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Betances, el Washington y Lincoln de Puerto Rico
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Han corrido cuarenta años desde que, en Lille, en un coloquio universitario, leía mi primer trabajo sobre Betances. Se trataba de un comentario a los Viajes de Escaldado en los que, criticando la intolerancia imperante bajo todos los regímenes, el volteriano caborrojeño denunciaba el «componte» sufrido en 1887 por los liberales puertorriqueños por parte de los ultras del colonialismo español. No creo que en mi país, antes de aquel encuentro, Betances haya sido objeto de un estudio específico en un recinto académico.
Hace veinte años, en Santurce, en un salón de la Alianza francesa, leía una conferencia sobre « Betances en su segunda patria ». Ignoro si antes alguien había evocado en esa sede acogedora la figura de Betances. No me extrañaría que no, dado el grado de desconocimiento de que padece en Francia el « desterrado de París». Dicho sea de paso, no existen en la capital francesa, calle, biografía, antología que le hayan sido dedicadas, con la salvedad de la tarja conmemorativa colocada en 1998 en la fachada del 6 bis calle de Châteaudun, fruto de la cooperación universitaria franco-puertorriqueña, que lo proclamó « amigo sincero de Francia».
Valga esta experiencia personal para ayudarnos a medir el camino recorrido desde 1973 y 1993. Aunque demasiado cortos en mi opinión, los adelantos son significativos. Se patentizan en esta misma tribuna.
Hoy, en este emblemático teatro, se han juntado para celebrar en acto solemne al « amigo sincero de Francia », las autoridades civiles y académicas capitalinas, los heraldos y amigos de la cultura francesa, amén del nutrido público cuya presencia realza el alcance del evento. Déjenme que les confiese la satisfacción y la emoción que siento en esta excepcional coyuntura.
En 1973 no existía, de hecho, para descubrir la obra de Betances y meditarla, sino el libro pionero de Bonafoux de 1901, afortunadamente reeditado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. En 1993, como resultado de los trabajos aislados de renovación del corpus betanciano, existían una biografía del Antillano – la de Ada Suárez Díaz –, dos antologías publicadas en La Habana por Emilio Godínez Sosa, y alguno que otro texto suelto, rescatado por ellos, por Félix Ojeda Reyes o por su servidor.
Hoy podemos profundizar nuestro conocimiento porque disponemos de mucho más material, en parte inédito. La monumental biografía del Desterrado de París, nuevas semblanzas, diversos estudios críticos, y sobretodo los cinco primeros volúmenes de sus Obras Completas, ofrecen un panorama distinto. Esos volúmenes, al abarcar al médico, al hombre íntimo, al literato, al patriota y al político, proporcionan una idea más diversificada, más completa y más justa de su producción.
Además la obra escrita de aquel autor polifacético, rescatada, restaurada, estructurada y directamente asequible, viene envuelta en una obra de arte. A la devoción y al esmero de José Carvajal debemos esa oportunidad. Confiamos en que, en un futuro no lejano, las Ediciones Puerto puedan concluir la valiosa e impostergable tarea emprendida. Su éxito conferirá a Betances, definitivamente, el status de referencia obligada, el rango de autor clásico, como suele y debe ser tratándose de un Padre de la Patria.
Por cierto, en 1973 e incluso en 1993, el mensaje del Doctor Betances parecía arrebatado y monopolizado por el Independentismo militante. No se lo vamos a reprochar. Por dos razones incontrovertibles.
La primera, porque Betances fue durante cincuenta años, de 1848 a 1898, un partidario convencido y un actor perseverante de la independencia absoluta de su Isla. Recuerden lo que aún escribía a Lola Rodríguez de Tió el 30 de junio de 1898: « ¡Infortunada Borinquen! Yo juro de seguir trabajando tenazmente por tu independencia absoluta »1.
La segunda, porque, ¿qué sería hoy del legado de Betances sin Pedro Albizu Campos, Rafael Cancel Miranda, Juan Antonio Corretjer, José Ferrer Canales, Loida Figueroa Mercado, Manuel Maldonado Denis, Juan Mari Brás, Francisco Matos Paoli, Andrés Ramos Mattei, Ada Suárez Díaz y otros poetas, historiadores y políticos independentistas que no lo abandonaron en la segunda mitad del siglo XX ?2 ¿Qué sería hoy de Betances sin ellos? Han contribuido a que sobreviva, cuando la hostilidad y la indiferencia estaban sepultándolo.
Pero, por esas mismas circunstancias, la imagen que se tenía de Betances, aunque no era falsa en sí, venía falseada por la distorsión. Si Betances es ante todo un político, no es sólo un político. Los tres primeros volúmenes de sus Obras Completas lo han mostrado. Los volúmenes IV y V, y los próximos nueve volúmenes, aunque atañan al hombre político, comprueban ya y comprobarán mañana que al político le acompañan del brazo el escritor elegante e irónico, el pensador racional y sensible, el humanista inquieto y compasivo que se ganara, en Mayagüez, el honroso título de « médico de los pobres y los negros».
