Sunday, June 6, 2010

Mayo 15, 2010, Núm. 60, Orange County




Cuadro al óleo sobre tela de Eduardo Urbano Merino, artista mexicano, (n, en 1975) con técnicas y temas surrealistas, figurativos e idealistas. Ver más en Mundos paralelos / Arte mexicano y Bitácora del artista. Ha estudiado con interés a Dalí y Caravaggio y opina que: «En este tiempo particularmente existe una decadencia de valores auténticos, ya que muchos artstas utilizan la libertad de expresión con una deficiente orientación que finalmente se encamina hacia el libertinaje. Considera que no es ético usar dicho libertinaje para expresarse. Por ello cuando el talento genere producción artística, de las manos del artista en el entorno debe surgir lo mejor en todo sentido porque considera que es árido el 'presentar por presentar'».


Contenido 60
Virgilio Salinas Rodríguez
Existe polaridad en la posmodernidad

Tatiana Pérez Rivera
«Ser poeta tiene un precio»
(Luz María Umpierre asegura haberlo pagado gustosa y con creces)

Aquiles Nazoa
Credo

Juan Manuel Pérez Álvarez
Palabra

Ana Lucía Montoya Rendón
Cópula
Amantes sinfónicos

Carlos López Dzur
Declaración de las primeras impresiones
¿De qué sueño americano estará hablando? / Frag. de novela

Jorge Luis Estrella
Este
El biombo de Tökugawa
Calle con cielo

Eduardo Expósito
El angel

Fanny G. Jaretón
Gotypeo
La energía poética…
Ajustes de cuenta
Inconformismo

Manuel Rico
La serenidad lúcida de Blas de Otero / Ensayo

Carlos Adalberto Fernández
Los despojadores / Cuento

Liliana Varela
La nena no puede-ni debe

Mi Señoría: un clásico de la farsa política puertorriqueña

Leonel Flores Magallanes
Epitafio

Alberto Guzmàn Lavenant
La vida
Galán

Rachell E. López Ortíz
Trece años después… con Silvio Rodríguez

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Virgilio Salinas Rodríguez (Perú)
Existe polaridad en la posmodernidad


Desde que se aceptó que así como la ciencia estudia los hechos naturales la historia estudia los hechos humanos, esto ha permitido inferir que nada en es eterno, que todo nace, crece, se desarrolla y muere en el tiempo, lo que hoy se denomina evolución y permite aceptar que lo inmutable es el progreso, el cambio y el desarrollo.

Este privilegio por el progreso, potenciado sin límites, escalado hasta el extremo, nos puede permitir escapar de la dialéctica del sentido, es decir, nos permite fugar y proliferar al infinito.

Es más, por analogía, nos este progreso nos permite pensar que podemos obtener los mismos efectos en el orden del universo. De este modo la sinrazón puede vencer en todos los sentidos. Esto puede ser aceptado si se acepta que el universo no es dialéctico, que el universo esta condenado a los extremos, y no al equilibrio. Condenado al antagonismo radical, no a la reconciliación ni a la síntesis. Una especie de genialidad del objeto que logra estratégicamente vencer al sujeto.

Los seres humanos no escapamos de esta sutil radicalización de nuestras cualidades secretas, oponiéndonos con lo más verdadero a lo verdadero y con lo más falso a lo falso. No enfrentaremos lo bello y lo feo, buscaremos lo más feo que lo feo, lo monstruoso. No enfrentaremos lo visible a lo oculto, buscaremos lo más oculto que lo oculto, lo secreto.

De este modo, en nombre del progreso, no buscaremos el cambio ni enfrentaremos lo fijo y lo móvil, buscaremos lo más móvil que lo móvil, la metamorfosis. No diferenciaremos lo verdadero de lo falso, buscaremos lo más falso que lo falso, la ilusión y la apariencia.

En esta escalada a los extremos, es posible que tengamos que enfrentarlos radicalmente, pero tal vez habrá que acumular los efectos de la obscenidad y de la seducción.

DESAFIO Y DUELO: Buscaremos algo más rápido que la comunicación, el desafío o el duelo. La comunicación es demasiado lenta, es un efecto de lentitud, pasa a través del contacto y de la palabra. La mirada corre más, es el médium de los media, el más rápido. Todo debe representarse instantáneamente. No nos comunicamos jamás. En la ida y vuelta de la comunicación, la instantaneidad de la mirada, de la luz, de la seducción, ya se ha perdido.

Pero en contra de la aceleración de las redes informáticas, buscaremos la lentitud, que serpa distinta a la lentitud del espíritu, más buscaremos la inmovilidad absoluta, lo más lento que lo lento, esto es la inercia y el silencio. La inercia ante el esfuerzo, el silencio por el diálogo. También aquí hay un secreto. De la misma manera que el modelo es más verdadero que lo verdadero, esto es, es la quintaesencia de una situación, procura de este modo una sensación vertiginosa de verdad, también la moda tiene el carácter fabuloso de lo más bello que lo bello, lo fascinante. La seducción que ejerce es independiente de cualquier juicio de valor. Supera la forma estética en la forma extática de la metamorfosis incondicional.

MODA Y SEDUCCION: Forma inmoral, mientras que la forma estética supone siempre la distinción moral de lo bello y de lo feo. Si la moda posee un secreto, más allá de los placeres propios del arte y del gusto, es el de esta inmoralidad, esta soberanía de los modelos efímeros, esta pasión frágil y total que excluye cualquier sentimiento, esta metamorfosis arbitraria, superficial y regulada que excluye cualquier deseo, a menos que el deseo no sea eso.

Si eso es el deseo, nada nos impide pensar que también en lo social, en lo político y en todos los ámbitos diferentes al del adorno, el deseo se inclina hacia unas formas inmorales, igualmente aquejadas de esta denegación potencial de cualquier juicio de valor y mucho más entregadas a este destino extático que arrebata a los seres humanos de todo subjetividad para entregarlos a la única atracción repetida, que también los arrebata de sus causas objetivas para entregarlos a la exclusiva fuerza de sus efectos desencadenados.

Cualquier ser elevado de este modo a la potencia superlativa, atrapado en una espiral de redoblamiento, esa que privilegia lo más verdadero que lo verdadero, lo más bello que lo bello, lo más real que lo real; goza de un efecto de vértigo independiente de cualquier contenido o de cualquier cualidad propia, y tiende a convertirse actualmente en nuestra única pasión. Pasión por el progreso escalado, pasión por el aumento en potencia del éxtasis, independiente de la cualidad, que siempre es relativa a su contrario (lo bello a lo feo, lo real a lo imaginario, lo verdadero a lo falso) y por el contrario pasar a lo superlativo, a lo sublime porque, en cierto modo, ha absorbido toda la energía de lo feo, es decir, aparece como moda. Imaginemos que lo verdadero absorbiera todo la energía de lo falso, nace la simulación, la hipocresía.

La propia seducción es vertiginosa porque se obtiene de un efecto que no es de simple atracción, sino de atracción redoblada de una especie de desafío, o de fatalidad de su esencia.

Hemos pasado a los modelos, hemos pasado a la moda, hemos pasado a la simulación y es posible que nuestra cultura este pasando de los juegos de la competición y de la expresión a los juegos del azar y del vértigo. La misma incertidumbre sobre el fondo nos lleva a la supermultiplicación de las cualidades formales. Por consiguiente, a la forma de éxtasis. El éxtasis es la cualidad propia de todo cuerpo que gira sobre sí mismo hasta la pérdida de sentido y que resplandece entonces su forma vacía y pura.

La moda es el éxtasis de lo bello, la forma pura y vacía de la estética giratoria. La simulación es el éxtasis de lo real, como ejemplo, contemplémonos frente a la televisión, en ella todos los acontecimientos reales se suceden en una relación perfectamente extática, o sea, en los rasgos vertiginosos, irreales y recurrentes, que permiten su encadenamiento insensato e interrumpido. Extasiado esta el objeto en la publicidad y el consumidor en la contemplación publicitaria, en un torbellino del valor de uso y del valor de cambio, hasta la anulación en la forma pura y vacía de la marca comercial.

ANTIPEDAGOGIA: Permítanme pasar a la antipedagogía que es la forma extática, esto es, pura y vacía, de la pedagogía. El anfiteatro es la forma extática del teatro, basta la escena, basta el contenido, el teatro en la calle, sin actores, teatro de todos para todos, que se confundirá en su límite con el desarrollo de nuestras vidas sin ilusión. Nuestra ilusión se extasía al resurgir nuestra vida cotidiana. Así es como el arte actual intenta salir de sí mismo, negarse a si mismo, y cuanto más intenta de este modo, más se hiperrealiza, más se trasciende en su esencia vacía. Nada ha contribuido en su forma más pura e inane que el éxtasis de un objeto vulgar como un acto pictórico, artístico o cultural. Si el objeto gira sobre sí mismo y llega a desaparecer genera en nosotros una fascinación definitiva. El arte sólo ejerce actualmente la magia de su desaparición.

Una especie de un bien que resplandece con toda la fuerza del mal, de Dios perverso que crea un mundo por desafío obligándolo a destruirse a sí mismo…
Lo que también deja atónito es la superación de lo social, y su reemplazo por lo más social que lo social, la masa. Aquí también lo social ha absorbido lo antisocial, la lógica de lo social encuentra ahí su extremo, el punto en el que invierte sus finalidades y alcanza su punto de inercia y de extermino, pero en el que al mismo tiempo roza el éxtasis. Las masas son el éxtasis de lo social, la forma extática de lo social, el espejo en el que se refleja en su inmanencia total.
De otro lado, lo real se borra a favor de lo más real que lo real, lo híperreal, igualmente lo verdadero se borra a favor de lo más verdadero que lo verdadero, la simulación.

La presencia no se borra a favor del vacío, se borra a favor de más presencia que la presencia, con lo que borra la oposición de la presencia y de la ausencia.
El vacío tampoco se borra a favor de lo lleno, sino a favor de lo más lleno que lo lleno, a la obscenidad en reemplazo del sexo, por ejemplo.

Del mismo modo el movimiento no desaparece ante la inmovilidad sino pasa a lo más móvil, y lo conduce a no tener sentido. Las cosas visibles no concluyen en la oscuridad y el silencio, se desvanecen en lo más visible que lo visible, la obscenidad.

Ejemplo de esta excentricidad de los asuntos humanos es la indeterminación, la relatividad. La reacción a este nuevo estado no ha sido un abandono resignado de los antiguos valores, sino más bien una sobredeterminación, una exacerbación de estos valores de referencia, de función, de finalidad, de causalidad. Es posible que la naturaleza sienta horror por el vacío, pues es en el vacío donde nacen los sistemas pictóricos, hipertróficos, sobresaturados, instalándose lo redundante donde ya no hay nada.

La determinación no sede a favor de la indeterminación, sino a favor de la hiperdeterminación, esto es, la redundancia de la determinación, en el vacío.
La finalidad no desaparece a favor de lo aleatorio, sino a favor de la hiperfinalidad, de la hiperfuncionalidad, más funcional que funcional, más final que final, en hipertelía.

Después que el azar nos haya sumergido en una incertidumbre anormal, hemos respondido a él con un exceso de causalidad y de finalidad. La hipertelía no es un accidente en la evolución de las especies, es el desafío de finalidad que responde a una indeterminación creciente. En un sistema en el que las cosas están cada vez más entregadas al azar, la hiperfinalidad que reemplaza a la finalidad se convierte en delirio, y permite el surgimiento de elementos que superan su fin hasta invadir la totalidad del sistema.

En esto se incluye la hiperespecialización de los hombres, una hipervitalidad en una sola dirección, una operacionalidad del menor detalle, una hipersignificación del menor signo, que genera sistemas hipertrofiados, como los de la comunicación y de la información, de la sobreproducción, de la destrucción masiva, que han superado los límites de su función, de su valor de uso, para entrar e la escalada fantasmal de las finalidades.

HISTERIA DE LA CAUSALIDAD: Histeria inversa a la de las finalidades, la histeria de la causalidad, la búsqueda obsesiva del origen, de la referencia, de intentar agotar los fenómenos en sus causas infinitesimales. Así, el complejo del génesis y de la genética, la biogenética hipertrofiada satura las probabilidades por la disposición fatal de las moléculas, la hipertrofia de la investigación histórica, el delirio de explicarlo todo, de imputar todo, de referenciar todo. Todo esto ocasiona una acumulación fantástica, las referencias viven las unas sobre las otras dependiendo unas de otras. Originando un sistema sobredimensionado de interpretación sin relación alguna con su objetivo. Todo eso procede de un salto hacia delante reemplazando los contrarios.

EL MUNDO SATURADO; Los fenómenos de inercia se aceleran, las formas inmovilizadas proliferan y el crecimiento se inmoviliza. Esa es la forma de la hipertelía, de lo que va más lejos que su propio fin. Protuberante, hipertélico, tentacular, ese es le destino de la inercia de un mundo saturado. Negar su propio fin por hiperfinalidad. El crecimiento da paso a la excrecencia. Desquite y derrota de la velocidad en la inercia. También las masas caen en este proceso de inercia acelerada. La masa es este proceso excrecente, que precipita todo crecimiento hacia su pérdida. La superpotencialidad destructora de los armamentos es un ejemplo de ello. Manifestación de excrescencia e inercia. Anomalía victoriosa, ningún principio de derecho humano puede moderarla. Lo peor es que ahí n existe ningún desafío, ninguna desmedida por la pasión y el orgullo. Parece que hemos sobrepasado un punto específico, del cual nos es imposible regresar, desacelerar, frenar.

