepeso.
Nenúfares de carne

Qué busca esa mujer en la madera del tiempo?
Ha ligado la noche con saliva
Con saunas de su cuerpo derrite los barrotes
Cama y celda son uno en el recuerdo
Busca clavos de amor? Seguramente
y en los encastres
flores de prisión de aguas
Nenúfares de carne
En el espejo en negativo de su cuarto un año ido
y el baño de manteca por las noches
Hombres de a dos y en pugna
La verga en ristre
Aquella esgrima púbica y brutal
Qué encuentra esa mujer en las vetas
en los nudos des – nudos de otras vidas?
una verdad articulada?
Limonada Rogé?
La baguette prenupcial?
Su tiempo se contrae desde el vientre
Con el alba inclinado
la matrona se astilla y desmenuza
respirando un destino de viruta
Del polillaje saldrá el huevo
que comerá su ayer

ooo-000-ooo

Soneto descarnado

A César Vallejo y su nómina de huesos

Escápula/ falanges/ temporal
huesos del carpo/ cóccix y calcáneo
pómulo/ sacro/ ileón/ radio
escafoides/ cuboides/ occipital

Arcos/ metatarsianos/ acromion
rótula/ peronés y maxilar
cuneiformes y vértebra lumbar
costillas/ isquion y olécranon

Astrágalo/ pubis/ atlas/ húmero
fémur/ apófisis/ trocánter mayor
tibia/ cervicales y frontal

Fosa ilíaca/ esternón/ cúbito
metacarpianos y trocánter menor
cotiloidea/ dorsales y nasal
Una irrisión apenas

La calle negra de alquitranes y venenos
ondula al fondo de sí misma
Miasmas como bibelots
Recordatorios de una especie
humana acaso
y de que otros disponen de la lluvia
y de algunos vivientes casi a cuerda
hirviendo en el sudor de Dios
Desventuras de la chingada
Malformado destino hereditario
como si cada cosa bella
fuese pozo de otro sapo.

Eduardo Espósito / Quilombario

ooo-000-ooo

Laura Yasan
La poesía de Eduardo Espósito


Eduardo Espósito despliega su universo en una poética que transita lo coloquial, la ironía y la irreverencia. Transitando estos registros la propuesta de Quilombario es dura y caótica como todo lo que urge, fragmentada y heterogénea como todo lo anárquico.

Para entrar en él no hay manera de estar preparados. ¿Es un quilombario un muestrario de quilombos, una completa colección de problemas, o un armario lleno de sorpresas, de estantes ocultos, de cajones repletos de las más diversas inquisiciones, de los más disparatados objetos, de las más ineludibles preguntas y las más desordenadas respuestas? Quién pudiera responderlo.

Los dos primeros versos del libro postulan lo siguiente: «todo consuelo está lleno/ de lugares comunes», por lo tanto si en el correr de sus páginas encontramos un toque por momentos bizarro, ya estamos advertidos. Quilombario es una ruta para avanzar como «zeppelines de piedra» hacia lugares inusitados, donde “cada cosa bella/ fuese pozo de otro sapo» y hay gente a cuerda «hirviendo el sudor de Dios».

Una suerte de Apocalipsis doméstico que en ciertos versos no puede más que volverse público, ya que dos hombres se desayunan un caballo en la plaza y otro hombre será hallado muerto en un río al que nunca entró. Pobre Heráclito, ni a usted me lo respetan en este libro, pero créame que este yo poético «sin cobijo / inmensamente solo/ bajo el peso de una estrella” se alimenta de “polen de escorpiones y veneno de margaritas», si esto acaso lo justifica.

Volviendo a los lugares comunes del comienzo, es allí donde Esposito se afirma para trabajar su poética, desarticulándolos y volviéndolos a crear a su manera. Así por ejemplo, la expresión popular “al que madruga dios lo ayuda” se convierte en «al que madruga dios lo arruga (…) al que madruga no lo ven los de arriba que se levantan tarde (…) ojalá que se pudran con los ojos peinados” o «me ningunearon/ los todifiqué».