La Patria no es privativa de un grupo. El Padre de la Patria es de todos, es decir, es lógico de lo sea. Nunca debiera haber dejado de serlo. Sería natural que lo fuese. ¡Ojalá empiece a serlo de verdad en adelante! ¡Ojalá cristalice, a partir de la fusión del Tapia, un Betances íntegro que sea reivindicado por el pueblo puertorriqueño en su integralidad, como lo son el idioma y la bandera nacional! ¡Ojalá registre la posteridad que, en la recepción cabal y la aceptación plena de Betances por la nación, hubo un antes y un después del Tapia!
Para convencerse de que el pensamiento del doctor Ramón Emeterio Betances es y ha de ser de todos los « borincanos » o « borinqueños » – como él solía decir – y de todos los hombres del planeta – podemos añadir nosotros -, nada más elocuente que el texto fidedigno de las proclamas, discursos y estudios que conforman el volumen IV de sus Obras Completas recién editadas.
En su Introducción a ese volumen capital, el historiador José Manuel García Leduc señala atinadamente que « la naturaleza política de estos escritos en manera alguna agota la riqueza temática de su contenido que trasciende lo estrictamente político ». Y concluye su comentario por estas líneas: « Betances ennobleció nuestra historia con su incuestionable genio y con sus múltiples ejecutorias preñadas del más profundo y sincero amor por la Humanidad y por la Patria, y por su incuestionable compromiso con la Libertad y la Justicia» 3.
¿Quién es incapaz de entender que la esencia de la libertad a la que se aspiraba, brota viva y pujante, en los concisos y trascendentes «Diez mandamientos de los Hombres libres», fulminados a finales de 1867 desde el peñón de San Tomás por el inspirado desterrado? 4 Allí están, expuestos sin cortapisas, contundentes, las libertades y los derechos individuales y colectivos que le negaba al hombre el coloniaje de la época, y que le sigue negando en algunas partes la dominación extranjera o la opresión doméstica. Sueño con que algún día se reproduzca a gran escala y gratis, con la anuencia de Pepe Carvajal, la página 64 del volumen IV de las Obras Completas de Betances. Entonces los «Diez mandamientos de los Hombres libres» se comentarán en las escuelas de su Borinquen, como lo son en los EEUU la Declaración de Independencia y en Francia la Declaración de los Derechos del Hombre.
Al encabezar la lista de dichos mandamientos por la abolición inmediata y sin condiciones de la esclavitud, Betances arremete, como nadie antes de él, contra la espina dorsal del sistema económico impuesto por la metrópoli colonial. Rompe asimismo con los rodeos del reformismo suplicante.
Al exigir conjuntamente libertad para la nación y libertad para los siervos –porque tal era el programa de la Revolución de Lares-, Betances se ha convertido para siempre en el Washington y en el Lincoln de Puerto Rico.
Aquel líder valiente y generoso es de todos, porque a nadie rechaza. Al levantarse por la liberación de los esclavos, lo anima no el cálculo o la táctica, sino un espíritu de alta conciencia humana. No procede de Martin Luther King la frase que viene a continuación, sino de la proclama del 1° de enero de 1870 lanzada desde el exilio por Betances: « Si el amor a la libertad […] no tiene ya en nuestra Borinquen amada, otro refugio que el corazón del más infortunado de todos, el del Africano, esclavo de los esclavos, sacudamos el yugo de la deshonra que nos dobla, y sepamos combatir por conquistar siquiera nuestro honor y nuestra dignidad »5.
¿Quién en Puerto Rico, antes del autor de aquellas líneas, se había puesto del lado de los esclavos africanos con tanta pureza, con tanta fraternidad, con tanta determinación, con tanto prometeísmo, llamándolos « nuestros hermanos »?
Al pedir justicia para ellos y para los jornaleros privados de libertad, al colocar en el estandarte de la Revolución de Lares el tríptico « Patria, Justicia, Libertad », Betances contribuyó sin duda alguna a que se crearan, para las capas sociales más pobres y menospreciadas, las bases de su futura integración dentro de una nación abierta y libre. Hoy, leyéndolo con calma, y situándolo en el transcurrir del tiempo, será difícil verlo como si fuese el sectario díscolo y disolvente pintado por la propaganda integrista. Sus planteamientos radicales tendían a la cohesión del cuerpo social consustancial a la nación, de ningún modo a la fractura del mismo.