PROGRESO Y ANOMALIA VICTORIOSA: El progreso surgió cuando la historia se hizo científica, permitiendo que se conozcan los hechos históricos así como la ciencia nos permite conocer los hechos naturales. Pero en un cierto momento del tiempo, la historia fue más allá de historia y se hizo irreal. Sin percibirse de ello, la totalidad del género humano ha abandonado la realidad. A partir de este momento ya no sería del todo real, sin poder entenderlo nosotros. Sin embargo, nuestra tarea consistiría en descubrir este momento del tiempo, y mientras no lo consigamos, tendríamos que perseverar en la destrucción actual.

El punto de no retorno que todo sistema franquea puede permitir su propia contemplación extrema, en el éxtasis. Esta culminación, esta escalada no se limita a ofrecer inconvenientes, aunque adopte siempre la forma de una catástrofe. Así ocurre con los sistemas de destrucción y de armamentos. Hasta el punto de la superación de las fuerzas de la destrucción, acabada la escena de la guerra. Ya no existe una correlación útil entre el potencial de aniquilación y su objetivo, y resulta insensato servirse de él. El sistema se disuade a sí mismo, y esto es el aspecto paradójico pero benéfico de la disuasión, ya no queda espacio para la guerra. Hay que desear la persistencia de esta escalada nuclear, y de esta carrera armamentista, es el precio pagado por la guerra pura, es decir, por la forma pura y vacía, por la forma híperreal y eternamente disuasiva de la guerra, en la que por primera vez podemos congratularnos de la ausencia de acontecimientos.

GUERRA Y PODER MILITAR: La guerra, al igual que lo real, jamás se producirá. A no ser que las potencias nucleares consigan precisamente llevar a término su desescalada y lleguen a circunscribir nuevos espacios de guerra. Si el poder militar, a costa de una desescalada de esta locura, recupera un escenario de guerra, entonces las armas recuperarán su valor de uso y su valor de cambio volverá a ser posible. Bajo su forma orbital y extática la guerra se ha convertido en un intercambio imposible, y esta orbita nos protege.

El deseo de recuperar el punto ciego más allá del cual los seres humanos dejamos de ser verdaderos, más allá del cual la historia deja de existir, sin que nosotros lo hayamos percibido, sin lo cual no nos quedaría más remedio que perseverar en la destrucción actual.

En el supuesto de que pudiéramos determinar este punto, quedaría por establecer cómo haremos para que nuestra historia vuelva a ser real, como lograremos remontar el tiempo para prevenir la desaparición. Pues este punto es el del final del tiempo lineal, y todos los prodigios de la ciencia-ficción para remontar el tiempo son inútiles si ya no existe, si detrás de nosotros el pasado ya ha desaparecido.

Virgilio Salinas

[NOTA DEL EDITOR: El autor
Virgilio Salinas es un estudioso de la masonería, de cuya estética y futuro elabora excelentes artículos en la red. Subtítulos temáticos pertenecen al editor.]

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Tatiana Pérez Rivera (Puerto Rico)
«Ser poeta tiene un precio»
(Luz María Umpierre asegura haberlo pagado gustosa y con creces)


«Quisieron etiquetarme, las Julia Childs cocineras, para luego señalarme en supermarkets y tiendas como aquel producto raro que vino de lejanas tierras. Pero yo no quise amoldarme ni conformarme a su esquema y yo misma me forjé una bonita bandera que leía una palabra, seis letras. HUMANA»: Extracto de 'La receta'

El 6 de mayo, a las ocho de la noche, Luz María Umpierre subió a escena en el Anfiteatro de la Escuela de Artes Plásticas. Enérgica leyó y habló. Observó y grabó en su memoria el momento. Después de tantos poemas y años fuera de la Isla, había sido invitada a retornar y a pertenecer.

«Uno de los homenajes más grandes me lo llevé esa noche que leí junto a Nemir (Matos Cintrón, otra poeta boricua radicada en Estados Unidos). Era la primera vez que leíamos juntas en Puerto Rico. Como he sido la oveja negra de la literatura puertorriqueña fue un momento muy emotivo», rememora la santurcina que ahora vive en Florida.

El dolor aún se cuela en su voz. Umpierre afirma que por décadas ha sido borrada del universo literario del País «porque escribo en inglés, a veces, y porque soy abiertamente lesbiana». «Eso ha sido un pecado capital», enfatiza la mujer retirada del mundo académico estadounidense donde culminó, además, sus estudios doctorales y posdoctorales.

«Una puertorriqueña en Penna», fue el primer poemario que publicó en el 1979. Sus vivencias en Pennsylvania fueron el detonante. Al discrimen por orientación sexual que sintió en la Isla, agregó en suelo estadounidense dos más: el que provocó ser mujer e hispana en el entorno académico.

Quizá The Margarita Poems (1987), poemario en el que se expresa en torno al erotismo lésbico, el bilingüismo, el feminismo y la experiencia migratoria, es una de sus publicaciones más conocidas.

«Eso lo va a decir el tiempo», responde a la posibilidad de que tanto tiempo después sea reconocida por la mayoría de sus colegas en la Isla como poeta.

«Pero creo que será imposible seguir escondiéndome por la relación que he desarrollado con las nuevas generaciones. Ellos quieren que se les señalen nuevos derroteros en la lucha que llevan en la Isla a diario y estar hablando de florecitas y cosas inocuas en la poesía ya no les funciona», subraya la participante en el pasado Festival de la Palabra en un foro que comentó la extranjería.

Activismo y palabra: Comisario de barrio era su papá en el barrio «muy pobre» en que vivía en la Parada 21 en Santurce. Su mamá, empleada de la compañía de teléfonos y luego de un banco, abrió las puertas al mundo laboral a otras mujeres. La poeta, a los 18 años, ya era voluntaria para conseguir donaciones de sangre a personas que no podían pagarla.

«Les abrían las puertas a otras posibilidades a muchas personas», resume la labor que realizaron sus padres. Sin saberlo, aprendió a ocuparse y ser la voz de otros. Lo ha sido desde el aula y desde las letras.

«Vale la pena luchar», aconseja a las nuevas generaciones de estudiantes, escritores y profesores universitarios.

«Yo sólo he sacado fuerza de la lucha, pero los que vinieron detrás de mí, pudieron disfrutar los resultados», dice y pone como ejemplo la querella por discrimen que radicó en la Universidad de Rutgers ya que consideró se negaban a nombrarla directora del Programa de Estudios Puertorriqueños por temor a que variara demasiado los ofrecimientos del currículo e incluyera literatura boricua moderna y de corte homosexual.

«Además, francamente temían que yo no tengo pepitas en la lengua. No me daban el puesto aún con el apoyo tan grande que tenía de otros colegas dentro y fuera de la universidad. Pero tengo la satisfacción de que, con el tiempo, se lo dieron a otra puertorriqueña. Me da mucha alegría que mi lucha sirvió para algo», señala Umpierre quien por estos días, «prefiere hacer mucho bien», lejos de la academia.

«Es muy duro ser poeta, sabes. Ser poeta tiene un precio, porque no se escribe lo que otros quieren oír sino lo que tu voz interna te dice; eso es lo que es necesario manifestar», comparte satisfecha con la lealtad y devoción conque ha acogido ese oficio que la ha mantenido al margen.

Tomado de
El Nuevo Día

[Nota de los Editores: La educadora puertorriqueña Luz María Umpierre es «una de las más destacadas poetas puertorriqueñas contemporáneas, residente en Estados Unidos, autora de siete libros publicados y cientos de artículos el diarios y revistas. Sus libros más conocidos son En el país de las maravillas donde expone el shock cultural y la discriminación y Nuevas aproximaciones críticas... que contiene una colección de ensayos de crítica literaria. La Dra. Umpierre es profesora de literatura y una reconocida luchadora contra la discriminación y defensora de los derechos humanos, tarea por la cual ha sido nominada y ha recibido numerosos reconocimientos, entre ellos, el Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica la nominó Mujer distinguida del estado de Maine en el 2002. Es autora. por igual, de Ideologia y Novela en Puerto Rico (1982), una colección de ensayos. Su bitácora personal es
Dr. Luz Maria "Luzma" Umpierre].

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Aquiles Nazoa
CREDO


Creo en Pablo Picasso, Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra;
creo en Charly Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones,
que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo,
pero que cada día resucita en el corazón de los hombres,
creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida
perdurable,
creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su rueda
maravillosa,
creo en la cualidad aérea del ser humano,
configurada en el recuerdo de Isadora Duncan abatiéndose
como una purísima paloma herida bajo el cielo del mediterráneo;
creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente
debajo de la almohada de mi niñez;
creo en la fábula de Orfeo, creo en el sortilegio de la música,
yo que en las horas de mi angustia vi al conjuro de la Pavana de
Fauré,
salir liberada y radiante de la dulce Eurídice del infierno de mi
alma,
creo en Rainer María Rilke, héroe de la lucha del hombre por la
belleza,
que sacrificó su vida por el acto de cortar una rosa para una mujer,
creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia,
creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar;
creo en un barco esbelto y distantísimo
que salió hace un siglo al encuentro de la aurora;
su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles,
junto a sus sienes un resplandor de estrellas,
creo en el perro de Ulises,
en el gato risueño de Alicia en el país de las maravillas,
en el loro de Robinson Crusoe,
creo en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta,
en Beralfiro el caballo de Rolando,
y en las abejas que laboran en su colmena dentro del corazón de Martín
Tinajero,
creo en la amistad como el invento más bello del hombre,
creo en los poderes creadores del pueblo,
creo en la poesía y en fin,
creo en mí mismo, puesto que sé que alguien me ama.

Aquiles Nazoa

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Juan Manuel Pérez Álvarez (España)
Palabra


Antes de que el mundo de la Conciencia se formase, y la Gracia de la Inteligencia fuese a todos manifiesta, ya existía la proverbial ciudad de Jerusalén. En el remoto misterio de la noche subconsciente – recipiente de la futura luz- se alzaban la muralla de la Urbe con sus almenas verdes y la torre de Sión, vacía como el vientre de una doncella. Ningún cartógrafo había descrito las dimensiones exactas de la destinada a ser patria de la Humanidad entera, dormida todavía en el barro de la posibilidad, en las remotas galerías de la percepción divina. Dios residía en la distancia, y su rostro no se había figurado aún en el retrato del Amor. Por eso la ciudad estaba apagada y sus edificios tomaban la magnitud de lo incomprensible. Como la Conciencia aún no había sido visitada por el ángel de la Iluminación, la ciudad permanecía suspendida en el universo de las tinieblas, morada del temor.

Ningún ser humano tiene la necesidad de hacer memoria de las épocas anteriores al tiempo porque realmente no existen, aunque la existencia venga de ellas. El Amor tuvo antes del tiempo la máscara del miedo sobre su rostro, y su misericordia era en el principio ira. Voy a revelar mi identidad al final de este relato, porque pretendo ante todo que mi fisonomía se deduzca a través de esta página. Para ello voy a desvelar el sentido de todo el mobiliario de las cosas, y voy a empezar dándome un nombre. De momento me llamaré Belleza. Seré la Idea latente en todas las mentes, la Madre de la Humanidad que con múltiples semblantes escucha la metáfora de mi voz.

Pues bien, imaginadme con una túnica blanca y el cabello caído sobre mis espaldas en el corazón de la selva de la antigua Jerusalén , vedme caminar sobre las hojas caídas un día caluroso de la estación lluviosa de la Amazonia – esta es la comparación que os propongo- , entre los árboles altísimos – columnas de la Urbe que sostienen su templo forestal, a imagen del Partenón de Atenas- que oscurecen el cielo azul, oyendo el canto oracular de los simios bamboleándose en las altas ramas de las heveas, percibiendo el olor a humedad y los rugidos lejanos del jaguar que caza en las siniestras mansiones de lo desconocido.

A medida que voy recorriendo la soledad del laberinto de la ciudad –o de la jungla- siento las sucesivas agresiones de un entorno hostil. Mi piel blanca cubierta de una película de crema hidratante – la delicadeza de mis emociones- siente la picadura de los mosquitos. Incluso las mariposas polícromas de la fantasía vienen a beber con su lengua hiperbólica en mis cabellos mojados, y son tantas que las tengo que expulsar a manotadas. Estoy sola.

Las calles de la ciudad –los caminos de la selva- son estrechas y sinuosas. Hago un recorrido cada vez más arduo, y mis sandalias tropiezan con las raíces al descubierto de los árboles del cacao, en cuyas ramas bajas una bandada de tucanes celebra un concierto de hormonales acordes. Tengo sed. ¡Y está lloviendo!. Pero el agua solo cae sobre mí en forma de frágiles gotas que se aplastan en la palma de mi mano. Tomo varias hojas de hiedra y las entretejo con un hilo de corcho – apenas un símbolo para mis deseos- y fabrico un improvisado vaso en el que se depositan las gotas de la lluvia hasta formar un breve lago de pureza en el que mojo mis resecos labios. Esto sacia mi ansiedad por unos instantes, y continúo mi marcha a través de los torreones góticos de la vegetación.