Hay también en este contexto un anti héroe, el Capitan Feliz cuyo padre fue el llanero solitario y su madre una revendedora de Avón. Hay «una boliviana que pinta limones de amarillo / a las puertas de un Carrefour», personajes y elementos que circulan como un gran collage del entorno, como una exposición de todo lo que nos contamina cada día, a cada paso.

Atraviesa su obra una especie de metafísica de la falla «Ando entonces a cuerda/ como un juguete desconcertado / un disparo en la oreja de Dios / Un fósforo final en la refinería del caos», en donde todo sale mal por lógica, porque tenía que salir mal, porque la vida es «un gualicho apócrifo» donde «nada era lo que debía ser ni aun a punta de pistola».

Eduardo Espósito nos demuestra que la lírica puede montarse sobre elementos cotidianos, con un brillo que no hay que ir a buscar a ningún firmamento, a ningún horizonte lejano porque afortunadamente en este mundo «la poesía sigue jodiendo en otro idioma/ como el tic tac de una bomba».

Laura Yasan

ooo-000-ooo



Javier Rodríguez Marcos (España)
Juan Carlos Mestre: Premio Nacional
con Versos contra la costumbre


Poesía es lo que resiste a la costumbre. Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957) recuerda la frase de Saint John Perse mientras acumula las definiciones de poesía para evitar dar una sola e inamovible. «La poesía es la conciencia de algo de lo que no podemos tener conciencia de otra manera, una casa de huéspedes habitada por las voces morales de la intemperie, un puente de palabras entre lo real y lo desconocido, el elogio de la dignidad humana», dice.

«Todo libro es un diálogo con las deudas que uno tiene con las voces que le ayudan a vivir», dice también. Se refiere a La casa roja (Calambur), el libro que le valió ayer el Premio Nacional de Poesía, dotado con 20.000 euros y otorgado por un jurado compuesto, entre otros, por Joan Margarit, Olvido García Valdés, Alex Susanna, Dionisia García y Elena Medel. Entre las deudas que contrajo para escribir el libro, Mestre señala las que tiene con dos autores fallecidos en los últimos meses: José-Miguel Ullán y Antonio Pereira. También recuerda a Vicente Núñez: «Me interesan los desobedientes respecto a los lenguajes normalizados del poder, aquellos que hablan una lengua extranjera en su propia tribu».

Autor de media docena larga de poemarios, el escritor berciano se consagró dentro del panorama joven de la poesía española con su tercer libro, Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonais en 1985), al que puso música su paisano Amancio Prada. Luego publicaría títulos como La poesía ha caído en desgracia (Visor, Premio Jaime Gil de Biedma en 1992) y La tumba de Keats (Hiperión, Premio Jaén en 1999), escrito durante una estancia en la Academia de España en Roma, ciudad en cuyo cementerio protestante está enterrado el poeta romántico inglés.

La poesía de Juan Carlos Mestre hunde, de hecho, sus raíces en el romanticismo y atraviesa el irracionalismo vanguardista sin perder de vista ni el presente ni la calle. Así , en La casa roja, un libro que alterna prosa y verso, los teléfonos móviles y los restaurantes chinos conviven con las apelaciones cosmogónicas: «Mis antepasados inventaron la Vía Láctea , / dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad». «No creo», dice Mestre, «que un poeta sea un ser dotado de un carácter extraordinario. Habla el lenguaje de su época».

Poesía de la conciencia es -en parte por contraposición escolástica a la de la experiencia o la diferencia- un término que en ocasiones han utilizado los manuales de la literatura de los últimos 20 años para nombrar el trabajo del autor leonés, y de paso el de compañeros suyos de generación como Jorge Riechmann, Fernando Beltrán y José María Parreño. Mestre, sin embargo, desconfía de las preceptivas y de las instrucciones de uso: «Donde hay un poeta hay un insumiso», afirma. «La poesía es un discurso profundamente republicano. Es el discurso de ciudadanos libres que ejercen su derecho a estar en desacuerdo desde el lenguaje de la delicadeza. Todo lo demás, tendencias, generaciones, grupos, está abocado al fracaso porque la poesía se resiste al saber».