Al lado de la sagacidad del fundador, se han de celebrar la honradez y la pulcritud del hombre, la fe y el desprendimiento del apóstol, el espíritu de sacrificio del patriota consecuente. Semejantes características, tamañas cualidades, que pocas veces se dan en la misma persona, sobresalen año tras año, carta tras carta, en el denso volumen V de sus Obras Completas, donde está reunida su correspondencia de más de treinta años relativa a Puerto Rico. Deberíamos decir « parte » de su correspondencia por ser copiosa la cantidad de sus cartas perdidas para siempre. Las 172 cartas aquí salvadas bastan sin embargo para que aquilatemos al epistológrafo. Las redactó de prisa, con frecuencia, por las obligaciones del oficio y el trajín de la vida revolucionaria. Pero, en ellas, asoma diáfano y de cuerpo entero. Con razón el historiador Gervasio García escribe en su excelente prólogo al volumen:
« Si es posible resumir en pocas palabras su perfil humano, quizás el juicio que Betances trazó de Baldorioty le viene bien: … un hombre de corazón, bondadoso, amante de su país, a quién sirvió toda la vida con desinterés y al cual contribuyó a dar las pocas libertades de que gozó» 6.
Del epistolario destacan dos secuencias claves. Coinciden con los momentos claves de la historia nacional en el siglo XIX. Siendo Betances el mayor protagonista de la fase inicial del movimiento emancipador de 1868, y, desde el destierro, treinta años después, un actor esencial y un observador clarividente del proceso en su fase terminal, sus cartas aclaran las circunstancias y los alcances de las dos confrontaciones. Son documentos de la historia, de consulta imprescindible para quien desee volver a los orígenes de una esperanza de prometedora potencia identitaria.
Esa correspondencia evidencia el papel primordial de Betances en la concepción y preparación del Grito de Lares, al que, luego, reivindicó y defendió como nadie en su tiempo. Sus cartas de 1892-94 a los « jóvenes », a Sotero Figueroa en particular, insisten en el carácter amplio y fundador del movimiento. Ése ha sido, le reitera, «el único acto de dignidad que [el pueblo puertorriqueño] haya cumplido en cuatro siglos de la más abyecta servidumbre, al levantarse inscribiendo en su bandera la abolición de la esclavitud y la independencia de la isla»7.
Es ésa une idea central. En cualquier país de América, desde el de Washington hasta el de Bolívar, desde el de Toussaint hasta el de Céspedes, el primer acto decisivo de rebeldía anticolonial es visto, simbólicamente, como la proclamación a la faz del mundo de la nación naciente. Ruptura frontal, impavidez individual, unión patriótica y proyección universalista se conjugan en esos alzamientos, triunfen o no en el momento. Puerto Rico será un caso pero no puede ser una excepción. ¿Será incongruente pensar que el 23 de septiembre, asociado con el nombre de Betances, puede vibrar como vibran en otras tierras el 4 de Julio, el 25 de mayo o el 14 de julio?
La intervención del anciano en la contienda del 98 es obviamente menos visible. Desde 1895 el campo donde el Agente de José Martí despliega sus dotes de líder antillano, abnegado y lúcido, es el de Cuba, no la manigua insurrecta adonde iría si tuviera fuerzas sino el frente diplomático de París que se le ha confiado. Ese factor, junto a la lejanía y duración del exilio, a la edad y la enfermedad, y también a la misma evolución de la opinión puertorriqueña, lo marginalizan de hecho al producirse la guerra fatal.
« Yo sé que soy el vencido », había escrito a un paisano en 1892. A pesar de ello, en junio-julio de 1898, no reacciona desesperadamente, no echa la culpa a nadie. Aconseja a Julio J. Henna que actúe con sutileza y dignidad para conseguir la libertad y preservar el futuro. Le manda no menos de 66 cartas, hoy reagrupadas después de su lastimosa dispersión. Constituyen las mismas un capítulo precioso para entender la postura recta de Betances. Aclaran el fondo del debate existencial que ha marcado la nación puertorriqueña en sus albores.
Aquel hombre herido y exhausto, en pie de lucha hasta el límite, indómito y flexible a la vez, que sufrió callado las angustias de la invasión y el cambio de soberanía, aquel hombre sacrificado es de todos, porque todo lo sintió como puertorriqueño. Recordemos sus últimas palabras a Henna, llanas y en extremo modestas: «A pesar de las declaraciones del gobierno americano, creo de nuestra dignidad seguir reclamando el derecho de constituir nuestro gobierno y deseo que el pueblo puertorriqueño le deba a usted este gran beneficio. Si no lo conseguimos habremos cumplido el deber de buenos ciudadanos». No aspiraba a más. En esto estriba el valor de los grandes. Sirven sin pedir aplausos. Y sin embargo ¡plaudite, cives!