El sol se cuela por las hendiduras de la mampostería colosal de la estatua de la dimensión y algunos oblicuos rayos hieren como flechas mis retinas acostumbradas a la oscuridad, procedentes del astro de la omnipotente luz en la paz estable de su cenit. Entonces oigo un ruido de pasos y el gruñido de una fiera que se acerca con sigilo al lugar en donde estoy. Su cabeza se asoma entre las ramas bajas cuya madera está cubierta de hongos amarillos como hígados descoloridos. Veo su cabeza alargada con una incipiente trompa móvil en la base de su hocico. Es un tapir que me mira con los ojos muy abiertos, olfateando un peligro inminente, el Temor que vigila el deambular de mis pasos perdidos en la intrincada maraña de la selva, donde las sombras toman las proporciones de los árboles. Cuando me acerco a su cabeza gruesa y cubierta de cerdas de la que se desprende un perfume almizclado, oigo el rumor de la velocidad que se desvanece entre el plectro de la hojarasca.

El Mensajero de la Premonición se ha ido, pero ha dejado tras de sí un rastro de desconfianza, un reguero de incertidumbre, la trampa camuflada de una duda. Puedo, a lo lejos, percibir su campo magnético en mi interior, y tiemblo cuando me doy cuenta de que soy el único testimonio de conciencia en el ilimitado territorio de la conjetura. La Ciudad , cuyas calles son rectas y paralelas, es como un papel vacío que debo llenar con la narración de mi vida. A veces pienso que mis vestidos son demasiado frágiles para resistir la intemperie, y que mi piel es tan fina que no podría proteger mi cuerpo de la corrupción.

De momento solo he logrado calmar la sed. No me atrevo a probar los frutos de estrambóticas formas que penden de las ramas bajas, de colores tan llamativos que parecen hechos de fuego, pues desconfío de que su ingesta pueda resultarme fatídica. ¡La Ciudad –digo, la selva- es tan ruidosa! No puedo estar tranquila cuando el repentino claxon de un hoazín percute en el tambor de mi tímpano haciendo vibrar mi aliento, ni cuando el próximo rugido de un ocelote me hace gritar sin querer. A veces las puertas se me cierran – es decir, las plantas me impiden el paso- y doy vueltas como una loca buscando una salida en la concha cerrada de mi intimidad. Además, no sé hacia dónde voy, si avanzo o si retrocedo, si me salvo o me condeno. Quisiera poder tener las alas de la harpía que sobrevuela mi cabeza en busca de fáciles presas, para librarme de tropezar continuamente con los troncos imperturbables de los rascacielos vegetales.

Oigo, de pronto, el rumor de un gran río. La pared de hojas se aclara y su máscara se vuelve un poco más diáfana, proyectando una red de cinematógrafo onírico en la que se abren tres boquetes de resplandor. Las plantas de mis pies sangran por algunas contusiones hechas cerca de los dedos, adaptados a un relieve menos abrupto. Como un lacayo que anunciara mi llegada, un intempestivo quetzal cuyo frac verde roza con su cola mi frente, emite un carraspeo ceremonioso. Descorro la cortina de un manojo de helechos y ante mí se despliega la arteria azul del río Amazonas, ancho como el manto de un patriarca, cuyas riberas son tan marcadas como los bordes de una puntilla de lino. El río es una sucesión indefinida de imágenes que se diluyen en el oro de la luz y en la sombra del tiempo. Veo –mientras las yemas de mis dedos tocan la superficie evolutiva de la realidad del agua- una cofradía de caimanes cuyas mandíbulas móviles parecen alas de ángeles, dos nutrias que chapotean como teólogos en el origen de la vida, una anaconda descomunal pintada de geometría que mide diabólicamente las aguas con precisión científica, una manada de capibaras – gregarios instintos agrupados en la sociedad de la pasión dual del placer y del dolor-, y un delfín rosado cuya joroba de desengaño roza las plumas livianas de los pájaros.

Sin determinar qué efecto pueden producirme las bacterias del mal que pululan en el cauce líquido del río de la vida, ahueco mis manos y bebo un sorbo de la sucesión, un sorbo de tiempo, mientras noto que por mi garganta desciende el espíritu fresco de la cavidad del mundo. Ya se encienden mis ojos lentamente hasta iluminar el anfiteatro de mi rostro. Los colores purpúreos regresan a mis mejillas empalidecidas por el ayuno de la jornada de la edad y una sonrisa anida sobre mi boca. Corto las maromas del silencio y me dejo llevar por el ritmo de las aguas del río que me arrastran sin querer a un espacio reservado a la meditación. Entonces , se hace el milagro de la lluvia. El cielo se precipita en fragmentos irregulares sobre la templada porosidad de la tierra y los cabellos limpios del chaparrón peinan mis cabellos sucios del éxodo.

En las ramas de la palmera, al ritmo de una cítara o de un ukelele se pasea el mono de cara roja, Gabriel de las premoniciones, demiurgo con frente despejada y tronco de fauno lanudo. Se oculta la madre del cálao en un tocón seco, minarete del silencio. Los colibríes esgrimen sus floretes y retan a duelo a las femeninas enaguas de las acacias. El halcón se posa sobre la peña del centro del río – Mesías que anuncia la estación lluviosa-, y la rana roja arborícola, altamente venenosa, rememora la maldición del pecado que seduce y castiga. Me siento a percibir el toque sensorial de la campana del mundo, reflejado en el templo del río Amazonas, perdido entre edificaciones de maleza. Siento que la Ciudad –la selva- está dentro de mí, y su caricia ecuatorial marca el derrotero de mi sangre interna y vigilante. Las ruinas de los foros de la memoria – los recuerdos que siempre huyen como cometas de cola imborrable- son árboles que terminan donde empiezan otros árboles, confundiéndose el hilo del tiempo en el simultáneo ovillo de la eternidad, que soy yo, su convergencia.

Soy yo la Ciudad, y, no obstante, ¡qué débil soy!. El peso de mi cuerpo naufraga en la extensión del mensaje en blanco de la figuración, que es siempre una ficción. Hay tantos seres vivos junto a mí – o dentro de mí- que no puedo contarlos. Mientras narro la historia de mi nacimiento, que es la matriz de la Inteligencia, un escarabajo Hércules corretea cerca de mi talón derecho, y cuando lo aparto con el pie vuelve a su derrotero ciego, sin comprender el plan de mi vida. Hay hormigas rubicundas que ascienden por el báculo del cáñamo, y un oso hormiguero, con cabeza de alquitara, las recoge con su lengua de orador forense, sin hacer ruido, sin rasgar la cortina de la confidencia. Hacia arriba y hacia abajo, la naturaleza es ilimitada.

La dimensión de la Ciudad equivale a la Nada. Es tan solo el lugar que ocupa mi pensamiento. Es tan solo la forma ficticia de mi pensamiento. Pero no puedo pensar otra cosa, porque fuera de la Ciudad se evaporan los sentidos, vehículos a través de los cuales yo puedo comunicarme. Sin el papel en blanco de la Ciudad yo no podría hablar en absoluto. Esa es la Verdad. Por eso, Jerusalén es para mí la luz. Da lo mismo que los animales de las emociones tengan un tamaño u otro, lo importante es que son, es decir, viven en mí. Porque todo lo que vive, vive en mí, que soy el Alma, aunque Belleza me llame. Esa circunstancia es a lo que yo denomino Jerusalén o, de otro modo, realidad.

Ya he terminado de construir una balsa argumental de troncos enlazados con lianas para tomar asiento en el tren del río. Entonces siento mis pies mojados por la templada película de agua que me arrastra sobre la pobreza de mi conclusión a lejanos derroteros que guardan el tesoro de una esperanza, oculta en el cofre de la niebla. En el lecho oscuro del río dilatado, un banco de pirañas devora el cadáver de un caimán arrancando con los dientes pedazos de carne, allá en el fondo turbio de los leviatanes del temor, en el subconsciente, en los arrabales de la Metrópolis encendida por las farolas de los astros. Sola celebro la máquina del tiempo. Las piezas ensambladas del Arte son la Ley de la Ciudad, y yo debo cumplirla para morar en la infinitud limitada de mi circunstancia. Así debe ser, porque así es. Nuevas orillas me muestran sus secretos virginales – las regiones de mí misma que no conocía- y el hambre despierta mi modorra cuando veo cocoteros que dejan caer sus frutos flotantes al agua sin freno. Supero meandros en donde caza el margay, en donde el puma – león de la civilización- tiene sus cubiles y en donde la tortuga verde baña la cúpula sonora de su caparazón.

El sol rasga las nubes y celebra la victoria de su majestad, ojo omnipotente, espíritu de consuelo que da la vida. Me acerco al atrio de la incertidumbre. El río canta y me conduce a través de las notas de la hojarasca, piano de nostalgia. De repente, un remolino en medio del río amenaza con absorber mi mísera embarcación – pobre voluntad perdida en la corriente de la providencia- con su ritmo de destrucción. ¿Qué hacer?. Nadie puede oírme, en la Ciudad todas las ventanas de la Inteligencia han sido cerradas y los tabiques de los fenómenos naturales no permiten que pueda superar el obstáculo de su dura necesidad. Desesperada, doy un grito y los abejarucos se asustan.

Con la intención arrebatada de salvarme, me arrojo a la fría sucesión de las aguas pobladas de bancos de peces sensoriales y nado braceando para superar la tiranía de la corriente, mientras siento que el frío repentino del agua paraliza mis articulaciones y mis pulmones sufren por el esfuerzo realizado, percutido por el martillo persistente de mi corazón anhelante. El agua me arrastra. La angustia me devora. Creo que estoy retrocediendo y trato de imaginar que ya estoy en tierra, que ya toco suelo firme, que el sol me da en la cara, que mis cabellos se secan. Siento que el fin se avecina. Estoy próxima a la orilla de la extinción. No percibo nada del exterior, hasta que de pronto, mientras las aguas se van calentando y la corriente se detiene, algo vivo toca mi frente. Recuerdo que tengo los ojos cerrados, y que la corriente del río fue en parte soñada. Frente a mí veo los bigotes y la nariz negra y húmeda de un armadillo que olfatea mi rostro. Un dolor recorre mis músculos que regresan a la existencia. ¡Un armadillo!

Me incorporo quejándome y el animal se asusta haciéndose una pelota parecida al mundo. Lo tomo en mis manos y beso su rugosa coraza de cuerno, llamándolo Redentor, amigo bueno que me ha salvado despertándome del río de la Muerte. Soy otra vez la misma, aunque hay señales en mí que revelan el naufragio pasado, en los abismos del Diluvio, al pie de los manglares de los recuerdos. ¿Dónde estoy? Me pongo en pie para contemplar la isla en la que me encuentro, un brazo de tierra que ha combatido contra mi desaparición inminente. Escucho unas lejanas voces como de fiesta, unos gruñidos que semejan palabras. Camino imprimiendo mis huellas sobre la arena recorrida por legiones de cangrejos de ojos saltones que buscan alimento en el arenal del tiempo.

Detrás de una palmera –mejor dicho, de dos palmeras- de copa en forma de estrella verde una hoguera está encendida. El humo llega hasta mi nariz encharcada. Cuando me aproximo, veo a unos seres parecidos a mí – pero su pelaje revela que son bestias, aunque sus ojos son casi tan despiertos como los míos- que celebran un banquete en un rincón de la selva. Sí , ahora veo que son unos doce aproximadamente – no tengo ocasión de precisar más, en semejantes condiciones no estoy para hacer cálculos-, y están asando unos peces en el fuego cubierto de ramas. No quiero acercarme, pero el hambre me obliga a llegar casi al centro de la reunión. No parecen verme. ¿Estarán ebrios?

Me pongo junto al fuego y distingo a dos hembras – tal vez por sus senos abultados desparramados por el pecho y de color lechoso- y, con la esperanza de que me vean, me acerco al lugar en donde saborean unas bolitas de tapioca amasada con cacao molido. Una de las hembras lanza un grito, mientras un pavo real le roza la espalda con la cola. ¡Son capaces de hablar!. No estoy asustada. Hagan lo que me hagan, nada podrá ser más terrible que lo pasado. Uno de los comensales alza su cuerpo poblado de pelos negros y se aproxima a mí con los puños cerrados sobre el suelo. Siento que su tamaño me sorprende, a mí, a la que nada creía que pudiese sorprenderme.

«Te aguardábamos», me dice el animal con voz humana. «Siéntate a comer con nosotros». «¿Quiénes sois?», pregunto con un hilo de voz, «¿de qué me conocéis?»

«Somos», dice el primate mirándome con unos ojos de sombra, «los dioses de la vida». «No os conozco” replico. «Yo no os he visto nunca».

«Somos los dueños de la Ciudad», me informa él, mientras blande una vara de fresno tallada en figura de relámpago. «Te conocemos», me dice con una sonrisa arrugada, «eres la Belleza».