Él mismo, que es también artista plástico y músico (algo muy presente en sus lecturas en público), se resiste a la autoridad de los compartimentos estancos: "Son algo caduco y falso. Cuando las ideas aparecen son ya portadoras de su forma". Y apunta una última definición: «Rafael Pérez Estrada decía que la poesía son palabras civiles para después del tiempo. Y lo que yo hago son pequeños actos civiles: a veces toman la forma de un collage y a veces la de un poema».

CheBlogia / Pliego alados

Tomado de El País - Cultura - 02-10-2009

000-ooo-000

*

Escritor puertorriqueño (Santurce, 1942). Director de la revista de poesía Guajana desde su fundación (1962), colaborador de las revistas literarias Bayoan, Mester, Versiones, Prometeo, Islote, Sin Nombre, Amanecer, Mairena, Instituto de Cultura Puertorriqueña y otras de la isla. Ha participado en eventos literarios internacionales. En 1995 fue galardonado en Santiago de Cuba con la Medalla José María Heredia. Ha publicado alrededor de una veintena de libros.

Homenaje a Vicente Rodríguez Nietzsche

La Segunda Edición del Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico –2009– se le dedica al poeta puertorriqueño Vicente Rodríguez Nietzsche.

Vicente luchó durante años para hacer posible este festival, y presidió la primera edición del mismo. Se le reconoce como uno de los poetas más importantes de la Generación del 60 en Puerto Rico, y luego de mil otras maneras.

Prueba el canto, y tomada de la inmediatez, es la edición reciente de una antología de poetas puertorriqueños traducidos al francés y publicada en Francia, que aún no presentamos acá. Y, por otra parte, la inminente aparición en Venezuela de otra antología de poetas puertorriqueños de la segunda mitad del siglo XX. Además, más de 30 títulos de obras poéticas fundamentales han salido publicadas con el sello de la Colección Guajana, y muchas otras, gestionadas e impulsadas por Vicente para compañeros poetas, en muchas otras editoriales.

Caminante y peregrino pertinaz, asiduo colaborador de mil festivales, vimos al llegar a Santiago para participar en su notable fiesta del fuego una pancarta con un poema de Vicente cubriendo una pared. uno de los poetas vivos de mayor proyección internacional ya que ha dedicado su vida, con incesante esfuerzo, no a proyectar su obra propia, sino la de los compañeros de su generación, a través, primero, de la revista GUAJANA –flor de leyenda de varias décadas de poesía puertorriqueña– .

Ya sea, pues, por el valor protagónico de su propia obra –bifurcada, de una parte, por el camino de la solidaridad militante con las luchas libertarias y justas, y, de otra parte, por la búsqueda incesante del amor– o por haber dedicado toda una vida a la difusión y promoción de la poesía de todos, Vicente Rodríguez Nietzsche, capitán de una generación impetuosa, merece nuestro aplauso unánime.

000-ooo-000

Revistas amigas

La Revista Poeta circula con la edición correspondiente al miércoles 30 de septiembre de 2009 / AÑO II – NUMERO 26 – 1 de Octubre de 2009. La misma es dirigida por José Alejandro Arce, Editor. La misma aporta poemas, cuentos y ensayos, de participantes de gran trayectoria y como siempre, con nuevos y buenos certámenes para la participación de sus lectores. Entre sus colaboradores se incluyen: Daniel J. Montoly (Santo Domingo, República Dominicana), Amelia Arellano (San Luis, San Luis, Argentina), Sergio Mattano (Capital Federal, Buenos Aires, Argentina), Sandra Viviana García (Cali, Colombia), Angélica Sonia Barrenechea Arriola (Bahía Blanca, Buenos Aires, Argentina), Stella Maris Migliorino (Bella Vista, Corrientes, Argentina), José Miguel Diez Salazar (Chiclayo, Perú), Roberto Attias (Fontana, Chaco, Argentina), Amado Storni (Madrid, España), Sonia Figueras (Capital Federal, Buenos Aires, Argentina).

No comments:

Post a Comment