Aunque la situación en su isla irredenta lo ponía nervioso, El Antillano seguía sereno y amable en tanto que portavoz de todas las Antillas en París. Desde que empezara a redactar cada mes un « Correo de las Antillas », la sociedad ilustrada gala y hasta el gobierno le identificaron y respetaron como tal. En los años 80 y principios del 90, su participación relevante en los quehaceres de la Sociedad Latino-Americana / Biblioteca Bolívar, y luego en las actividades de la Unión Latina-Franco-Americana, le permitió trabajar abiertamente por el estrechamiento de los vínculos entre las repúblicas latinoamericanas y la República Francesa.
Hojeemos de nuevo el volumen IV de sus Obras Completas. Diez de los discursos recogidos fueron pronunciados por él en su calidad de representante diplomático de la República Dominicana o de representante oficioso de la parte latina de este continente. Pronunciados en francés, publicados en La Revue Diplomatique, olvidados, desconocidos, tanto allá como acá, los tenemos por fin, traducidos. Llaman la atención los sentimientos de deferencia y amor que el orador manifiesta respecto a Francia, su historia, sus letras, sus artes, sus principios, sus instituciones y sus gobernantes.
Alguna que otra vez, su compromiso con la revolución cubana, al suscitar el furor de la embajada de España, le puso en peligro de verse expulsado de Francia. Pero no es esa eventualidad la que le impulsaba a mostrarse sumamente cortés. Lo era por naturaleza, y quería a Francia de veras, entrañablemente.
La quería por ser la tierra donde se educó, se formó y se refugió, acogido con benevolencia. Pero no la quería sólo por motivos estrictamente personales. La quería por su papel en la historia universal, en la emancipación del pensamiento libre, en la marcha libertadora del hombre.
Son numerosas las citas que se podrían leer en alta voz para ilustrar su apego a la Francia republicana y democrática. Contentémonos con dos de ellas, de corte antológico. Sonarán a propósito en esta noche franco-puertorriqueña. Ésta, por ejemplo, de 1883:
«Sostengo que debemos amar para siempre a Francia, donde nos encontramos tan a gusto como en casa; la Francia generosa y afable con cuyos hijos tan rápidamente nos identificamos; la Francia que, después de todo, debe servirnos de guía, ya que es la Francia de los Lafayette, libertadores de pueblos, de los Schoelcher, libertadores de razas, y de los Danton, libertadores de hombres»8.
Y esta otra, de 1890: « [Brindo] por Francia…en su nombre, a todos, amigos míos, en nombre de todos los hombres de progreso, en nombre de todos los civilizadores del mundo – ya que obsesionado por un sentimiento filial insuperable, no entiendo la civilización sin Francia – pues sí ¡Por la Francia de la libertad ! Y más alto todavía, por la Francia de la dignidad; ¡quien dice derechos del hombre, dice dignidad humana!»9.
Desgraciadamente, no ha sido siempre así. ¡Ojalá las elogiosas sentencias betancianas vuelvan a recobrar su plena validez! ¡Ojalá la realidad cuotidiana, vivida en la pobreza de los barrios y en la discriminación de las minorías, no las desmienta para vergüenza nuestra !
La Francia amiga a la que ponderaba «le docteur Bétancès» no es una Francia cerrada, excluyente, mermada, sumisa, aventurera, sino la heredera de la Revolución gloriosa que la hizo amanecer República el 22 de septiembre de 1792, « la revolución madre – según Betances-, el bloque del 89 al 93»10.
Por eso, señoras y señores, agradeciéndoles la atención, les pido el permiso de despedirme de ustedes con la expresión cordial de los revolucionarios de ayer, mis compatriotas : «Salut et fraternité!», y con la flamante consigna de Betances al calce de muchas de sus cartas patrióticas: «Un abrazo y ¡adelante!»11.
Notas
1. REB, OC, V, 519.
2. Los cito por orden alfabético, sin intención jerarquizante y con conciencia de que omito a otros muchos.
3. José Manuel García Leduc, Introducción a REB, OC, IV, pág. 21 y 43 respectivamente.
4. REB, OC, IV, 64.
5. REB, OC, IV, 98.
6. Gervasio Luis García, « Sentir la Revolución », Introducción a REB, OC, V, 36.
7. REB, OC, V, 270.
8. REB, OC, IV, 122.
9. REB, OC, IV, 143.
10. Discurso del 24 de febrero de 1896. REB, OC, IV, 163.
11. Véase, por ejemplo, cómo acaban sus cartas a J. J. Henna : REB, OC, V, 404-412-425-501-504.
* Discurso pronunciado en el Teatro Tapia, San Juan, el 30 de octubre de 2013, con motivo de la actividad “Un Amigo Sincero de Francia” en la que se presentaron los primeros cinco v.
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