Cuando me doy la vuelta, un asiento de piedra con relieves de semblantes figurados ha sido puesto detrás de mí como escaño. Un joven simio con una risa sarcástica impresa en su rostro de color de almendra me ofrece el asiento indicándome el lugar con una vara en la que se enroscan dos mambas negras. Reparando bien, reconozco en el asiento a un pedazo de basalto erosionado por la caída de la lluvia, y los relieves no son otra cosa que incisiones hechas por la meteorización de los vientos.

«Siéntate, dama de la Inteligencia, junto al fuego del Progreso» me invita el muchacho cuyas orejas son tan prominentes que parecen alas de murciélago. Y antes de que me atreva a preguntar nada, me adelanta frunciendo los labios, arrugados por una hilaridad involuntaria: «Tendrás curiosidad por saber mi nombre, lo adivino. Soy Mercurio, el Mensajero de los dioses, patrono de la Astucia, la primera de las habilidades. Siempre camino delante de Júpiter el Grande, como embajador suyo, que es la quintaesencia del Poder, del que los elementos de la tierra son súbditos. Oh, y tú, Gracia solitaria en la Ciudad decrépita, ¿no querrás probar un dedo de ambrosía?»

«¡Calla, embaucador! ¡Te voy a moler a palos!», grita con voz estentórea, alzándose sobre las patas traseras, el simio que me ha dado la bienvenida, aullando y deformando la boca, «tus intrigas no pueden volverse contra el Tonante, de cuya propiedad es el agua que cae sobre los campos verdes y la espada fulminante del rayo vengador. Mía es la fuerza y la abundancia, piernas en las que se sostiene el cuerpo del Dominio, cuna de la Civilización. Quien esté contra mí, que soy la estatua de la Seguridad, está en contra de su propio pellejo. Yo he devastado la raza de los Gigantes de la Enfermedad, he inventado el rito del fuego, he castigado al Reloj de la Naturaleza y he vencido a mi padre el Tiempo. ¿Quién tiene algo que replicarme? Yo soy el dueño de la propiedad. Puedo rescindir el alquiler de vuestras vidas cuando quiera, puedo terminar con todo si llego a enfurecerme. ¡Ay de vosotros, esclavos de mi ira! ¿Cada día he de haceros una demostración de mi bravura? Me dan ganas de ataros al pie de mi fuerza y golpearos con la tempestad de mi enojo hasta deshaceros, canallas. ¿Delante de mí os hacéis valientes? Yo soy la Política, la vara y el látigo, y mis órdenes son leyes, Yo soy Yo y vosotros, ¿quiénes sois?. Sois sin ser, porque Yo soy la Supervivencia. La Supervivencia , ¿oís? La Supervivencia soy Yo».

«Cálmate, Campeón de la Furia», dice una voz más límpida de hembra, con timbre de gemido, en tanto el lomo del simio aullador, en forma de arco erizado de bayonetas capilares se desvanece progresivamente hasta desaparecer, sus carrillos se desinflan y su boca se cierra escupiendo rabia en un esputo de baba, «todos sabemos que eres el Soberano del Mando, el propietario legítimo del Poder, y son tantos tus títulos que fueran precisos varios capítulos para recogerlos al completo, por eso nosotros, que somos tus protegidos, no logramos a veces hacer memoria de tantos méritos como son los tuyos. Eres tan grande que no te vemos la mayor parte de las veces, pero eso no quita que tu esposa la Paz – que tiene la dicha de ser la misma que te habla- no sea la borla de tu triunfo, la cimera de tu terrible aspecto, tu misma mirada, si cabe. Así que la única que puede calmarte y detener tu impulso salvaje cuando te enfureces es la que tiene la dicha de dirigirse a ti, la honorable Juno, la Elegida, la que tiene ojos de buey y cara de hogaza. No nos derribes con tu brazo, permítenos decir alguna inconveniencia de vez en cuando, deja que entre tanta benevolencia haya de vez en cuando alguna broma».

Sin responder, el simio que se llama a sí mismo Júpiter se sienta de nuevo en su preeminente y privilegiado recorte de suelo, con los ojos puestos en mí, mientras arranca un trozo de carne de un costillar de guanaco y me declara con los labios chorreantes de pingüe grasa de mamífero: «Bienvenida a la Asamblea de los Dioses, esencia de la unidad, Belleza, reflejo del mundo. Cántanos el Poema de la Felicidad».

El resto de los comensales, blandiendo el lábaro de su voz me interpelan y demandan que brote de la roca de mi silencio un repentino torrente de palabras. Pero yo no sé qué decir ni a quién invocar. La prosopopeya de sus ceremoniosos gestos, semejantes a un secarral de desvanecidos acordes que marcan el ritmo de la respiración enajenan mi tranquilidad. Un deforme jiboso cuyas sudorosas sienes están coronadas de un esqueje de parra con racimos de uvas colgantes, exhalando un fétido aliento de fermentación ahogada, se dirige a mí con un brazo levantado a la altura de mi cabeza diciendo: «Doncella linda y vergonzosa, ¿eres muda de nacimiento?. Somos el magnífico Senado de los Elementos, los Quirites de la Fiesta de la Diversidad del Espectáculo Mundano. Estás en medio de nosotros y no abres la apetitosa boca. ¡Ea! Demuestra que tienes gracia y ponte a bailar moviendo las onduladas caderas, desatando el dosel de tus cabellos, para que te veamos y te admiremos, para que gocemos de la cascada procelosa de tus inacabables formas. ¡Y si no te atreves por vergüenza, te daré a probar el remedio del alcohol, cúspide del placer, y verás todo a tus pies y nada para ti estará prohibido. ¡Habla, necia! ¿De qué te sirve tu figura si no es para contentarnos y para agradarnos? No vales poco ni mucho sin nosotros». Y después de esta estólida intervención, una hembra de pelaje untado con crema de guayaba y con aceite de coco me increpa: «No sirve de nada intentar que ese palo de escoba baile y se mueva. ¿No veis que es como carne de búfalo seca y sin salsa? Está ahí mirando para el suelo y en lugar de dirigirse a nosotros con la cítara de una lengua suave o con la lira de las caricias tiernas de los destetados, se queda tiesa como una estalactita de cal, esperando que la divirtamos. Fúmate una hoja de marihuana o al menos, si te cuesta absorber el humo del desenfreno, aspira por la nariz unos polvos tostados de nicotina. ¡Ni para eso vales, perra, muladar de Venus, no tienes sangre de mujer ni gustas a los hombres!»

Con ademán solemne, contemplando el oblicuo vuelo de los sinsontes, declaro: «No os conozco. ¿Quiénes sois vosotros, que habláis conmigo como de igual a igual?». Una carcajada bajo el crisol de un regüeldo invade el final de mis términos alrededor del fuego.

«¿De dónde ha salido esa mula?», pregunta un simio con unos dientes que le salen fuera de la boca. «Viene de la selva, es una pervertida prostituta de la Ciudad. Apártate de ella, Marte, el de los fogosos bigotes», le aconseja una anciana horrible con legañas y cataratas en los ojos que lleva un ramillete de olivo entre las patas traseras, a modo de taparrabos. «Dejad que orine sobre su rostro virginal». dice entre muecas de esqueleto un viejo de cerúleos labios, «Recibirá el ramo de novia de Neptuno».

«¿Acaso no estás desposado con las escamas de Anfitrite, adúltero de los mares que encierran como anillo la tierra?» protesta con remota sorna una mona cubierta de un manto de piel de serpiente. «¡Aguarda, no puedes olvidar que mía es la sangre de las doncellas cuyo principio es la lava de los volcanes de las pasiones!», clama un desaforado monstruo de fealdad cuyos rasgos son úlceras inflamadas y cubiertas de pus amarilla.

«¡Silencio!», ordena un cojo de ambos pies, con una barba quemada y unos ojos de topo, «La dama ha de hablar, para eso está aquí. Que diga lo que tenga que decir y que después se vaya”. Sus últimos bramidos guturales son reproducidos por la cópula del eco: «¡Que diga lo que tenga que decir y que después se vaya! ¡Que diga lo que tenga que decir y que después se vaya!»

Entonces me levanto de la silla de basalto confundida por un clamor que no comprendo, por el estruendo de la matraca del espectáculo alrededor del fuego del Progreso, que es la Civilización, la Asamblea de los Dioses. Por accidente he llegado hasta la orilla de la Muerte.

Lo acabo de comprender. Mis pasos son débiles, pero mi resolución es firme. Comprendo lo que debo decir, pero antes, arrojando mi peplo al fuego y quedándome desnuda, apago con su humedad la tenue llama. El humo se desvanece. La mirada fatal de los Dioses se cierne sobre mí. Entonces declaro: «Es el día de la ira. Todas las pantallas serán abolidas».

Asustados, los Dioses se enfrentan unos a otros, el semejante contra el semejante y el descendiente con el ascendiente, ciegos de furor al ver la llama del Progreso apagada, llamándome con insultos desde todas partes de la selva, de la Ciudad en tinieblas. Su batalla es una explosión de odio incontenible, como una ráfaga de metralla vindicativa. Pero sobre el techo de hojarasca de la selva luce la memoria absoluta del sol, copa de oro que escancia gota a gota el don de la alegría. Me pregunto qué será la armonía, qué la perfección, qué la mesura. Las iguanas del deseo tumbadas atrapan los fulgores líricos de los rayos de la Madre Idea, la Luz. Y yo, desnuda en el espacio más allá de la Muerte, cuya monarquía es la Esfinge de la Corrupción, vislumbro el no sé qué de la revelada forma que modela mi vaporosa materia. Los Dioses –digo, los simios funambulescos de los instintos- se han subido a los árboles y allí prolongan sus aullidos hueros y sin consistencia emocional, blandos montones de excretado excremento, mecánica de la reproducción de las células del sueño.

Desde la lejana placidez del Sentimiento, salón central de la dorada mansión de la Inteligencia, compruebo las infinitas degradaciones cinéticas en la plástica película del universo en expansión, hasta que al fin sus sonidos se disuelven en el santo ácido del silencio. Buscaba la Ciudad en la Ciudad, y no la hallé. ¿Dónde encontrarla?. Noto luego, a pesar de la intrincada habitación de mi persona, que la selva se difumina en tintes misteriosos, después de haber encontrado el tesoro de la Realidad –que es la Palabra Invisible- en el lugar más remoto de mi interior, más allá aún del mar de la luz –trono de la percepción-, en la conjunción de todo, en la victoria de la unidad, en el yacimiento de Dios, a través del universo de mi cuerpo, en el repentino continente de la Comunicación.

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Ana Lucía Montoya Rendón (Colombia)
Cópula


Hoy, por el Chena River y por su vecindario todos copulaban, unos delante de los otros. en el aire, en el agua, en la tierra, en el fuego. el Sol lamía mis mejillas invitándome a seguirlo a algún recodo para hacerme suya sobre los susurros de la hojarasca ocre. los cisnes con su largo cuello cortejaban batiendo las alas mientras los patos de cuello violeta y verde lo sumergían buscando proteínas. el río aún congelado, dejaba que lo hendiera un tempano que se deslizaba como amante en celo abriendo la entrepierna del agua. arriba en en el aire dibujando arabescos una pareja de pájaros hacían planeos subiendo y bajando en ritmo de orgasmo. por momentos el macho sobre la hembra cubría la necesidad de la Naturaleza de continuar la especie. deliciosos, todos alborotando hambres. alborotando deseos negros y deseos blancos. negros como el celo aullante de la luna en el lecho; blancos como el canto dulce de la Luz, la Libertad, el Amor. y yo soñaba... soñaba caminar sobre el coraje. entregarle a la noche mis desvelos para que los amanse entre abrazos y cabalgatas desbocadas.

el agua seguía copulando con el témpano... un sueño se craquelaba con el graznido de un cuervo...

ana lucía montoya rendón / abril 2010
Welbsite ALMR

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Sinfónicos amantes

«...con esa inocencia aparente desde el do infinito
hasta el si preclaro que expande aún más el Universo...»:
Poeta lejano

Lira igual que la caricia de tu voz,
abrazo anhelado en una playa / lecho,
pentagrama de tus notas en mi cuerpo
nativo amante primitivo hambriento.
Así mi ser,
enredado eternamente al tuyo,
Hiedras Dos / Uno, Todo,
a través de mil Lunas,
errantes.

Una galaxia siempre nos espera,
rincón oculto de pareja primordial
donde armónicos
acompasados y ardientes
en ritmo lujurioso,
nuestros pies nos llevan
tras un pálpito vertiginoso,
orgásmico.

¡Deliciosa sinfónica, ósmosis de placer!
Mi boca intenta sostenidos en la tuya
y la realidad le grita:

¡Lengua hoguera, flama bruja!

Enredada talanquera
enfrenta feroz a la lógica civilizada,
horda frenética que impele mis sentidos
hasta el sacro de una mujer en celo.

!Qué de sinrazones atajan el vuelo de mi espíritu!

Mientras,
coquetea la mar
para izarme en olas
mis piernas sostienen mil deseos
esperando tocar el borde de tu tierra
donde sé, me espera el "son" de las palmeras.

Escrituras,
míticas historias
-aplicadas, expertas-
plasmadas en la totalidad de nuestras pieles.

Letras rojas manan de mi poseso vientre,
sedienta, excitada flor espera tus vitales gotas.

Arca áurea rodeada de mil fuegos,
cohibidos pebeteros gritando:

¡Libertad!

Tuya en el éter,
en la vigilia o en el sueño.

El Rincón de Ana Lucía / Albor de las palabras

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Carlos López Dzur (Puerto Rico)
Declaración de las primeras impresiones


1.

Hay una esencia serena, mujer.
Me la da tu sonrisa como un leve reflejo
que transparenta tu alma;
comienzas a obsequiarme sin premeditaciones.
Me siento protegido, confiado, por esos labios
que no bostezan ni aburren
que no tienen torcidos dilemas escondidos.
La primera impresión para quererte
son esos músculos del semblante tranquilo,
sin misterio, o engañosos enigmas.
Sonríes y te he sentido mía
como si me besaras.

2.

Tú vienes con tu cordialidad y está bien
que lo seas; pero lo cordial se calcula,
se instruye, se posa y hay gente cordial
que es ladrona y asesina, egoísta, superficial,
gente que no equilibra la virtud
acorde a muchos avatares de la expectativa.
Gente que es mejor no tenerla por rival.
La cordialidad se le cambia
con la imprevisión de las primera pruebas.
No es cordialidad por lo que juzgo yo
ni a las gentes que me agradan lejanas
ni a las gentes con que quiero profunda cercanía.

3.

Te conozco inofensiva y me das miedo.
Me late más que pueda hallarte un signo
dulce y provocador de adrenalina.
Conozco tantas moscas muertas en la calle,
seres conbardes y agachones, gente que tira
la dignidad a las cloacas; ¡ay, tu beso inofensivo
no me gusta! No me dice tu cara que habrás
de hacer defensa de tu casa, que has de ser fiel
a lo que sea el tipo de lucha que nos rete.
La vida es dura. Batalla. Que sepan otros
y tú misma que a veces hay que matar las tentaciones,
que hay sacar las garras y dejarse de poses,
ese posar de muerta, cucaracha, en vez
de huir, si es necesario.
No seas inofensiva, sé benévola,
saca las vivaces agallas, marca el límite.
Dí que vales, que tu aparente paz
puede ser una guerra, una causa,
una lealtad activa para quien sea tu amado.

4.

Yo sé, mi amor, que uno juzga desde lo que es
y lo que tiene aprendido.
Y las zonas del carácter engañan.
Tienen sus laberintos; pero, ahora que te he hallado,
¿dónde tu curiosidad se halla con la mía?
¿Qué haremos para no aburrirnos si nada
quieres aprender, si te veo tan satisfecha,
tan reacia a lo nuevo, a lo viejo, a lo presente?

¿Dónde, mi amor, podrá tu curiosidad
alcanzar lo profundo que te ofrezco,
yo, que tan livianamente, me acerqué
y te dije acompáñame, vayamos juntos
hacia alguna aventura? y has comenzado
por decirme,
no te compliques la vida,
aquí estamos bien, tenemos todo...

¿Todo? ¡Menos tu atención,
menos un encuentro con que yo quiero
filtrarte hasta lo profundo de mi alma
para poder decirte: Compañera!

5.

Te dejo porque eres toda virtud social,
esclava de toda expectativa de poderes
que no son autónomos, interiores,
legislados desde un fondo de universo nuevo,
sorpresivo, ambicioso;
todo lo quieres condonado por un qué dirán,
instituciones que han pasado a nuestras vidas
sin darnos ni lo mínimo ni el saludo.

¡Qué bueno que no debemos nada
a ese mundo, que podría acusar su cordialidad
de recua de chingaqueditos, hipócritas,
malversores del aire que junto respiramos!
«No me hacen falta», te digo, y te dejo
porque los defiendes, quieres un mundo virtuoso,
rutinario, cotidianidad de sierva
de los otros y mi mismidad se quedando seca,
con una sed que no colmas tú ni el mundo.
No te asomas a mí y me tapas el pozo
de esa compañía que me complementaba,
tu alma que era esponja empapada
para darme un corazón de agua,
un manantial de amor profundo.
Te dejo. La soledad sin tí sería menor
no sabiendo que estás sin estar conmigo.

6.

Hay extrañas coqueterías en tí.
Tenías que ser mujer para ser así
de encantadora; que linda niñas eres,
creces, envejeces, no se nota,
porque no pierdes el alerta, la viveza,
la alegría, la forma femenina de alborotar
dulcemente con tu ajetreo todo,
todo lo magias con una delicadeza
de hormiga, o de avecilla cantadora,
o de afanes minucioso, en todo quieres
una fiesta de besos y de cantos.
En todo pones la risa, las recomendaciones,
la cautela protectiva, en todo quieres ser una madre,
o una anciana curiosa. ¡Cómo crece extrañamente
la edad de tu cuidado, esa vanidosa costumbre
del ornato! Todo debe ser limpio, estético,
por más humilde que sean los recursos
y es que así eres, inocente coqueta que adorna
la vida como si fueras una flor en lo más alto
y noble de un ramo, el árbol de nuestras vidas...

7.

No eres la más elocuente de las mujeres
que yo he conocido; tú lo admites;
pero eres buena y justa. Sabes cúal es el rival
que nos asedia: ese poder corruptor
de la ambicion dominadora que no lleva
a ningún lado, pero se viste de discursos y moral,
palabras huecas que incentivan prejuicios
y temores... tú sí sabes que no necesitamos
organizar muchas palabras para decirnos:
«Te amo»; ni exhaustivas razones
para ser misericordiosos, que a veces es inversión
dar lo que nos sobra, que a veces restando
se suma; no eres la más inteligente mujer
con que me he topado, a la Fe la llamas tu Ciencia,
pero a tu Sabiduría la llamas «el Trabajo».

Tu Dios es un simple amor sin teología,
quererse cotidianamente con la simple pregunta,
«¿tienes hambre? ¿comíste? ¿te sientes bien?
Te veo triste»;
¡ay, amada mía, yo no cambio
esa elocuencia tuya, casi de simple campesina,
por nada que dicten academias y congresos.

Yo no cambio tu femenino ser
por nada sublime que me prediquen
las publicidades del mundo, no cambio
tu fe por recetarios ni hegemónicas pamplinas
del discurso social que organiza la nación
o ningún imperio del mundo.

8.

Yo sé, amada mía.
La gracia natural de los cuerpos cautiva.
La simpatía en la mujer es como un gancho.
La hermosura jala más que una carreta
Las hembras afectuosas, fácilmente,
son como el anzuelo idóneo que nos caza,
empalagoso fruto al final, aunque antes
nos atrapa y a veces nos tira y nos rechaza
cuando más seguros y gozosos presumimos.
«Esta belleza es mía
Esta nena es mi lazo».


Y uno se emputa hasta por lo que no le conviene.
Hay gracia, simpatía, belleza espléndida,
que sólo una genética reinante,
pura hembritud pagada de sí misma,
dándose un precio por los mejores postores
y no siempre es uno,
pobre, feo, pero lleno de amor y de apetito.

¿Cómo librarse sin sufrir de estos apegos,
la nalga elocuente de la hembra,
apariencia coqueta de la nada,
o lo externo, la ausencia de misericordias afectivas
que puedan, al final, servir de ancla
al corazón humano que la anhela?

... por eso hago yo estas declaraciones
de primeras impresiones
mirando en mi mismidad con temor de agua pudrida;
por eso medito sobre el amor al lado de las alcantarillas
y sientos hambre de alimento espiritual
cuando veo estos cuerpos urbanos
y me da finalmente por extraviarme
hacia campos lejanos, en soledad expectante,
para poder armonizar toda mi vida.

27-08-2001 /
Indice: Las zonas del carácter

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¿De qué sueño americano estará hablando? / Frag. de novela

Mucho antes de lla tarde en que Gustavo tocara su guitarra y la «vieja Canuta», la Mole de enormes chichis y culo cargado, le contara su nostalgia de la Era de Pat y Jerry, padre e hijo gobernadores, había una escasa admración por ella. Se enteró sobre diversas cosas de oídas que conciernen a ella. Algunas de constan, otras no.

Por principio, él no respeta a quien está en distrito escolar sólo ganándose un salario, sin convicción de la importancia de la pedagogía. Este trabajo es diferente a casi todos los demás. «Hay que aprender todos los días, de esos maestros invisibles, estrellas tan fugaces, que son los niños y jóvenes. Amar este sacerdocio de la pedagogía para no volverse loco». Y, sufrir depresiones a lo largo de la trayectoria de trato con alumnos, perturba, requiere mucha concentración y energía emocional. No, en balde, él conoce a quienes no resisten y dejan la escuela, cuasi perturbados. Pasan de sus casas y escuelas al manicomio. Si se recuperan, se les suplica que vuelvan al aula y no lo hacen. Quedan memorias dolorosas. Quien tiene vocación, mucha fortaleza, es el único que resiste.

En rigor, Miss Meteoro fue educadora, aunque todavía tiene sus sesiones de clase. Enseña en el Departamento de Ciencias. Estudió sin vocación y pasó por sucesivas escuelas como maestra. Es todo. Ahora está aquí con privilegios porque, de jueves a sábado, lo dedica a sus estudios posdoctorales, a cumplir con lo que llama una agenda personal. Nunca su corazón ha estado ni estará con un diálogo directo con los niños. A veces, se le encuentra mrando al vacío, pero sin perder la hilación de lo dice. Parece una autómata, o robot programado, para soltar a pura memoria sus lecciones. Es una forma dismulada de estar enferma. No le importa quien aprende o no. Un cierto egoísmo la mantiene en las corduras establecidas, en lo canónico.

Es ambiciosa. «Sin una agenda personal, no hay destino. Ni persona. Ni realización». No sería secretaria ni quiso vender algo detrás de una caja registradora. No le habría gustado quedarse sola, como está, ni se le concretó el sueño de ser conquistada por un gringo de ojos azules. O un europeo fino.

«Es que aman a las mujeres flacas», dice con resignación.

Gustavo le tiene una pizca de lástima porque es una mujer llena de complejos, con una mente lógico-deductiva, pero simple. Cuando quiere es razonadora lo es por inercia. Ha echado al traste mucha de su inteligencia. Le falta genio, intuición y se afana por cosas por lo que, de contínuo, forja estereotipos o ese mundo que describe tan esquemáticamente. Lo que ella menciona como inteligencia no es nada espiritual, sino algo a lo que pueda ponerse como una la etiqueta, con su conjunto de vagas instrucciones. Hay gente que nace neutra y todo lo resbala. Sólo ocasiomalmente entristecen con intensidad. «¿Sabes, Gustavo? Por lo único que una puede sentirse triste, es por no tener dinero, techo, o la comida. Esa gente es infeliz. Yo solucioné ese problema. Por más jodida que se me imagine, no lo soy. En el peor caso, estoy en la velocidad neutra. El mundo niega muchas cosas; pero yo me burlo del mundo porque mi neutralidad la tengo ya garantiza. Voy a morir muy bien sepultada, con el estómago lleno».

Gustavo, quien se ahorra muchas palabras para no ser cruel con ella cuando la oye, sólo dice: «Wow». Que equivale a 'cada cual, con su cuento'. Es que él, ni quiere su falso amor ni odio, ni su mínimo odio. La cree peligrosa porque si se lanzara una bomba sobre la ciudad en que vive para matar a los pobres y los indeseables, por cualquier razón axiomática, diría: Muerto el perro se acaba la rabia.

Es por lo que ella admira la época en que no había tanta zozobra por la pena de muerte. Si hay criminales, lo mejor es matarlos para que se acaben. Cree que a los depredadores sexuales, se les debe castrar y, si un ladrón hay que sea empedernido y reincidente, que les corten la mano con que hurta. A de Gustavo, Miss Meteoro debió ser una excelente coetánea para la época y ciudad en que se instituyó como la mejor jurisprudencia el Código de Hamurabi.

Por lo general, a él no inspira confianza, como persona persuasiva y sincera, ni ella no ninguna que tome por sentado lo que se llama el Sueño Americano, como si el precedente del soñar un ideal, o la conquista de proyectos humanos productivos, naciera en Norteamérica con la gabachada. Miss Meteoro conversa mucho sobre sueños americanos y, a los cinco minutos de oírla, la gente se pregunta sobre qué tipo de codicias estará hablando. Mas ella es mediocre hasta en la codicia. No tiene las agallas de ser millonaria. Quizás ni quiere que otro lo sea porque juega a la defensa de la clase media; la que define como clase profesional, o gente con salariio de seis cifras, cien mil año, o poco menos...

Parece que sueño es sólo cosa medida, acumular algo, tenerlo en las manos; así como su sueño (ya que tiene casa, propiedades menores, automóvil de lujo) es ahora otro diploma más para su pared. Un doctorado tras otro. Le importa que se vea. Un diploma grande, vistoso. «Si no me lo dan así, yo lo encuadro en un marco vistoso, chapeteado de oro, si es necezario». Educarse es como un objeto de lujo, educación cosificada, en aras de su salario clasemediero: sus $90,000 anuales, su seguro médico, su temor a un infarto por gorda. «Y que la vida siga y yo cagando de contento».



Considerado así, esta mujer es tan vaga en precisar lo que llama Sueño Americano. Soñar a la americana es tener el derecho, su frase favorita, a hacer ruido. «Tronar los chicharrones». En Norteamérica, los truena el que dice: «Aquí está mi casa paga, mi automóvil del año, mi diplomota de Harvard, Yale, Princeton». Ella ha tenido que conformarse con UC, Berkeley, UC, San Francisco, UC, Los Angeles... La toman por Chicana, aztlanista, mexicana, pero ella es lo vaporosamente universal que se pueda sugerir con la palabra 'mujer moderna / cosmopolita'. El caso de Gustavo es distinto. Educar y si se vale soñat con educarse es para mejor servir y servir debe ser transformar. En algún renglón de profesión y servicio, uno debe transformar algo; tal vez, transformarse uno mismo, hasta que sienta que su felicidad es algo auténtico, no un trasunto de conformidad, por el estómago lleno y las seguridades precarias, porque. aún la vida es incierta. «Quien más tiene, por la accidentalidad de los destino, puede verse bien abajo, en pérdida total». Y educarse-transformarse es prepararse para ese momento, sin pensar en lo atroz y lo trágico, ir armónicamente a donde quiera que la vida conduzca.

En cambio, tal parece que, cuando su colega habla sobre la posmodernidad de los sueños alcanzables en Norteamérica, describe una estrategia, no para lograr un ideal positivo, o plan de vida que la armonice con otros soñadores y su circunstancia, sino su obsesionarse de modo resentido con algo diferente al ancestro, o lo que se tuvo logrado. Ella parece convencida de que no hay raíces o su pasado es una mierda. «No todo ha sido una mierda antes de la posmodernidad. No se me amargue, doñita», le dice a quien no admite que haya consolaciones.

En fin que sólo es posible soñar en inglés y soñar de este lado. En México, ningún sueño se tiene, o se tuvo. No ella. Los sueños comienzan en los EE.UU. y sólo aquí se concretan. Si soñar es tener ambiciones, en ninguna parte del Tercer Mundo se puede soñar. Allá los sueños serán fraudulentos, o sueños menos sublimes y valederos, que los sueños que tienen en los EE.UU.. Le gusta hablar sobre ese fraudulento México de los López Portillo y sucesores y de gente como Echevarría, gente masacradora de estudiantes. Ese es el tiempo en que muchos de sus hermanos dejaron México.

Tal parece que el alma de esta mujer fue inventada por un mito gabacho. Tal parece que también inventaron la inteligencia y la civilización. Inventaron el sueño. Inventaron el progreso. El hilo negro y la última CocaCola del Desierto. Cuando ella comienza esas filosofadas tan mafufas sobre el Sueño Americano, él la deja con la palabra en la boca y corre con la excusa de que le han entrado ganas de mear.

Hoy que habría conversado con gusto sobre el recuerdo de la «Niña de Guatemala», no la del poema de Rubén Darío, sino la de la alumna que tuvo, oriunda de El Quiché, la que regresó a su país por un asunto de luto, él no ha encontrado a ninguno confiable. Esta colega vino con la cantalela de sus sueñitos americano de vitrina. Y no dejará que él hable, o acote nada. A Gustavo le habría gustado que, a su lado, estara una persona sensible de veras que entienda cuando él diga, como su alumna guatemalteca, que él también ha comenzado a sentir que pertenece a la «sociedad de almas», más tibias que calientes, pero nunca expansivas como una bomba caliente.

Mas entiende que en la sociedad que vive, el ideal es que esté entre The Hottest Peoples To Look At. En el peor sentido libidinal en que se le puede juzgar, Gustavo se ha sorprendido que haya en la Dirección Escolar quien haya dicho de él que hay que observar a esos Latinos Calientes que, siendo maestros, se atreven a mirar y aprovecharse de las bellacadas y calenturas de las hermosas adolescentes que son sus estudiantes. Intuyó, de paso por la oficina que alberga el Achievement Reinforcement Center (ARC) que chismeaban en torno a él; pero, hipócritamente, el grupo cambió el tema. No se trata de un varón. Se aludía a la educadora Naomi Pérez. El Caso de la Saddleback HS. De súbito, la Latina Caliente es una maestra de Brea que tuvo sexo con un menor de edad, uno de esos «estudiantes calientes».

Esta hipocresía del grupito de docentes y empleadas aburridas hizo que avanzaran, atropellándose unos a otros, una hilera de pensamientos que alguna vez leyera de Elsa Maxwell (1883-1963), escritora norteamericana. No acierta a mediatar cuán fidedignamente se le vienen a la cabeza. Mas se siente, como si camina entre las tumbas de un cementerio, asaltado de frustración más que de odio. «Bores put you in a mental cemetery while you are still walking». «A bore is a vacuum cleaner of society, sucking up everything and giving nothing. Bores are always eager to be seen talking to you». «I don't hate anyone. I dislike. But my dislike is the equivalent of anyone else's hate».

¡Si supieran que siente nostalgia por una niña fría en un mundo caliente! ¡Si supieran que su mente se ha ido con ella, su mejor alumna, a Guatemala y con ella se sumerje en un río fluyente de aguas refrescantes y acariciadoras, como en el poema de Darío, que cita el lugar donde María García Granados se ahogó! ¡Qué deseos él siente hoy de besar en las sienes a una niña fría, como aquellas dos! Y, besarlas en la frente: 'era su frente, -¡la frente / que más he amado en mi vida!', habría escrito nuevamente Darío, si con él hablara.

Ha recordado a un niña que, al pie de un campesino vestido con traje típico, como si representara alguna clave gráfica, dibujó un gato con la carita asombro y la cola entorchada. Ese gato lo absorbe en aras interpretativas. Representará algo comunicado. Un día buscará los poemas sobre los gatos que Baudelaire escribiera. Uno, si mal no reuerda, y rememoa bien los versos, diría:

Los enamorados ardientes y los sabios austeros
aman igualmente en la edad madura
a los gatos poderosos y dulces, orgullo de la casa
que como ellos son friolentos y como ellos, sedentarios.


¿Habrá tomado aquella Niña de El Chiché de este contexto su sabiduría para definirse friolenta, al mismo tiempo ardiente? ¿Será su gato al pie del campesino el símbolo de su alma? Nunca olvidará la reflexión suya en The Journal y guarda la tarjeta con el dibujo del campesino, en traje típico, como tesoros compartidos de una alma poderosa y dulce. Ella es el orgullo de su experiencia en la escuela y... ¡qué pena no verla guardarse! Desgarrador ese día que se fue del campus y le dijo: «Me regreso a mi país. Ahora que entraba al Programa de Estudiantes de Honor en CHS».

Y se despidieron y, aún la consoló. «¿Para qué sirve un maestro que no consuela, que no anima a ese 'hijo / hija', no putativo y sanguíneo, que la vida regala y pone en relación directa, cinco días a la semana?» Ella triste porque se va, sin conquistar un sueño americano / guatemalteco / su diploma de la prepara y el honor de haberse educado con estudiantes aplicados, los mejores de la escuela. Seguro que han escrito que ella es una desertora, fracaso estadístico de la CHS, no siendo cierto. De modo que, pensado que la gatita friolenta, con la colita en alto, es un símbolo del alma de la Niña de El Quiché, le dijo:

«¡Qué pena que te vayas! Salúdame a la gatita que dibujaste en la tarjeta de nuestra despedida». Lo que le dijo, no fue necesariamente en tono de consuelo, fue un elogio: Que dondequiera que ella fuese es la más digna, curiosa, poderosa, incontaminada, de las niñas que ha conocido, la mejor de sus alumnas, la más perspicaz. Tendrá más vidas, éxitos y honores que la sigan, que un gato.

Gustavo recuerda el día en que fue a averiguar qué tipo de clasificación estadística aplicaron a esta alumuna por su abandono de la escuela. Efectivamente, que desertó. Que se fue porque le dio la gana, bajo la excusa de que sus padres se iban a Guatemala. Ella no explicó si regresaría y lo que necesitaba, al irse, fue el privilegio de un permiso de ausencia temporal. Se fue de golpe y porrazo, como quien se va de pinta de la escuela / dándose 'in defiance of authority'. Asumieron que los niños son mentirosos, desdeñosos, caprichosos y no creyeron lo que ella les dijo: Que tuvo una imprevista necesidad de irse.

«¿Cuándo? ¿Y por cuánto tiempo».

Ella respondió: «No sé si volveré. Es que no somos residentes legales».

«A la Dirección escolar no le importa tu estatus. La Ley 187 fue declarada inconstitucional. No vamos a expulsarte por eso; pero, firmaste un 'compromiso de estudiante', quedarse en la escuela», le dijeron.

La niña del El Quiché no tuvo la autoridad para determinar 'pues me quedo'. Es que sus padres se la llevan y, sin ellos, el mundo caliente la lastimaría. No dio más explicaciones. «Es que me tengo que ir».

No lo dijeron. Sólo pensaron en torno a ella: «Otra a quien la embarazan. Otra que deserta de la escuela y se va sin diploma». Malinterpretaron su alma gatuna en el ARC, concluyó que la niñez es

Ernesto Schóo es otro de los autores que describió el alma de los gatos y Gustavo leyéndolo asiente, cree lo mismo, y se lo aplica a la niña que se fue: «El más digno y el menos sumiso, desdeñoso, tiránico, malicioso y travieso, el gato ha atraído tanto a los artistas, porque lo mismo que ellos, es una criatura todavía independiente en un mundo donde serlo cuesta cada vez».

Indice / Novela «Dice Gustavo el maestro / Carlos López Dzur

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Jorge Luis Estrella (Argentina)
Este


Aquí estoy, al Este de ningún río,
de ningún puente, de ningún dique,
y está bien habitar al Este
aunque sea de ningún lado
porque facilita los discursos
especialmente para disimular la más común
de las muletillas.
Por ejemplo, voy a decir que en esta tarde
de marionetas húmedas
este... este... este...
el silencio este... me grita palabras obcenas
este... este... y me refugio en las entrañas
este... cálidas de algún reactor nuclear.
Me quedo obnubilado este...
entre mariposas cibernéticas,
lujurioso de pudores este... radiactivos,
radiante como losa de departamento,
me quedo hurgando el Este este... de la nada.
Y yo que tengo el Sur en el ombligo,
el Oeste en la manga y mi norte este... es el Norte,
digamos la quebrada de Humahuaca,
me afinco este... al Este de cualquier achura,
al Este de un delirio calculado este...,
al Este del fantasma de la noche.
Y los que tienen el poder este... me miran,
no me sacan los ojos de los ojos
y si supieran que existo me sacarían los ojos este...
este... este... me robarían el pan y las sandalias,
me dejarían calvo y en pelotas diciendo
este... este... este...

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El biombo de Tökugawa

Un argentino mira, en Missouri, un biombo japonés de papel pintado, época de Tökugawa. El dibujo se extiende en forma continua sobre las seis hojas y, en cada hoja, pasta, descansa o se encabrita un caballo. Los ojos del argentino son argentinos, el biombo es japonés, Missouri es un estado norteamericano. ¿Los caballos son japoneses?. No se podría afirmar eso, ni negarlo.En ese instante, entra al museo una sueca y le pregunta, en inglés, al argentino: —¿Qué está mirando? Éste, en inglés, dice: —Soy argentino y estoy mirando, en Missouri, un biombo de papel pintado, época de Tökugawa. La sueca, ahora en japonés, le pregunta al argentino:—Si yo también miro el biombo japonés, ¿seguiré siendo sueca o me convertiré en japonesa como el biombo de la época de Tökugawa, en argentina como sus ojos o en norteamericana como este edificio público en el que estoy con usted?». El argentino contesta, en japonés: «Seguirá siendo sueca, tal vez una yegua sueca olfateando a los seis caballos, pero sueca». Entonces, la sueca, en sueco, dice: «He leído que, en Argentina, hay una inmensa pampa húmeda repleta de caballos. Yo quisiera ser una yegua sueca y que usted fuese un caballo argentino y que hiciéramos el amor aquí, en un museo de Kansas, Missouri, Norteamérica, frente a un biombo japonés de papel pintado, época de Tökugawa». Luego de escucharla, el argentino se va, molesto por no entender el idioma.

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Calle con cielo

La calle tiene un cielo
pegado a las espaldas de los muertos
y camino la calle
con recuerdos que olvidaré
cuando la noche nazca.
No sé por qué los pies a veces duelen
como un alma cortada a pedacitos
y camino la noche de los muertos
con un sol en las manos.
El fin está en el principio,
allí donde se encuentra lo que se escapa
y somos lo que somos
caminando el abismo
que soñamos.
Los animales están en la guarida
con el hocico lleno de nostalgias
y voy sembrando flores ya marchitas
mientras camino
la selva
de mi casa.
¿Por qué será
que siempre pierdo los anteojos
y ando a ciegas
por patios sin geranios
y me choco con todos los fantasmas
de mi futuro?
La vida tiene tumbas
escondidas
en los recodos de cada circunstancia
y caminamos
con los pies que duelen como un alma
pisando las espaldas de los muertos.

© Jorge Luis Estrella

[Jorge Luis Estrella nace en Zárate (Provincia. de Bs. As.) en 1944. donde vive hasta 1958, en ese año se muda a Villa Carlos Paz (Provincia de Córdoba), y desde 1973 vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Se recibe en 1969 de Licenciado en Literaturas Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba. Año en el que publica, con otros cinco compañeros de Facultad, Sésamo, abrite. En 1972 obtiene el segundo premio en el Concurso organizado por el Teatro Gral. San Martín con la obra La Pulga, estrenada en el 2003. Son puestas en escena además sus obras: Filoctetes, versión libre de la obra de Sófocles, Dulce mamá, Turrón de almendras e Invasiones. En 1997 construye una libreta digital con poemtos (poemas-cuentos) e ilustraciones propias con el nombre de El moribundo y otros poemtos. También digitalmente, desde el 1998 al 2000, realiza varios publicaciones que pretenden poner algo de orden en todo lo escrito hasta allí y darlo a conocer. Forma parte de los grupos literarios «La luna que...», «Gente de Lunes» y «Utopoesía». Ediciones Muestrarios publicó su libro Menú ejecutivo.
Blog / Entrevista a Jorge Luis Estrella: En Poetas Contemporáneos / En: Zona de Minicuentos]

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Eduardo Espósito
El ángel


Todos guardan un monstruo debajo de sus camas
una sustancia viscosa
gris
inacabada
la gestación interrumpida de algún ángel
olvidado de Dios y de los hombres
todos lo alimentan cada noche
con la leche nutricia de sus sueños
y lo malcrían en mundos más allá de las palabras
en parajes de óxido y de nieve
y cuando todos salen a cumplir con el día
ellos arrastran sus ventosas debajo de otros muebles
Deambulan por la casa
son sobras de la sombra
oscuridad

Todos guardan un monstruo debajo de sus camas
una mascota para el sueño
pero nadie se fía en verdad lo suficiente
como para dejar colgar su mano
hacia el fondo de esa pena.

Colaborado en
Eduardo Espósito

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Fanny G. Jaretón (Argentina)
Gotypeo


Hace días que pensaba
en vos
en agua lluvia
en agua clara
en agua menta
despertando los pulmones de la vida.

Pensaba hasta que se desbordó
la memoria.

Pensaba en vos y apareciste
como un relámpago de fuego:
tu Palabra.

Fanny Jaretón: Poetas de Córdoba

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La energía poética…

Muchas veces nos contentamos con los axiomas que por época nos con/tienen.

¿Estaremos capacitados para romper los viejos paradigmas y hacernos Eco por lo que la vida nos merece?

Tuve la oportunidad de leer un libro de reciente publicación, escrito por un psiquiatra, avalado por el laboratorio que le provee la medicación a experimentación y hacía una suerte de tratado a partir de una buena exploración / investigación donde abarcaba una banda de artistas/poetas como Fijman, Artaud, Van Gogh, Lautreamont y hacía el enunciativo entre Arte y locura.

En hora y media me terminé el libro, segura de que me suicidaría y a corto tiempo. Me volví sobre los pensamientos y articulé una expresión grosera.

Pienso que nosotros los escritores, digo en ellos para los que escribir es un ejercicio que está en nuestra naturaleza, digo de nosotros que somos revolucionarios porque tenemos una perspectiva de la visual con una comprensión diferente…

Digo que deberíamos empezar a defender nuestro lugar como de Privilegio. Y lo digo asumiendo que la locura es simplemente «un estado diferente de conciencia». Lo digo anteponiendo la seguridad, que cada vez que la gente «vulgar», tómese como componentes de la masa- no comprende de ese estado que nos sucede y nos seduce, entonces nos «amarran» con el chaleco de fuerza, o como en el caso de Artaud, que terminó su vida como consecuencia de doscientos electroshock, o Fijman que por toda identificación portaba un número colgando sobre su pulgar del pie en un nosocomio mal llamado casa para enfermos mentales.

¿Alguien se animaría a asegurar que todos ellos, según la obra heredada, eran diferenciados condenables?

Tal así a Juana (de Arco) la Loca la quemaron junto a muchas otras por tratarse de brujas.

¿Esa banda de artistas representa a la gran comunidad de los que lo somos?

¿Qué hay del Ay?, puesto por los físicos cuando se preguntaron: ¿Y el átomo? ¿Qué pasa cuando se llega al átomo?

Los científicos al querer atrapar al universo de las subpartículas cuánticas mediante la Razón y la Lógica, no previeron que todo iría a parar a la más pura concepción poética del Surrealismo, dándole la razón a Niels Bohr, quien dijo: «Cuando se llega al átomo, el único lenguaje posible para explicarlo es la Poesía». Y ésta no ha sido una ingeniosa frase, una boutade (ocurrencia). Es el fruto de una profundísima intuición en concordancia con la energía poética, que es la energía física.

Es difícil de creer pero es así.

Por todos estos valores arriba sufridos creo que nuestro compromiso es limpiar a la poesía de obstáculos que la perecen, subirla al estrato que se merece y por el cual deberíamos ser merecidos.

Si por compro / meterse sea con la Belleza-esa estética, con el instinto genuino y con la Vida.

Llegar al Lugar Alto.

Me preguntaron qué es la poesía, y sin titubeos: «Poesía es la única posibilidad que tienen nuestros ojos vedados para ver a Dios». Y ahí la puerta que nos abre al compromiso para todos aquellos que nos renuncian, esa manera despreciable cuando apartados no nos quieren Ver.

Fanny G. Jaretón / En «Poemanía»

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Ajustes de cuenta

Tengo claro el objetivo:
Y haber atravesado el día punteándolo
Y haber caminado en las piernas de la noche
Y trazado el tornaluz desde tu silencio a mi anarquía.
Doy diente con diente, mordida indefinida sobre el labio
que hiere tu arrogancia.
Los cálculos del hacia vos
me hacen desconocer los límites del hombre.
Me pesan las privaciones vaciadas de tu imagen caliente.
Yo amo y es mañana.
Yo amo con la lengua que lame las espinas de tu corona.
Yo amo con las manos que aman a tus pies escarnecidos.
Imparidad de los colores me obligan al purpúreo
Obliga al ojo a ver como siente ardor el que me toca y es tocado.
Decir mi nombre unido a tu apellido es un hallazgo fácil.
Sólo basta no apartarse del objetivo:
Permanecer echados de pelvis al amor
Frote por frote la confianza
La culpa será devorada por el fuego
Mi garganta profunda que ahoga la distancia.

Fanny G. Jaretón

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Inconformismo

¿De qué me quejo?
Tengo la soledad acechando a mi cuerpo
y un cuerpo inquieto de buenas vanidades,
un color grisáceo en primavera
que taladra el jardín con aroma escondido.
Tengo las costillas izquierdas doloridas
de dormir siempre para el mismo lado,
solitario,
y un buzón de quejas que me escribo y examino
dándole la importancia que no se encuentra.
Tengo un mullido sillón que se desvencija
con lecturas foráneas
y un lápiz que termina de hacer sus deberes:
un poema más entre tantos guardados
que sirve para descuartizarme
por los horizontes de deseos insatisfechos,
tengo la cerviz mirando siempre a tierra
los zapatos desde ayer no quieren caminarme
y terca, en pleno desconsuelo,
haciéndome un recuento necesario
y preguntándome a mí, a otro no tengo
¿de qué me quejo yo exactamente?

Fanny G. Jaretón

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Manuel Rico
La serenidad lúcida de Blas de Otero


Hojas de Madrid con La galerna, editado por Sabina de la Cruz, viuda del poeta, se revela como un libro mayor. Los poemas, en su mayoría inéditos, fueron escritos entre 1968 y 1977

Más de treinta años después de la muerte del poeta bilbaíno, acaso el más hondo y exigente de su generación, aparece, como antesala de la próxima publicación de la poesía completa, su tan esperado libro inédito Hojas de Madrid con La galerna con prólogo de Mario Hernández y edición de Sabina de la Cruz, viuda del poeta y profunda conocedora de su obra. Al hablar de libro inédito es obligado hacer algunas precisiones: se trata de dos poemarios en un solo volumen; casi la mitad de los 306 poemas que lo integran han sido publicados, en las últimas tres décadas, en revistas, antologías y recopilaciones varias; el resto «han permanecido rigurosamente inéditos hasta hoy», tal y como subraya Sabina de la Cruz en su nota previa.

La ordenación, decidida por la propia Sabina , es cronológica, puesto que Blas de Otero siempre fechaba cada poema. Ello no obsta para que Hojas de Madrid con La galerna sea, en su condición de libro, de propuesta global, una obra inédita. No compuesta, como pudiera pensarse, por materiales sobrantes, prescindibles, sino por textos a la altura de lo mejor de su autor, de un altísimo nivel y de una madurez serena y contagiosa, casi perturbadora, que mira a César Vallejo, a Machado, al Alberti del exilio, a Nazim Hikmet, a Rimbaud entre otros. Acaso quepa objetar a su edición la falta de un índice que informe al lector de qué poemas son rigurosamente inéditos y cuáles y dónde fueron publicados el resto.

Todos ellos fueron escritos entre julio de 1968 y mayo de 1977, años de tránsito a la democracia, y de esa peripecia existencial habla la primera parte (el primer libro), Hojas de Madrid. La integran poemas apegados al tiempo histórico, en los que las urgencias de un compromiso construido desde su nunca negada militancia comunista se ven cruzadas por un hondo deseo de serenidad, por un impulso vitalista, de gozo de lo cotidiano, de recuperación de la memoria de la niñez y de reconciliació n con los paisajes y escenarios de la juventud. Todo ello, atravesado por la experiencia de un amor renovado, por la conciencia de la enfermedad (fue operado de un tumor pulmonar) y por la presencia de la muerte. La primera sección de Hojas la constituyen poemas compuestos en Madrid, recién llegado de Cuba, en el proceso de adaptación a una realidad nueva.

En la segunda, será el viaje a Bilbao, la recuperación del mar y de los paisajes de la infancia y los amigos. Las dos últimas secciones nos muestran a un Blas de Otero muy poco conocido: una poesía intimista (aunque siempre con ventanas a lo colectivo), sencilla y culta a la vez, una poesía de lo cotidiano, en la que el amor, la casa y sus rincones, un raro fervor doméstico, juegan un papel esencial. Un aire de sosiego, cierto distanciamiento irónico que bromea con la tradición y una madurez vital hija de los más duros años de la dictadura encuentran cauce en una lírica de gran tensión expresiva y formalizada, siempre con eficacia y originalidad, mediante las más diversas opciones (sonetos de una difícil e innovadora perfección, verso libre de tono conversacional, casi prosaico, juegos vanguardistas, poemas breves de factura clásica, canciones populares o con ecos de la lírica medieval).

En La galerna encontramos la crónica poetizada de los estados depresivos del poeta durante los años 1973 y 1974. Aunque la mayor parte de los poemas trata de la intimidad más honda, de la pugna de Blas de Otero con una realidad hostil, dura, condicionante de sus equilibrios emocionales, el poeta no abandona la ironía, ni la reflexión sobre la poesía como bálsamo para las heridas propias y ajenas (la enfermedad, el niño perdido, Vietnam, Camboya), sobre la moralidad del poema y el misterio de la escritura y sobre su experiencia viajera, casi nómada, durante dos décadas. Es una poesía moderna en su acepción más profunda, una poesía directa que no desdeña el experimento y que bebe de la complejidad del yo, que tiene algo de trastienda íntima, de recámara del libro Hojas de Madrid y en la que experimenta y juega con el lenguaje a pesar de los estados depresivos que la originan. Si la tardanza en la aparición de este libro generó no poca desconfianza respecto a su contenido, llevando a pensar que los mejores poemas estaban ya publicados en revistas y antologías, su lectura desmiente de modo radical esa sospecha. Estamos ante un libro mayor, ante uno de los más importantes poemarios publicados en lo que va de siglo.

Tomado de: © EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España]

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Carlos Adalberto Fernández (Argentina)
Los despojadores


Todo comenzó la noche –maldita noche- en que tuve un extraño sueño. El diablo y yo discutíamos acaloradamente (yo acalorado, el tenía algo de frío) acerca de las habilidades requeridas para descarnar y para deshuesar.

Con arte, sin huellas. No confié en que fuera simplemente un sueño. El diablo hacía generaciones que me seguía los pasos. Me desafiaba constantemente; el trofeo: mi alma.

En el sueño quedamos en que él me deshuesaría limpiamente, sin lesión de nervios, carnes, pieles, etc. Yo, por mi parte, apostaba a dejarlo puro hueso, una calavera, bah. Su trofeo: mi alma a su disposición; mi trofeo: su
reclusión absoluta por 777 años. En un horno, por supuesto, sin crueldades improcedentes.

Por la mañana no me dí cuenta de nada, hasta que al decidir lavarme las manos, sólo una de ellas se presentó a la cita con el jabón. La otra gesticulaba histéricamente a un costado. Podía levantar el codo, con la mano colgando como un trapo. Cúbito y radio izquierdos habían desaparecido. Llamé a mi dentista y acorde una cita por la tarde.

Al día siguiente me llevó toda la mañana una pierna ortopédica, por ausencia de tibia y peroné derechos. A los gritos exigí a mi dentista que se apurara La silla siguiente era hermosa, toda comandada por la mano derecha. Cuando se fué el dentista cerré todo, puse comida en el piso, en un lugar vacío en el salón y ahí me puse a dormir. Al despertar ya casi no tenía movimientos, sólo podía reptar trabajosamente.

Esa noche el diablo se me presentó en el sueño. Me dijo que no valía la pena demorar el final. Estuve de acuerdo. Cuando me desperté comenzó la operación final. Con ademanes artísticos me fué presentando uno a uno los huesos que me extraía. Me quedaban sólo los de los hombros, cuello y cabeza, para poder dialogar. Cuando terminó, luego de disfrutar su triunfo un momento en silencio, me cepilló, me entalcó, me perfumó y me colocó, bien estirado, con
la cabeza apuntando al sillón. Al rato dijo que debía hacer la tradicional foto del cazador. Se descalzó, me acercó más a su asiento, calculó todo, activó el disparador demorado de la cámara, la ubicó adecuadamente y vino corriendo a su lugar. Con sonrisa triunfante colocó su pie de vencedor encima de mi cabeza. O eso creyó. Haciendo fuerza con mentón y cuello, me encogí, retrocediendo mi cara unos centímetros. Abrí mi boca lo más que pude... atrapando el pié distraído. Clavé mis dientes, abriendo sus carnes y derramando el Agua Bendita brotada de mis colmillos falsos, rotos a la primera presión. Pataleó un tiempo, pero pronto comenzaron sus carnes a incendiarse lanzando un humo pestilente. Al rato sólo quedaban huesos brillantes y limpios.

Ahora tengo por delante 777 años de tranquilidad. Soy el felpudo preferido de una familia que me mima, aunque se enoja cuando muerdo a algún distraído. Lo que más me gusta es cuando me bañan y luego me cuelgan en el tendedero, al sol.

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Liliana Varela (Argentina)
La nena no puede-ni debe


La nena no puede-ni debe
faltar al código.
Ella es la esperanza,
el muro, el roble
y el futuro sin consentimiento previo.

Ella quiere abandonarse toda
mutilarse de a poco
pero no puede ni debe
porque la carga es pesada
porque el fruto no puede volverse oruga
ni putrefacción.

Ella quisiera escapar de sí misma
ser libre -no esclava
de su propio altar.

No desearía idolatrarse
no querría iconizarse
ni vestir de nieve
cuando el aire es tan negro.

Pero la nena no puede ni debe.

La cruz pesa tanto
y debe esconderla
seguir siendo risas
lágrimas de risa
aunque las inunde la sangre.

¡Ella no quiso no poder-ni deber!
¡no eligió ser santo de devoción
ni última esperanza!

Ella sólo sabe que será antifaz
mientras haya un latido dentro del pecho...


Liliana2010 / Serie En otra piel

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Mi Señoría: un clásico de la farsa política puertorriqueña

Mi Señoría, la obra maestra de dramaturgo puertorriqueño Luis Rechani Agrait será llevada a escena por el Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo Puertorriqueño en su estreno este viernes, 11 de junio de 2010, en el Teatro del Ateneo, en funciones viernes y sábados a las 8:30 pm y domingos a las 4:00 pm.

Mi Señoría es una farsa cómica sobre la política puertorriqueña que se ambienta en los conflictos eleccionarios de los años 30, enmarcados por la compra y venta de votos para lograr el poder. Estos «chanchullos políticos» elevaban a puestos políticos a hombres de poquísima cultura pero de mucha verbosidad, a quienes les era «completamente inverosímil» el principio del bien ciudadano, si con ello recibían las prebendas de la corrupción. Es por ello que Rechani Agrait escribió una obra de amplia relevancia a la época actual.

Mi Señoría trata sobre los esfuerzos de Buenaventura Padilla para ganar las elecciones como diputado de la Cámara en un partido obrero que lleva 20 años en la lucha política. La cómica incultura de Buenaventura Padilla, sus pequeñas vanidades, sus escapes fuera de la ley y la nobleza de su causa, pasan por la escena camino a su angustiosa tragedia, mientras hace el ridículo propio de su desventura en una hilarante comedia.

La obra es protagonizada por Nelson Alvarado, Verónica Rubio, Ricardo Santiago, Jorge de los Ríos, Olga Vega Fontánez, Emilio Graciano, Ricardo Magriñá Vélez, Eddie Fuentes, Héctor Sánchez y Carlos Piñero entre otros actores del Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo, bajo la dirección de Luis Javier López, director escénico laborante del Conservatorio.

«Mi Señoría» estrenará en seis funciones en el Teatro del Ateneo desde el viernes 11 hasta el 20 de junio, en funciones viernes y sábados a las 8:30 y domingos a las 4:00 p.m. en el Teatro del Ateneo en el Viejo San Juan. Para más información llamar al 787-977-2307.

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Leonel Flores Magallanes
Epitafio


Se ha ido
Claudicación
Encuerado verbo
Balazo y cruel
Se recompone el pensar
¿Será fácil pensar?
Animales cabrones
En voces retailantes
Presumen del Ser
Artificio aledaño a la nada
Perdidez ufana
Sin lisonja puñetiada
Hablando claro
El Sol vale mis huevos
La Luna ha muerto
Has muerto en tus ideas
Simón
He muerto
Reconstruyendo voy
En acción vivo
He muerto
He dicho
He muerto
Camina calles
Llega al final para que mueras
Imbécil tú
Imbécil yo
Búsqueda revocada en podredumbre
Amelcochada cultura que me dieron
Sin razón
Metafísica
Liandra cultura
Me muero en mi conocimiento atroz
Valedor
Sin encontrar respuesta
Muerto soy
He muerto
Putos *

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Guzmàn Lavenant (México)
La vida


¿En qué lugar de la ciudad,
entre estas calles de sonidos y unas amplias soledades,
te encuentras tú?
¿En qué ventanas te reflejas?
¿Vas de noche bajo luces inventadas
o de día entre ruidos de tambores
y sonrisas fabricadas a los gustos de los clientes y peatones?
¿Dónde existes?
¿En el valle?
¿En la playa?
¿En el agua de los ríos?
¿O dónde sea que no sea entre estas calles invadidas
de mentiras, apariencias o vanidades?

Guzmàn Lavenant

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Galán

que refleja el agua de la fuente
la luz de alguna estrella,
me llega aquel recuerdo del perfume
de esa planta verde de tu tierra.

Allá es galán, acá huele de noche,
que llena de su olor la casa entera.
Recorre luego toda la calle para buscar
los aromas de las rosas y los claveles
en los jardines silenciosos de la esquina

[ALBERTO GUZMAN LAVENANT: Nacido en Tijuana, B. C., México, es docente universitario. Colabora en las revistas y grupos Muestrarios y otros].

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Rachell E. López Ortíz (Puerto Rico)
Trece años después… con Silvio Rodríguez


El viernes 29 de mayo de 2010 fue nuestra primera cita con un Silvio Rodríguez simpático, relajado y conversador. Junto a su grupo, quienes lo acompañan desde hace seis años, se mostró muy abierto a la prensa que le inundó de preguntas que transcurrían desde la situación sociopolítica cubana, su presencia en territorio norteamericano, la huelga de la UPR y su música. Vale destacar el incidente con el reportero Juan Manuel Caba, de América TV (Miami), y las preguntas sobre sus expresiones y la doble moral en relación al tema de la situación política de su país. Desde esa primera cita, una conferencia de prensa con un alto matíz político que evoca ese misticismo con que se mira la Cuba actual, Silvio nos dejó muy claro dos cosas: cuál es su posición sobre la misma y su respaldo a nuestros estudiantes: “yo soy de los que defienden la Independencia de Cuba. Otros defienden otra cosa y están en su derecho». En torno a la polémica huelga de la Universidad de Puerto Rico, apuntó:

«Esta generación de jóvenes puertorriqueños inaguran un lugar en su civismo. Están conquistando con esta huelga un lugar en su historia cívica y en su historia como puertorriqueños. También considero que lo están haciendo desde el punto de vista personal, no sólo por el fin. Imagino lo que será para cada uno de ellos y para todos participar en una acción como esta, que es estratégica, un sentido de visión de lo que debe ser el futuro de Puerto Rico. Lo que están defendiendo es que no se cierre la universidad, que las clases más bajas de este país tengan la oportunidad en un futuro de llegar a la universidad. Me parece tan hermosa esa lucha, que es imposible que no la apoye con todo mi corazón y con toda mi inteligencia».

Por fin surgió la pregunta que nos llevó allí: ¿puedes decirnos algo sobre lo que sucederá en el concierto? Obviamente, la aceptación de los compañeros periodistas y la reacción de nuestro entrevistado no se hizo esperar: «yo de eso, realmente no sé nada» en obvia alusión al giro que había tomado la conferencia. Ese sería el preámbulo a nuestra SEGUNDA CITA (título además, de su reciente producción discográfica), Trece Años Después... su concierto en Puerto Rico?

El cantautor cubano Silvio Rodríguez Domínguez se reencontró con el público puertorriqueño el domingo 30 de mayo de 2010 a las 4:30 de la tarde en el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot en Hato Rey. Inició su concierto con el tema Claro de la Luna, dejando «claro» desde el inicio su impecable calidad vocal, al igual que la magistral ejecución de su inseparable compañera, la guitarra. El público acogió esa primera interpretación con una ovación que duro varios minutos.

«Buenas tardes, buenas tardes. Estamos muy agradecidos porque hayan dedicado un rato de sus vidas para estar con nosotros. Muchas gracias por estar aquí. Debuté un martes 13 y, a la verdad, no me ha ido tan mal», señaló. Le siguieron El papalote, Cassiopea, Carta a Violeta Parra y El necio, esta última, acompañado por el público que fungió como su «coro» el resto del concierto. La Canción del elegido la dedicó a los cinco presos políticos cubanos que sufren condena en Estados Unidos.

El tema Escaramujo sirvió para reafirmar su apoyo a los estudiantes puertorriqueños que luchan por mantener un sistema público de educación superior:
“La educación no es un negocio. Entonces, esta canción se la quiero dedicar a todos esos jóvenes que se están sacrificando y que habla, precisamente, del derecho a la enseñanza», dijo, ganándose nuevamente los aplausos de un público que anhelaba su presencia y que le favoreció con un lleno total.
Valga señalar que entre los asistentes se encontraban el ex gobernador Aníbal Acevedo Vilá con su esposa y el actor puertorriqueño Benicio Del Toro, merecedor de un Oscar precisamente por su papel protagónico del Comandante Ché Guevara y a quien Silvio reconoció como su amigo personal y agradeció su presencia.

Uno de los momentos estelares de la noche y que diluyó el velo de misterio sobre si habría de suceder lo fue la presentación de a quienes reconoció también como grandes amigos: Roy Brown y Zoraida Santiago, quienes muy acorde con la tónica patriótica que había capturado la presencia del trovador cubano en nuestra isla, interpretaron a dúo Boricua en la Luna y Oubao moin.

De regreso al escenario, el intérprete de la llamada Nueva Trova Cubana siguió con Cita con los ángeles, Pequeña serenata diurna, Mariposas y Óleo de una mujer con sombrero. entre otras interpretaciones que dieron la oportunidad a los asistentes de disfrutar del magistral grupo músicos que le acompaña, integrado por el trío de cuerdas Trovarroco (Rachim López - Director, Michel Elizalde – Tres y César Vacarrón – Bajo), el baterista y percusionista Oliver Valdés y la flautista y clarinetista Niurka González (su esposa), quien se ganó la segunda ovación de la noche con su interpretación en flauta del tema La maza, que estaba pautada como cierre.

Pero a insistencia del público, Silvio Rodríguez entró nuevamente con su banda para interpretar Ojalá, seguido de La era está pariendo un corazón, que dedicó a Benicio Del Toro, Demasiado (incluída en su nueva producción), Te doy una canción, la cual dedicó al jóven cubano Carlos Muñiz Varela, quien fue asesinado en Puerto Rico en 1979. El cierre vino con Unicornio azul, que fue cantada al unísono por los asistentes.

Creo que trece años de espera valieron la pena para que Silvio Rodríguez revalidara en nuestra isla como uno de los íconos de la Nueva Trova cubana y de la denuncia de la situación sociopolítica que caracteriza el enigmático régimen cubano. Su visita no pudo ser en un momento más acertado, en medio de la esfervecencia y especulaciones sobre el tema de la isla hermana. No es casualidad que el favor del público se mantenga a través de los años. Y es que su mayor equipaje es el sentimiento, la pasión y una poesía que denuncia, lo que otros callan. Un Silvio analítico, un hombre, como el mismo señala forjado por su condición de cubano y por su propia historia. ¿Demagogia u objetividad? Puede ser. Imagino que esa misma visión con la que define la revolución y a la que gustaria quitarle la «R» es la que ha marcado su trayectoria y lo perpetua en el favor del público: «la revolución es un evento circumstancial, la evolución es una necesidad eterna.... ¡Ojalá! Cuba corra con la misma suerte...»

[Fundación Nacional Para la Cultura Popular].

Fundación Nacional para la Cultura Popular / Rachell E. López

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